Durante las noches del año, con cierta frecuencia, se pasean los gatos por la techumbre de la casa. Verás, yo siempre he amado a estos felinos; son tan agradables al tacto, con su pelaje suave y esa cabeza de esfinge faraónica que me transmite una sensación de ternura. Mi manera de querer a esta especie doméstica es muy especial, poco convencional: cuando tenía uno, lo apachurraba con tal insistencia que estoy seguro que es la razón por la que difícilmente se me acercaba. Solo venía aquel gato peludo, mestizo, de pelo blanco con manchas negras, cuando le alimentaba. Lo llamé Zeus, porque era un ejemplar muy grande y lo veía superior a los demás. Aún así, era muy mimado por el entorno debido a sus características, hasta que un día desapareció. No voy a ahondar mucho en este tema, pero me afectó durante mucho tiempo.
Como les seguía contando, hay muchos gatos comunitarios, y estoy agradecido por su labor de caza. Son depredadores excepcionales, muy astutos, y me encantan como mascotas. Sin embargo, se volvió molesto de un tiempo a esta parte cuando merodean por el tejado a ciertas horas de la madrugada, haciendo acrobacias o en sus peleas territoriales. A veces, sus maullidos me confundían con el llanto de una guagua, lo que me llevaba a noches de insomnio. Pero lo acepté; son así, y me adapté.
Hay uno en particular que es completamente negro, con algunas manchas café que, si lo ves bien de cerca, te das cuenta de que están ahí. Yo le puse Jaguar. Traté de simpatizar con él, todo con tal de que no se defeque en el jardín. Como sabrán, limpiar ese rastro todos los días no es tarea fácil; queda impregnado y esparcido en el pasto. Planeé algunas acciones, desde echar vinagre hasta tirar sal esparcida o plantar ruda… pero siempre estaba él, dispuesto a hacer sus necesidades allí. Para mí, siempre fue una aflicción porque era el único que lo hacía. Revisé en la web una serie de ideas que a algunos les han funcionado, pero a mí nunca me dieron resultado. Rocíe una serie de brebajes naturales, y nada. Incluso ya sabía sus horarios, y cada vez que pasaba, yo saltaba como un atleta, como si anotara un slam dunk, palmeando el techo, que resonaba por lo menos una cuadra alrededor de la casa. El gato salía asustado, disparado como un guepardo; como ustedes sabrán, los guepardos son muy rápidos, los más veloces, pero creo que ese gato no tenía mucho que envidiarles.
Llegar a comportarme así fue porque ningún método funcionaba, y en mi frustración recurrí al susto, sin lastimarlo, por supuesto; yo soy amante de los gatos, y la idea era espantarlo solamente. Pero ninguna acción que hacía resultaba efectiva. Hasta que un día medité y me dije algo simple: los gatos, si lo hacen, es porque marcan territorio, y lo harán toda su vida. Cuando señalizan un lugar para hacer sus deposiciones, lo harán siempre. Es una lucha interminable, y yo ya parecía paranoico. Bueno…pensé como un gato. Así que si me ves orinar por las esquinas de mi jardín alguna vez de madrugada desde tu edificio, no es que esté loco. Estoy pensando como gato. Desde entonces, ya no hacen más sus «obras» la comunidad gatuna. Porque ahora yo marco mi propio territorio.
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