NOSFERATU: [LA LEYENDA JAMÁS CONTADA]

Capítulo 0. La Niña de la Sombra y del Fin del Mundo

Fuera de la luz y dentro de esa oscuridad, se creó un abismo, el abismo del mal insondable y oscuro. El que nunca habría de poseer un final. En las cuevas en las que la sombra se cobijaba, esperando a que iniciaran los juegos que realmente consideraba interesantes, todo crecía y giraba infinidad de veces, configurándose con maldad en los huecos que veía por doquier y solapada a las personas, era digerida sin llegar a producirles indigestión. La oscuridad, el mal, se decidía a tomar forma y lo conseguía, y ni los propios dioses tenían la fuerza suficiente como para poder desterrarlo del cosmos y que dejara de influenciar sobre él y de esparcir sus plagas tanto a lo largo como a lo ancho, en bosques, en el flujo de las mareas, yuxtaponiendo las órbitas de los cuerpos celestes y cambiando los soles y las lunas del lugar que les correspondía en el cielo, en la cúpula dentro de la cual brillaban incrustadas las estrellas primigenias despidiendo una tenue luz que tímidamente se irradiaba en los seres vivos y las cosas.

Ésta es la historia de cómo una simple niña llegó a ser creadora de un imperio que era demasiado grande y complicado de dirigir para ella, y cómo el mal le legó todo su escabroso y degenerado reino, pero por ese entonces, hacía mucho, muchísimo tiempo, existía la cultura de los tarsianos, que eran gente modesta que vivía de la agricultura y de los rezos diarios y se destacaban por ser inflexibles y que adoraban las virtudes, y no toleraban aquello que pudiera tacharse de fraudulento, y en esas épocas que fueron otrora gloriosas una pequeña había venido al mundo con el propósito de suceder a sus padres en el estimado oficio del sacerdocio. La niña se llamaba Aschxwin [se pronuncia ascx-güin], y era un ser muy centelleante y bondadoso, que se apocaba a ayudar a los más necesitados y buscaba quehaceres que fueran adecuados a su naturaleza servil y poco díscola, más habituada a obedecer y a complacer a los que la rodeaban que a abstenerse de cumplir con sus mandatos y caer en la rebeldía.

Aschxwin corrió trotando a donde se encontraba su madre, Tellarid, que la abrazó con recato y la invitó a entrar en la sala de los rezos, en la que el jefe del Consejo de Tarsis les impartía a los jóvenes menores de doce años las características que debían de poseer, a saber, la paciencia, la honradez y la servilidad, y la docencia y la sabiduría entre muchas otras que ellos alabaran. La chiquilla se plisó su vestido blanco y holgado careciente de mangas y se fue a ocupar su puesto, reclinada sobre una de las esterillas. Nadie volvió la cabeza, continuaron atendiendo a lo que impartía severo el maestro. Hasta que este terminó la lección y ellos salieron, excepto Aschxwin, que fue llamada por el sacerdote.

—Ven, hija. Hemos de tratar un asunto importante —le indicó Mwarfinos, su mentor, así como el de los demás niños de la Aldea.

—Sí, señor —asintió ella, y se sentó raudamente frente a él.

Tellarid asistía sonriente a lo que iba a decirle el maestro.

—Niña, tú vas a ser la próxima sucesora de tu padre. Vas a tener que enseñar los buenos oficios a tus congéneres. Eso es lo que te incumbe a partir de ahora.

Aschxwin se mordió el labio inferior, algo nerviosamente, y se acicaló su largo cabello rubio, que le caía lacio por la espalda. Era una cascada de trigo dorado que relucía con el fulgor de la juventud, y sus ojos azules como el profundo mar brillaron intensamente.

—Me complace saber que haré lo que es mi deber, maestro. Para eso he sido educada —dijo, haciendo una reverencia, gentil y formalmente.

—Bien, puedes marcharte. No te olvides de cuál es tu futuro.

El maestro asintió y la dejó marcharse junto a Tellarid.

Ella le refirió a su hija, en palabras amables y dulces:

—Ahora sabes que tienes que cumplir con tu legado. Te equivocarás muchas veces, pero has de seguir intentándolo. Levántate por mucho que te cueste. Resiste por más que te golpeen. Ser fuerte en esta vida no significa no ser débil al contrario de lo que piensas, quiere decir que debes afrontar el dolor en toda su inmensidad y aprender de él.

Aschxwin se había enterado de lo que le había referido su progenitora.

Llegaron a la puerta de su casa, humilde mas acogedora, y penetraron en ella.

Aschxwin saludó a su padre, Utru, yendo a abrazarlo fervorosa.

