Avión de nubes

Avión de nubes

Renner

28/02/2025

Recuerdo un avión en el cielo. Un avión de nubes. Un avión de sueños de algodón en el que viajabas. Me acuerdo de cuando te vi una mañana de verano en el cielo, en tu gran navío de sueños que flotaban. Volabas y reías y me saludabas con la mano mientras una sonrisa traviesa conquistaba tu rostro.

El avión bajó y llegó hasta el prado en el que me encontraba. Las hierbas ondulantes en las que cantaban las chicharras de repente desaparecieron, sumido todo en una niebla blanca y espesa. La temperatura bajó conforme la nube se aposentaba. Y tu apareciste en tu vestido rojo suelto y con tu sobrero de ala ancha y cinta carmesí ondeando a un viento que solo parecía jugar contigo.

Tú me sonreíste y me ofreciste la mano, siempre con un brío contagioso. Y yo la agarré. Estaba estupefacto, incrédulo ante la visión que se desplegaba ante mis ojos.

Me llevaste corriendo y riendo hasta que las nubes de tu avión consumieron todo. Y no había más que blancura, una reconfortante humedad, y tu risa.

Me soltaste la mano y desapareciste. Pero tu risa seguía allí. Yo tenía miedo, me habías dejado solo. Y aun así tu risa me reconfortaba. Cuando volviste a cogerme la mano y a arrastrarme de vuelta por todo tu avión, al fin llegamos a la superficie. Las nube era esponjosa, y mis pies se hundían en ella. ¡Qué patoso era! Pero tú te reíste igualmente y con tus brazos abarcaste el mundo entero que se desplegaba ante nosotros.

¡Estábamos volando! Y veía el campo pasar bajo nosotros, mi pueblo, un poco más lejos, nada más que diminutas casitas de juguete que pasaban raudas ante nuestros ojos.

Y el Sol… Su luz era cegadora, pero a la vez era tierna. Iluminaba tu pelo y tus ojos, y a mi me abrazaba con una calidez reconfortante.

— ¿Quién eres?— Te pregunté impresionado por la escena.

— Yo soy yo, tonto.— Respondiste mientras te echabas de repente de espaldas en la nube, mirando al Sol directamente sin ninguna aparente molestia.

— ¡Tienes un avión de nubes!

— ¡Pues claro que lo tengo! ¿Por qué no lo iba a tener?

Y tras decir eso te giraste y empezaste a rodar avión abajo. ¡Parecía que te ibas a caer!

— ¡Espera, ¿qué haces?!

Y solo me respondió tu risa traviesa. Te perdí de vista, y me temí lo peor. Pero entones noté tus palmas contra mis ojos, tapándolos con suavidad.

— Cucú.

Y volviste a reír.

Yo reí también, aliviado. ¡Qué tontería! ¿Cómo te ibas a caer tú?

Noté tu cabeza apoyarse en el hueco entre mi cuello y mi hombro. Y te noté relajarte, suspirar, rodearme con tus brazos.

Yo me quedé muy quieto. Tenía miedo. Tenía pavor de hacer un movimiento incorrecto y hacerte apartarte de mí. De ese lugar de paz.

Así que me quedé quieto. Y los dos contemplamos el mundo pasar bajo nuestros avión de nubes. Notamos el Sol iluminar ese cuadro en movimiento que parecía puesto ahí para nosotros. Su calidez nos rodeaba, besaba nuestra piel como un padre cariñoso. Y poco a poco me relajé. Sin darme cuenta. Hasta que cogí tu mano. La note calentita. Blandita. Suave. Y se apretó contra la mía. Y yo sonreí. Aún más de lo que lo había estado haciendo.

Notaba tu amor. Y yo descubrí que sabía lo que era estar enamorado. Algo tan simple. Y a la vez tanto.

Tu respiración, tranquila, me hacía cosquillas en la oreja. Y tus cabellos, aún compañeros de juego del viento, acariciaban mis mejillas y frente, rodeándome y susurrándome que me relajara, que me fundiese contigo en ese abrazo que me había enseñado el significado de amar.

Pero yo me giré, y te miré. ¿Por qué pararse ahí? ¿Por qué no ir más allá? Tú lo querías tanto como yo. Tú, con tu vestido rojo y tu sombrero de cinta escarlata. Me mirabas como yo te miraba a ti. El mundo era perfecto en nuestro avión de nubes. Podríamos estar en él siempre, juntos.

Pero mientras me sonreías noté un deje de tristeza en tus ojos de cielo. Yo no lo entendía. ¿Triste por qué? Todo era perfecto.

Me fijé en ti con más atención. En tu rostro de felicidad soñada. En esos ojos que me miraban con un amor triste y… ¿desafiante? ¿Quién eras? ¿Quién eres, mi amor? Porque eso era todo lo que quería saber mientras empezaba a ver que te desvanecías, poco a poco. El avión desaparecía, mi pueblo se difuminaba, el Sol ya no calentaba tanto como antes.

No lo entendía. De verdad que no. ¿Qué pasaba? ¿Por qué te ibas? Yo solo quería verte. Solo quería estar contigo en nuestro avión de nubes.

Pero tú solo me devolvías tu sonrisa, tus manos apretadas contra las mías. Había una súplica en tu mirada. Un “no me olvides” teñido de melancolía. Y yo quería decir lo mismo. Porque ¿qué más daba la realidad que se imponía, el cada vez más fuerte grito de las chicharras, el sol que quemaba y no solo besaba, el aire limpio donde antes estaba tu cara?

No, yo te lo diría.

— No me olvides.— Susurré.

— No lo haré porque tú no lo harás.— Respondiste ya con medio rostro.

Y el medio se convirtió en un ojo y tu sonrisa y tus cabellos, que se fueron desvaneciendo junto a la presión y el calor de tus manos. Poco a poco, con tanta dulzura como habías venido, te fuiste.

¿Habías sido real? ¿Lo eras todavía?

No.

Esa era la respuesta que daría. La respuesta que pronunciaría. Todo no había sido más que un sueño.

Pero ese sería el sueño que viviría, el que sentiría. Porque en él estaba lo más importante de mi vida. Un instante eterno. Una fantasía fugaz. Un sueño del que me negaba a despertar.

Porque existías, ¿verdad? Tú, la chica del avión de nubes, existes.

Créeme, no lo he olvidado.

Etiquetas: onirico tierno

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS