El Amor de la Reina Mora en el Bosque de Carite (copia)

El Amor de la Reina Mora en el Bosque de Carite (copia)

El Amor de la Reina Mora en el Bosque de Carite

En lo más profundo del Bosque de Carite, entre los verdes helechos y las cascadas cantarinas, vivía una hermosa pareja de Reinas Moras. La hembra, a quien llamaban Estrella, tenía un plumaje de tonos dorados y negros que brillaban bajo el sol. Su compañero, Brisa, era fuerte y amoroso, con un canto melodioso que llenaba el bosque de alegría. Juntos habían construido su hogar en la espesura del bosque, entre los árboles altos y los arbustos donde crecían frutos dulces.

Con esmero, Brisa había elegido el lugar perfecto para su nido, asegurándose de que estuviera protegido del viento y la lluvia. Lo construyó con ramas finas, hojas suaves y musgo esponjoso, todo con el propósito de que Estrella y sus futuros polluelos estuvieran seguros. Dentro del nido, cuatro pequeños huevitos descansaban bajo el cálido cuidado de Estrella, quien los cubría con amor mientras Brisa salía en busca de alimento.

Un día, Brisa revoloteaba entre los árboles buscando las mejores frutas para su amada. Se posó sobre una rama de Cupey, un árbol robusto que da sombra en los senderos del bosque. Pero no se percató de que una espina afilada sobresalía justo donde iba a apoyarse. Al intentar agarrar una fruta jugosa con su pico, su pecho se clavó en la espina, y con un débil aleteo, cayó al suelo del bosque.

Estrella, sintiendo una angustia indescriptible, salió del nido al escuchar el sonido de las hojas crujiendo. Voló desesperada, buscando a Brisa entre la maleza. Cuando finalmente lo encontró, su pequeño corazón se rompió.

—Brisa, por favor, responde… —susurró mientras acariciaba su cabeza con su pico.

Pero Brisa ya no estaba. Su espíritu se había fundido con el viento, con el murmullo del río y con el aroma de las flores.

Estrella lloró toda la noche. Sin embargo, en lo más profundo de su dolor, supo que no podía rendirse. Brisa le había dejado un tesoro en el nido: sus cuatro huevitos. Si ella se debilitaba, ellos no sobrevivirían.

Con una determinación inmensa, regresó a su nido, cubriendo los huevitos con su plumaje, susurrándoles con amor:

—Papá ya no está, pero siempre vivirá en ustedes. Me enseñó a amar con todo el corazón, y así los amaré yo.

Pasaron los días, y con cada amanecer, Estrella les hablaba de su padre mientras cuidaba de ellos:

—Brisa fue el mejor compañero, el más valiente, el más amoroso. Me ayudó a encontrar este hogar y me mostró cómo construir este nido. Él hizo todo por amor.

Hasta que, finalmente, llegó el gran día. Uno a uno, los cascarones se rompieron y cuatro pequeñas crías asomaron sus cabecitas. Dos hembras y dos machos: Luz, Sol, Río y Brillo.

Las primeras semanas fueron difíciles. Estrella tuvo que esforzarse el doble para alimentarlos. Iba y venía con semillas y frutas, recordando cómo Brisa siempre le traía las mejores. Cada día, antes de dormir, les hablaba sobre su padre:

—Papá Brisa construyó este nido con amor para nosotros. Nos enseñó que un hogar no es solo un lugar, sino el amor que se siente dentro.

Cuando Luz, la mayor, aprendió a volar, exclamó con emoción:

—¡Mamá, quiero volar tan alto como papá!

—Entonces vuela con el amor que él nos dejó. Eso es lo que te hará fuerte.

Sol, el segundo, preguntó curioso:

—Mamá, ¿qué pasó con papá? ¿Por qué no está con nosotros?

Estrella tomó aire y con ternura les contó la verdad:

—Papá tuvo un accidente mientras buscaba alimento para nosotros. No tuvo miedo, porque todo lo que hacía lo hacía con amor. Y aunque su cuerpo no está aquí, su amor sigue vivo en cada rincón del bosque. Lo escucharás en el viento, lo verás en las hojas danzando y lo sentirás cada vez que cantes.

Río, el más reflexivo, miró a su alrededor y dijo:

—Entonces nunca estaremos solos, porque papá siempre está en todo lo que nos rodea.

Estrella asintió, conmovida.

Brillo, el más pequeño, se acurrucó junto a su madre y dijo:

—Quiero ser como papá. Quiero construir nidos fuertes y hermosos cuando crezca.

Estrella sonrió.

—Y lo harás, mi amor. Porque en cada nido que construyas, en cada canto que entones y en cada semilla que siembres, papá Brisa vivirá en ti.

Los cuatro hermanos crecieron con la historia de su padre en sus corazones. Se convirtieron en aves fuertes, libres y amorosas, siempre recordando la gran lección que les dejó Brisa a través de su madre: el amor verdadero nunca se apaga, sino que vive en los que lo reciben y lo comparten.

Y así, en el Bosque de Carite, entre los árboles y el canto del viento, el espíritu de Brisa continuó viviendo, en cada semilla que germinaba, en cada flor que florecía y en cada canto que sus hijos entonaban con amor.

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