—Padre. Me han comunicado que voy a ser la mujer que imparta nuevas clases en la Aldea. Estoy tan emocionada…

—Que no se te suba a la cabeza demasiado pronto, cariño. —Él le apretó la mejilla, sonriente y con cariño manifiesto—. Recuerda que la soberbia denigra al hombre y lo hace caer en el pozo de la miseria. Nunca te dejes arrastrar por ella.

Aschxwin denegó ferviente.

—Jamás me atrevería a olvidar los preceptos que me habéis enseñado.

—Vamos a comer ya, querida —la avisó Tellarid—. Siéntate a la mesa.

Y así fueron transcurriendo las edades, sin que nada se viera alterado en lo más mínimo, y Aschxwin continuó jugando con sus amigos y obteniendo un mayor conocimiento acerca de los metales y las personas, y apreciaba que su paz, la que desconocía que fuera tan efimera, no hubiera sido aún cortada… Desgraciadamente todo lo bueno acaba en esta vida, sea más tarde o más temprano, y las penas acabarían por sucederle a ella y a su familia, y la asaltaron y le quitaron todo cuanto hubo amado… Ese fue el principio del fin de una era preñada de luz, y las lágrimas correrían a raudales de su rostro perlado de sudor y en su interior corrompido se fraguaría la ira que ardería incandescente, y nadie sería capaz jamás de extinguir su fuego y su sufrimiento sin igual… Todo equivaldría a cero entonces… Cuando se diese cuenta de que el daño cometido era irreparable e irreversible, y sus actuaciones además conllevaban que siguiera hundiéndose en el lodo que la apresaba y no le permitía una vía de escape válido…. La oscuridad llegó volando a su vida, arrasando los campos y tapando el sol y tintando las nubes de negro el día en que ella vio que sus padres se habían puesto enfermos, su respiración se tornaba agitada y ella no podía hacer nada por remediarlo. No entendía qué les estaba sucediendo, y aunque trató de que el curandero de la Aldea los curara, fue una tentativa inútil, que no dio los frutos esperados. Aschxwin no perdió sin embargo la esperanza.

La mantuvo aun en los días últimos en que la maldad que pugnaba por invadir su organismo e imperar dentro de ella, infestando sus canales y corroyendo su corazón perfilado de innata pureza, fuera a avisarla de que había de rendirse, no le quedaba otra opción más que deponer las armas. Aschxwin tomó la decisión, un poco reacia, de ir a buscar una ayuda extraordinaria al bosque en que moraban las bestias salvajes. Sus padres la disuadieron en vano de que no marchara a tan peligrosos lares.

—No lo hagas, hija mía. Corres el riesgo de no regresar viva —musitó Tellarid con voz quejumbrosa, agarrando sus delicadas manos entre las suyas.

—Si te arriesgaras a perder la vida por nosotros, nunca nos lo perdonaríamos. Te profesamos tanto amor que no podemos posibilitar el darte el permiso a fin de que lo hagas —murmuró Utru en unos susurros escuálidos, como si se hallara rogando.

Ella soltó sus manos y se dio media vuelta.

—Retornaré al hogar, y veréis que llevaba razón en lo que me había propuesto. Mis firmes convicciones no van a ser retractadas.

Y así pues, Aschxwin, siendo valiente y luchando contra el temor, caminando sin llevar nada más que la resolución que se mantuviese impregnada en su alma fortalecida a base de haber pasado por esas adversidades y perversas trampas que le había impuesto el mundo, y el azaroso destino, caprichoso como el viento, se adentró en la floresta espesa, que la fue desorientando y confundiendo en un afán de quitarla de en medio. Mas ella prosperó y se sobrepuso a las dificultades, arribando con trabajo a una cueva en la que no parecía haber signos de vida. Parecía el hábitat de un animal salvaje, o eso fue lo que se le antojó, y fue con mucho tiento cuidándose de tropezar y caerse o gestar movimientos improvisados e imprudentes. Las rocas le resbalaban en los pies, asimismo las fisuras traviesas que se delineaban por las rugosas paredes le laceraban las manos que le sangraban algo copiosamente, y sin embargo ella hizo de tripas corazón por soportarlo y aun al borde de la muerte, llegó al núcleo de la caverna. La negrura reinante en ésta la opacó, la aterrorizó por completo, y ella empezó a sudar, el frío le chorreaba gélido por la médula espinal, y dedujo que, en efecto, se había metido en un sitio muy oscuro y terrible.

El maléfico ser que la estaba esperando la miró sorprendido, y esbozó una gran sonrisa, haciéndose presente con la finalidad de que ella lo viera.

