Esa mañana,se levantó herido de muerte natural, se dispuso a enfrentar el nuevo día con las ganas de cualquier transeúnte, con la mirada inerte y con el andar forzado, alistándose para lo de siempre y con las mismas ganas de cualquier otro día. Se preparo un café turco, colocó el sisve en la estufa, lo lleno de agua hasta el borde, le agrego dos cucharadas de café de la sierra de Hidalgo, un café robusto y con el sabor necesario para revivir en esa mañana, a fuego lento comenzó a menearlo, con esa paciencia que se necesita cuando la vida te exige un esfuerzo extra, no lo dejo hervir porque se desborda y tira el café, al contrario lo dejo calentar hasta que la crema del café pareciera en el horizonte del sisve, tuvo que hacer un movimiento perfecto, pasar el café turco a la taza, y así fue, ni una gota se quedó moribunda en la base de la cocina, se dirigió a disfrutar del café y de un cigarro en la terraza que le ha servido de inspiración en su soledad, si bien, pensó, «mi vida es tan monótona y simple, con una taza de café y la compañía perfecta, la soledad, es el mejor antídoto para revivir el sentido de la existencia aunque sólo dure unos minutos, como cada momento de la vida «. La vida está plagada de simplicidades, sí se disfrutan, la muerte natural se esfuma como el café con cada sorbo en la taza.

El tiempo no lo puede todo, y un trago amargo solo dura en la resaca, de esas que duelen constantemente durante una larga semana, se parece a la migraña, que destila dolor en plena luz del día, el silencio solo recrudece el recuerdo de la noche anterior, y haciendo memoria solo quedan fragmentos de una noche inolvidable difícil de repetir, ese dolor persistente no se va con un antiinflamatorio, ni la presencia de la añoranza puede mitigar el dolor causado por las palabras del adiós. Es momentáneo el dolor como lo es el placer, solo que uno duele más que otro gracias a su aceptación, es más fácil vivir en el placer que en el dolor, más no podía hacer, sólo quedaba recordarla en una sola imagen, su nombre… Ansime.

Y vinieron los recuerdos en un vendaval, todo lo que se piensa cuando se toma una rica taza de café, se encontraron en un lugar muy improbable, era una casa de ejercicios espirituales, el motivo, promover el conocimiento de sí mismo, y vaya que se cumplió a cabalidad, porque al final ya no eran los mismos. Aún la recuerda en todo su esplendor, su corazón se llena de sangre y comienza a latir tan fuerte con sólo nombrarla, llegó como todo para no irse, de manera espontánea y mágica, sus pasos firmes y seguros, su sonrisa iba dirigida a todos y a su vez iluminaba sus movimientos, no podía pasar inadvertida con aquel cabello tan esponjado de rizos naturales, esa melena única tan genial como sus ojos claros, su voz tan suave que podría equipararse a ese cántico de las aves por la mañana, alegre y vivaz, sin embargo lo más cautivador era esa forma de ser, de estar frente al mundo, dando vida a todo sobre su paso.

Se miraron sin prestar atencion a sus existencias, hablaban con lo conocido, con ese baluarte de seguridad de quien quiere compartir unas palabras eficientes para pasar el rato. Cada uno en su espacio, en su tiempo de comodidad, pasaron las horas cuidando el faro de su individualidad, hasta que un encuentro de festividad y alegría los puso de frente. Entre risas, miradas y palabras compartieron el mismo espacio, el diálogo fluía de un lado a otro, se buscaban para confirmar su atracción sobrada, o mejor dicho, desbordada, ese primer encuentro fue único, inesperado pues dos personas que no se conocían ahora se sabían en el presente eterno. Con el paso de las horas, su conocimiento y aprecio incrementaba, las palabras unen puentes entre dos corazones desconocidos, es el encuentro de dos tierras creyendo que la conquista será pacífica.

Pero hay días únicos, horas excepcionales, momentos que jamás se difuminan en la memoria, se conservan en las profundidades de cada latido, y en cada suspiro un recuerdo se desprende en la lejanía, los pequeños trozos de ilusión y esperanza brillan en esos días oscuros, se experimenta la añoranza como el olor a café, se extiende por toda la casa, más aún cuando el amor se tiene en las manos no hay presente eterno que sobreviva al movimiento de la vida.

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