
Llegó con tres heridas:
la del amor, la de la muerte, la de la vida.
Miguel Hernández
En medio la noche lo atraviesa todo sin respiro y sin perdón: la palabra.
Amor, locura, muerte, vida, noche y palabra.
Recorrer las páginas que siguen supone asomarse a esas coordenadas de la existencia. Traerlas a escena nos devuelven al caos originario, al abismo, al vacío, lo que permite, entonces, sólo entonces, el orden creador.
Son parte de ese caos nocturno que nos sostiene y derrumba a la vez pero que debe ser nombrado, exorcizado, expuesto a la luz: alumbrado.
Como las contracciones de un parto, los diversos relatos y poemas que conforman este único cuento nos exigen una profunda respiración en sus breves intervalos. Y la espera impaciente de lo que sigue, la sorpresa absoluta de las palabras que, como la noche, desdibujan los límites entre lo real/posible y lo onírico/impensado.
De tanto jugar con caracoles, puede uno verse como ellos. Llevando a cuestas toda la existencia cargada de palabras, garabateando un rastro de plata a su paso, replegándose ante el dolor, estirando cuerpo y antenas al máximo buscando la luz, habitando un interior al que a nadie le fue dado ingresar y que a veces, sólo a veces, se nos muestra en su despojo y debilidad.
Hay que abrir muy grandes los ojos. Dejar que las pupilas se acomoden a esa luz. Hacer silencio. Aprender a leer lo que fue escrito en la oscuridad: la venganza invade la noche y la vuelve agónica, fundante, originaria.
Oscar Campana
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