La observó expectante, mientras tanto ella grabó a fuego en su memoria prácticamente toda la figura negra que se había aparecido ante ella.

—Oh, eres una niña pequeña. No esperaba tal valentía y coraje de tu parte.

— ¿Quién eres? —le preguntó Aschxwin armada de curiosidad genuina.

—Ignoro si esto te sonará o no verosímil, pero yo vivo apartado del mundo y de todos puesto que soy un ser maligno, como podrás comprobar. Nadie me quiere y no estoy dispuesto a mejorar este cotidiano estilo de vida. He acabado por acostumbrarme a la soledad y a la ausencia de ruido. Muchos han venido a este rincón a pedirme que yo resucite a sus seres queridos, no obstante, yo siempre les he dicho que ellos no eran idóneos, y me los he comido. Los he devorado enteros. Se han disuelto en la nada de la que provienen.

Riendo sardónica, la criatura se asomó por las fisuras rocosas, definiendo su locura intrínseca que se enclavaba silbante en el cerebro aterrado de Aschxwin, martillando sus paredes y copándola de terror indolente, y no podía huir de esa macabra situación, lo cual constituía sin lugar a dudas lo peor.

Era sin lugar a dudas el escenario más extraño y horripilante que jamás hubiera contemplado, había huesos pelados desparrama dos por doquier, a todas partes a las cuales dirigiese, enfocase su mirada cristalina y vívida, y se apenó, miles de personas desafortunadas debían haber muerto tratando de enfrentar con arrojo, desafiantes, a ese despreciable ser que los insultaba y los asesinaba sin siquiera inmutarse, proclamando que era el dueño de las sombras y las tinieblas que rigiesen la tierra y las esquinas del mundo. Él era el antagonista de la vida, pero ella lucharía contra él, contra su opuesto y perturbador modo de ver las cosas.

—Yo he venido a sanar a mis padres, debido a que son lo más relevante que tengo en este mundo. Y no puedo dejar que se mueran en mis brazos.

—Eso es alentador. Supongo que, evidentemente, no has podido resistir la tentación de recurrir a la magia negra.

El ente pálido, cubierto de sangre seca su rostro y de sombría expresión, alentando a la muerte que se desplazaba tenebrosa aleteando sobre la menuda figura de Aschxwin y se colaba en sus agujeros, mezclándose con los fluidos que escaparan de su cuerpo rosado y joven, la tomó del mentón, virulento, y a continuación se rio jocoso, prorrumpiendo en sonoras carcajadas. Se estaba burlando socarrón de ella, mas la niña hizo acopio del valor que pudo juntar y miró impertérrita la faz de la criatura que bien podría estar poblando sus más grotescas y sangrientas pesadillas luego de unos concretos instantes.

—Tú eres a la que yo escojo. Ahora escoge tú, niña.

La criatura de piel lechosa y moribunda, envuelta en un manto negro como la misma noche virgen y prístina, exudando malicia y sombría malignidad, se cortó en el brazo mediante sus largas y delgadas uñas, similares a patas de araña, y se revolvió mostrándole su brazo. Después de realizar esto, procedió a lo siguiente. Vertió la sangre en un cuenco que daba la impresión de ser una calavera humana.

Aschxwin se rebulló presa del asco, viéndolo algo repulsivo, mas él la condujo a que bebiera de ese líquido rojo y candente que manaba de su físico todavía más repugnante.

—Escoge. Si continuar perteneciendo a la humanidad mortal y dejar morir a tus padres por culpa de tu cobardía o mejor, y es más conveniente para todos, renunciar a ella y aumentar unos poderes que ganarás en cuanto te los traslade a ti, y salvarlos y que tengáis un final feliz.

Esto lo pronunció con una mueca irónica en su cara, dando a entender a la chiquilla que se escondía algo más secreto y lúgubre entre bastidores. Pero ella tomó el cascarón vacío del que se deslizaban innumerables las gotas de sangre negra y cuajada y de ella bebió, y notó inmediatamente después el poder que se traspasaba a ella fluyendo rítmico en sus venas y a través de sus brazos y piernas, el corazón bombeaba sangre incesante y se incrementaron los latidos cardíacos… Se revolcó en el suelo terroso de la cueva, le ardían la garganta y los ojos. Se apretó las sienes y más tarde se levantó, empalidecida pero ya recobrado su juicio.

