Me siento tan sola,
cada vez que el viento trae recuerdos,
me doy cuenta de que nunca fui realmente feliz.
Hubo un eco, una voz fría en mi alma,
«Jamás serás feliz»…
y esas palabras, tan fuertes,
se clavaron en mi pecho,
como una maldición,
como un sello que no puedo borrar.
Desde entonces, cada risa que surge
se convierte en una pregunta:
¿Es esto ser feliz?
No, no lo es,
porque el derecho a la alegría
parece un lujo ajeno a mí.
¿Será mi culpa?
¿Habrá sido el pensamiento
el que me condenó al vacío de la duda?
¿Será que el karma me ha alcanzado?
Me siento tan sola…
sin el amor cercano de una madre,
sin el abrazo de un padre,
sin un hermano al lado,
solo con el eco vacío
de lo que nunca fue.
¿Hice algo mal?
¡No! ¡Por Dios, no!
Pero quizás estas sean
pruebas que la vida me pone,
obstáculos que debo cruzar,
sin saber si al final de todo
habrá un pedazo de luz.
Tal vez, solo tal vez,
está en el camino la esperanza perdida.
Dios, sé que siempre estás,
a mi lado, invisible pero fiel,
y que nunca estoy sola,
ni triste, ni abandonada.
Aún así, las lágrimas caen,
y aunque no soy quien para cuestionarte,
lo hago, Padre,
porque sigo deseando
esa felicidad que nunca llegó.
Sigo buscando esos días
de niñez,
cuando soñaba con ser adulta,
sin saber lo que realmente implicaba.
Anhelo volver a ese rincón
donde la risa era sincera
y el futuro, un misterio brillante.
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