—Felicidades. Ahora eres una hija de la Sombra. Nacida de la luz, pero convertida al mal. Hija de los nuevos demonios que corretearán por tu ínterin. Te llamaré Nosferatu, sopeso que ese nombre es el propicio, el ideal para ti. Ella estaba segura de salvarlos a cualquier costo. Fueran cuales fueran las horribles condiciones que el destino le deparara a ella. Iba a ser responsable y darles a sus padres la felicidad de la que eran merecedores. —Has heredado el poder antiguo y arcano del que yo me enorgullezco —agregó la sombra, enseñándole sus caninos distendidos que refulgieron plateados en las sombras que los circundaban revoloteando.

—Bienvenida al mundo de las sombras, el tétrico reino de los que no tienen a nadie y lo han abandonado todo, Nosferatu. Este es el fin de todo lo que conocías. Prepárate para atisbar todo lo que puede lograr un poder de tal envergadura, sumérgete en lo desconocido. Ahora eres un Vampiro, un ser hecho de magia prohibida, que intenta emular a los dioses, nacido del pecado original, un balance entre el bien y el mal, los conceptos primeros que forjaron los padres de los hombres. Tienes una indeseable inmortalidad.

Nosferatu, ya vuelta en su carne y en su espíritu un ente oscuro y lánguido, se tambaleó y se apostó luego en seguida de pie. Gruñendo colérica, vio que sus rubios cabellos se desvanecían y se volvían albos cual la nieve que se aposentara en las cumbres de las montañas, y que le habían crecido increíblemente las uñas y sus dientes eran más puntiagudos y punzantes que antes, y tenía una sed enorme emergiendo latente de su ser encadenado al infierno y que jamás encontraría cabida en el paraíso que le reservaban los dioses a las buenas personas.

—Soy una traidora a mi pueblo, mi sangre se ha vuelto corrupta, he dejado de ser noble… —se lamentó apenada, entristecida.

El tipo pérfido repuso secamente:

—Ya no hay vuelta atrás, es lo que has deseado. Y no te han importado las consecuencias de tus actos temerarios.

—Yo prometí que los rescataría de la muerte, ¡y tal cosa haré! —exclamó ella dando una patada al sórdido pavimento terroso.

La sombra volvió a reírse, gesticulando lleno de viveza.

—Ay, pequeña, el mundo es mucho más grande y difícil de lo que crees. Lo entenderás cuando veas las numerosas facetas de las que dispone. Las mil agujas que se hincarán en ti, y entonces desfallecerás y nada podrá ayudarte a salir del embrollo. Has pagado un precio muy alto por esta solución. Acabas de vender tu alma al demonio. Y te arrepientes de esto, mas ya es demasiado tarde para cambiar lo que fue. Luego te puedes ir. Ya. No necesitas seguir en mi maloliente y hediondo antro, niña.

—De acuerdo —dijo ella, y se dispuso a añadir impertinente—: De todas maneras ya pensaba marchar de tu repulsivo cuarto de juegos. Es de lo más desagradable que he visto en mi vida. Y tú, permíteme que te diga una cosa… Eres un tipo que es muy malo con los suyos. Supongo que no ando muy desencaminada si afirmo que no gozaste de una vida alborozada. Lo siento por ti. Pero no trates de engañarme, pues los dioses no se olvidarían jamás del que violó las leyes elementales del universo. Vas a ser castigado por su ira —le aseguró firmemente.

La malvada entidad se encogió de hombros, exhibiendo la despreocupación que lo invadiera por cada recoveco inmundo y traicionero.

Capítulo 1. El Testigo de la Verdad

—El vampiro es un ente que se alimenta de la sangre y la energía vital de los demás seres vivos, un ser de poderosa fuerza y voluntad al que todos los otros monstruos han de verse obligados a acatar en sus órdenes dictaminadas. Tú a partir de este magnífico poder que yo te he ofrendado, vivirás en la noche perpetua y morderás a los humanos y los mancharás y los dejarás alelados y muertos; este es tu nuevo sino, uno del que no podrás jamás escapar por mucho que lo anheles. Hasta nunca, Señora de las Sombras, Reina del Jardín Colgante de Sangre, Diosa Absoluta de la Noche y Faz Tenebrosa de la Muerte. Tú serás el comienzo, el preludio a un orden innovador en el mundo. La inmortalidad que pesa encima de ti, la que cargas sobre tus hombros, no es sino una maldición injusta que llevará a todo a la catástrofe, a desintegrarse en el aire ceniciento tras las lluvias torrenciales y los truenos que azotan a animales y hombres. Lo que te digo lo atestiguarás pronto por tus propios ojos, Nosferatu.

Y diciendo esto se perfiló en las facciones del ente sobrecogedor y ladino un retazo de malignidad que ella ansió retener en sus archivos nemónicos, mas no pudo y la sombra se evaporó y cesó en su existencia maldita y desgastada. Nosferatu se incorporó trabajosamente y salió de la cueva, a una mañana que le prometía multitud de acontecimientos fatuos y funestos.

Ella no diferenciaba la Verdad de la mentira, de todos modos, ¿cuál era la Verdad verdadera, veraz, sincera, en esos momentos en que había sucumbido al mal que no portase un nombre? La Verdad se deslustraba, se deslucía, desfigurándose, y se hacía indeleble y se volvían añicos los sueños que hubiese albergado en su seno ennegrecido, y espinoso, cuajado de tormentosas dudas que resonaban estentóreas en su raciocinio, en las cavidades que lo conformasen. La Verdad absoluta es muy cuestionable, y por supuesto difiere del punto de vista que tenga cada uno. Con todo en derredor suya vuelto del revés, Nosferatu sentía una inseguridad angustiosa que la apresaba y se vaciaba en sus intestinos, arrebatándole las emociones que no fueran necesarias nunca más.

No sería eficiente si las seguía conservando, la rabia, el odio, el dolor, la ira que se apelmazaban en su mente, todas esas emociones apretaban sus intestinos y le recordaban que se había convertido en ese horripilante ser a base de jugar con los dioses y creerse mejor que ellos. Había enlazado sus sentimientos humanos con un cuerpo que no lo era en absoluto. La Verdad era relativa según desde donde se proyectase, y el paso del tiempo le haría entrar en razón, razonando entonces que, así pues, ella no podría pertenecer a un mundo que había terminado abandonando a la deriva, y que zozobraba en las aguas de un mar neblinoso y putrefacto.

Consistía su naturaleza inyectada de ardor en una ferocidad inigualable y voraz, una predominante supremacía y la posibilidad de transformar a los humanos en sus presas; alzó la cabeza y observó al cielo azul del alba, que se estaba tiñendo paulatinamente de un gris feo y avinagrado, ella necesitaba un suministro de energía y de magia. La provisión directa sería sustraer sangre de un humano o un animal; posteriormente a Nosferatu no le supondría ningún problema real el matar a un ser ajeno, mas recién iniciada en ese caótico viaje, ella no entendía lo que tenía que llevar a cabo todavía, y se rehusaba a producir daño. Anduvo cojeando y torpemente hasta que puso los pies en el río, y este le fue mojando las delgadas y frías piernas, y ella constató que sus ropajes estaban arrugados y sucios de moho y tierra, y saltaba a la vista que sus sentidos se habían agudizado, sus pupilas carmesíes se contrajeron ansiosas y febriles, buscando en todos lados un objetivo, ella intuía sutilmente que era capaz de controlar ese sistema tan raro, que le cogía el tranquillo; en suma, que podía superar cuantos objetivos se propusiera y se le interpusieran en el camino.

Nosferatu se plantó en la tierra, afirmándose, y volvió el cráneo albino hacia todas partes, oyendo los sonidos que proferían el bosque y las montañas gracias a sus sentidos amplificados. Las arañas tejiendo eficaces sus telas, con el objeto de cazar a las mariposas que fueran atraídas por su geométrica belleza, el discurrir del agua de los riachuelos, que iba llenando la cuenca fluvial, las bestias silvestres y agrestes que corrían en estampida por los árboles que los protegían de sus depredadores… Nosferatu estaba ávida de encontrar una respuesta que explicara su infortunio. Y, sin embargo, los dioses no podían disolver las tenaces agujas que pinchaban su corazón, aplicándole múltiples y crueles descargas eléctricas. Se arrodilló en el río, con el agua encharcando sus ropas, y hastiada de vagabundear sin llegar a hallar algo satisfactorio, de emprender la búsqueda para retornar al punto de partida, rompió en dos una roca usando nada más que su fina mano.

Vio con horror y sorpresa que, en efecto, lo que dijera la sombra era la Verdad que a ella le había tocado soportar. Sus venas reventaban en sus manos, recorriéndola rojas e hinchadas, y su piel blanca como las nubes que se desplazaban por el firmamento no toleraba la luz del sol, que podría dañarlo.

— ¡¿Qué es lo que soy en realidad?! —gritó desaforada, en desesperación que colgaba de sus entrañas descarnadas, estallando su alma en sollozos, clamando a que los dioses benévolos la atendieran.

Nadie contestó a sus miles de interrogantes, nadie la escuchó ni la amó entonces, y ella se quedó llorando aterida y rota, inquebrantable era la suerte que habría de correr. Los pájaros trinaban gorjeando jubilosos, y ella puso a prueba sus habilidades divinas e insuperables, sobre humanas y malditas. No había válvula de escape que la renovara. Se había quedado sin nada, excepto porque ahora poseía un poder que nunca se había imaginado ni en sus sueños más ideales y sustanciales.

Nosferatu se transportó velozmente, raudamente a todos los recovecos del gran bosque en que gritó inmersa, imbuida en histrionismo, queriendo apaciguar y calmar su padecimiento tan hondo que nadie era capaz de compadecerla y creerla. Ella ya no podía confiar en las personas, estaba sola en el cosmos. Los vientos de la furia y del pesar le fueron arañando el rostro, reemplazadas sus anteriores felicidad y virtuosismo por decaimiento y abnegación. Nosferatu caminó evitando detenerse en los senderos que llevaran a la Aldea y otros pueblos, sin comer nada, hasta que al final se encontró con que debía de ir a su hogar, o a lo que lo fuera en una época más gloriosa y pacífica. La paz no existía una vez que ella amenazara la existencia de los seres humanos.

Ella había caído en la trampa que le había tendido la sombra, el ente misterioso que la sustrajera de su pasado, arrancándole tanto su humanidad como su dicha. En esa niña sudorosa, hambrienta y enloquecida persistía una parte de ella que se negaba terca a asimilar lo que hubiera obrado, y que eso estuviera mal, y quería volver atrás la cara y mirar hacia otro lado.

Pero estaba perdida su esperanza, y la Aldea se desmoronaría en breves momentos, dado que ella tendría que intervenir para destruirla y ahogarla en la muerte que se reía sarcástica de su desgracia y le susurraba al oído las opciones a tomar. Nosferatu llegó a donde se hallaba su casa, o lo que quedara de esta, y la ausencia de amor en su ambiente la plenó en desaliento. Sus padres se descubrieron, revelando su desconcierto que los cubría. Se mantuvieron perplejos y quietos, mirándola sin acertar a articular una sola palabra.

Tellarid se aferró a su marido, señalando a su hija. O lo que ella, en su vana ilusión dulzona, habíase creído que lo seguía siendo.

—Aschxwin, mi niña, mi vida… Eres tú.

Utru la empujó a que se acercaran a ella, que no se meneó ni un ápice, olfateando el aire enmohecido, escudriñando todo para plasmarlo en su masa cerebral, pensando qué beneficio sacaría de meterse en un problema como ese.

—Cariño, vuelve con nosotros. Cuéntanos qué te ha sucedido.

Utru le sonrió, y Tellarid se dirigió a ella rápida y le pasó una manta por los hombros huesudos y la atrajo hacia sí, estrujándola en su abrazo amoroso y comprensivo.

—Te hemos extrañado tanto, Asxchwin… Cómo es que has tardado en volver días…

Nosferatu se separó de ella de un empellón que ejecutó vivamente, sus dientes los sobresaltaron y los indujeron a titubear.

—Te equivocas, yo no soy vuestra hija. Ya no más. Soy Nosferatu. Un ser completamente diferente. Un ser que se arrastra en las tinieblas…

— ¿De qué estás hablando, cariño? Tú sigues siendo Asxchwin, claro que sí.

Utru se le aproximó y la tomó de las manos, las cuales estaban gélidas similares a témpanos de hielo.

Ambos exteriorizaron su angustia y su asombro apabullante a través de sus signos corporales. Ella no podía culparlos, era normal que sintieran miedo de ella…

—No te odiamos, Asxchwin. Vuelve a casa con tus padres. Vamos a cuidarte siempre, hija mía —añadió Tellarid, y se afanó en tocarle un poco la faz, pero Nosferatu se evadió esquiva de ese contacto, retrocediendo.

— ¡No pronuncies más ese nombre! —chilló cogida por la ira que barbotaba en su organismo intrépido y conocedor de una vasta locura que la desalmaba y la denigraba.

Era palpable la tristeza en las caras de su familia, mas ella solo podía irse… Alejarse de ellos para siempre, o de lo contrario estarían condenados…Y ella se había sacrificado con la misión de salvarlos de la negrura que se ampliaba y los quería arrastrar hacia las profundidades…

— ¡Debéis alejaros de mí, o estaréis en grave peligro! ¡Mi destino es ineludible, ya no puedo disfrutar de los placeres de una vida tranquila! —Les mostró sus manos mortecinas y pálidas, engullidas por la maldad, y sus ojos rojizos los escanearon malvados—. ¡Dejadme en paz! ¡He dejado de ser humana! ¡He elegido servir a las tinieblas!

Sus progenitores empezaron a temblar, pero aún atenazados por la incomprensión y la incertidumbre su madre dijo, agarrando sus vestiduras ensangrentadas:

—Somos tus parientes y nunca vamos a abandonarte. Aunque hayas arruinado todo con una nefasta decisión, haremos que te sobrepongas a tus errores… Recuerda tu lección, Asxchwin…

El astro rey salía por las cumbres montañosas ascendiendo, y la iluminó por entero, quemándola, hiriéndola. Nosferatu fue reculando, y sus chillidos de dolor repelieron a los testigos de ese extraño acontecimiento. Unos transeúntes y aldeanos que pasaban por allí también lo vieron, y se creyeron que era un espectáculo estrafalario.

— ¿Quién es ese ser, tan calcinado y escalofriante? —inquirieron.

Nosferatu jadeó, sus fibras estaban abrasadas, achicharradas, no percibía sus palpitaciones del calor que cundía en su cuerpo debilitado, y las vísceras se estaban regenerando a ojos vistas, menos lentamente de lo que había supuesto en un principio. Las costras de piel que habían ardido se pegaban por arte de magia a su coraza cutánea, su cutis retornaba a su antiguo color, y se plegaban las células y se regeneraba todo, curándose del daño que había recibido.

—Ésta es una de mis debilidades —dijo ella, en un estremecimiento.

Tellarid exclamó lastimera, con voz ronca:

— ¡No puede ser, mi niña, mi Asxchwin, en qué te han convertido!

—Ya no soy la misma, he pedido que me dejéis tranquila. Si de verdad me amáis, lo entenderéis. Adiós.

Ella hizo un esfuerzo supremo por marcharse, pero Utru le tiró del brazo hacia ellos.

—Te ayudaremos. Colaboraremos contigo. Te ocultaremos en las sombras. Aunque sea lo único que podamos elaborar por ti, para que estés a salvo.

Nosferatu dibujó una sonrisa amarga y sesgada en su boca, que se columpió traviesa.

Se volvió a ellos, gruñendo con su mirar acerado:

—Ya no soy parte de vuestra vida. ¿Es que acaso no lo entendéis? Me he transmutado en este monstruo por vosotros. Con la finalidad de curaros. Si os morís por protegerme, este sacrificio habrá sido en vano. Me voy. Hasta siempre.

Una lágrima habría bastado para purgar su dolor incomparable e incómodo. Pero incluso ella, un ser que no podía morir, era incapaz de llorar. Lo deseaba, y contrariamente a lo que pensaba, las lágrimas se habían secado. Nada arreglaría ese destino de inmundicia en que tenía que dejarlo todo lejos de sí, pues lo que tocaba se caía a trozos, se moría, perdía su luz y renacía en la oscuridad…

Tellarid y Utru se volvieron pavorosos y en pasmo al avistar a los vecinos que se iban acercando a ellos, armados de palos y de agua.

—Esta es agua bendecida por los dioses —dijo Mwarfinos, líder de los ancianos del cónclavo, perteneciente al consejo de los venerables superiores tarsianos.

Los niños y los mayores estaban apilados junto a él y por detrás de las figuras altivas de los ancianos, quienes se fijaron en Nosferatu con evidente desprecio pintado en sus rostros.

—Tú, un vil monstruo, no se merece que le digamos nada. ¡Vete de aquí, ser del mal, heraldo de la muerte tenebrosa!

Y agitaron sus armas, pero ella no se decantó en irse para el lado opuesto lo más mínimo. Reparó en sus oponentes en actitud desafiante, esquivando las franjas de luminiscencia que se recortaban hendiendo en el suelo.

—Habréis de arrepentiros de lo que habéis dicho. Lo mejor es que huyáis de mí.

Y, no obstante, ninguno de los aldeanos llevó a cabo tal acción.

Mirando a Tellarid y a Utru, que permanecían apostados a un lado, suspirando gimientes y asustados, les preguntó el anciano sacerdote en voz autoritaria:

— ¿Por qué razón ayudáis a un ser de su calibre? ¡Es un monstruo que únicamente desea aplastarnos y matarnos! ¡Dadme una explicación plausible que aclare toda esta insensatez!

Tellarid dio un paso al frente, con Utru de la mano. No parecían dispuestos a ceder en su empresa de defender a Nosferatu de los ataques de los ignorantes que preferían despreciarla. Ella entendía que eran sus padres los únicos que osaban protegerla, a ella, que hubiera traicionado a los suyos solo para que no sucumbieran a las sombras y se fueran al otro lado, su persistencia extraordinaria aún la dejaba atónita, sin aliento.

—Ella es nuestra hija, Mwarfinos. No va a herir a nadie. Es de los nuestros.

—Se trata de Asxchwin, a la que tú has señalado como sucesora de nuestros legados y sueños y lecciones.

Estaban orgullosos de estar desafiándolo, Nosferatu lo sabía a ciencia cierta, pero la verdad se presentaba cruda, y los enviaba de cabeza al precipicio. Y de él jamás de los jamases saldrían con vida. Ahora bien, ella era del bando de los muertos, una representante de la oscuridad, y mucho más potente que esa sociedad patriarcal y tradicional que le había inculcado unos valores que ya no existían para ella. Así que le dio rienda suelta a su cólera, barriendo con los tormentos que se encasquetaran en los adversarios.

Lanzándose a la noche, ella profirió su mensaje eterno:

—No es cuestión de ser o no ser, yo soy una existencia retorcida que experimenta una vida muy distinta a la que había soñado alguna vez. Por eso os exijo que me dejéis sola si queréis vivir. Si no, entonces tendré que mostrar mi entusiasmo y demostrar de lo que estoy hecha verdaderamente. No me reprimiré mis ansias de conquista.

Mwarfinos apretó la mandíbula y le escupió:

— ¡Los monstruos deben ser erradicados del mundo! ¡Tú no saldrás ileso de esto!

Ella lo interpretó como una proclamación de guerra.

—Supongo que esto era esperable. Es crucial que gane yo en esta guerra. Vais a tener todas las penurias que os merecéis por haberme llevado la contraria.

Y se difuminó convirtiéndose en niebla, y en forma de murciélago Nosferatu fue viajando en la noche joven y oscura, negra como boca de lobo. Ella era la líder de los seres que habitaban en las sombras, y viviría en la noche por toda la eternidad, rindiéndole culto al mal. Mientras ella se esfumaba, los aldeanos se decidieron a rizar el rizo.

—Esto ha sido llevado al límite —proclamó Mwarfinos enfadado—. Nosotros vamos a vencerlo y asesinarlo, y cumplir nuestro deber en el cosmos. Los dioses nos lo agradecerán.

La lucha no estaba igualada, pero ellos ya eran conocedores de algunos defectos que se dispondrían en emplear en contra de Nosferatu.

Asinthow había llegado a su objetivo en más de dos meses, y respiró henchido de alivio. Al contemplar detenidamente la Aldea a la que acababa de arribar, la sonrisa se borró de sus rasgos cansados por el exhaustivo viaje tan pronto como se había esbozado en estos. Ese no se correspondía con la imagen del pueblo que se había formado en su cerebro, elaborada por los mapas y dibujos que había visto y terminada de corregir y trabar por las minuciosas y trabajadoras células grises.

Él se vanagloriaba de ser un forjador de metal, un erudito que sonsacaba los mayores conocimientos de los libros de texto que hubieran escrito sus antecesores del oficio, y al ir traduciéndolos comprendía cosas que antes no había sabido captar, y su perspectiva y percepción del mundo se extendían, y entonces él se alegraba de pertenecer al círculo de eruditos de la sociedad de Tarsis. Era su orgullo y su felicidad, su vocación y su único propósito en la vida. Le gustaba estudiar las religiones, abundar en sus predicamentos y guardarlas en sus mentes metálicas con el objeto de que se perdieran o fueran olvidadas. Así él se las trasladaba a los forjadores de metal que querían procederlo, y las sucesivas generaciones estaban al tanto de esa clase de conocimientos que los enriquecía y los colmaba de dicha. Él era un entusiasta, y sin embargo muy realista, de sentido común enorme, y que no negaba que las cosas sucedían mal cuando efectivamente era así. Asinthow era el típico hombre de estudios, letrado y que trabajaba escasamente su fisonomía, de elevada estatura y gran capacidad cognitiva, servil e inclinado a ayudar a los débiles, a los que precisaban de atención o requerían su auxilio.

Él tenía unas mentes de metal, unas habilidades secretas que escondía en sus pendientes y los collares y brazaletes que llevara puestos y que no exhibiera públicamente, por temor a desagradar a las gentes, y era habitual que cuando fueran necesitados estos poderes él los desvelaba, y se crecía en potencia y agilidad y velocidad, transmutado en un héroe perfecto que rescataba a las almas descarriadas. Su pelo negro y rizado le caía en cascadas por los hombros estrechos, y su cara y su espíritu rectos, centrados y llenos de responsabilidad y respeto se traducían comunicando a las claras que era un devoto sacerdote, orando todas las jornadas en cuanto los atardeceres venían y las luces vespertinas lo envolvían y se enroscaban alrededor de él. La Aldea era su casa y su madre, la que lo había acunado en su seno, y le inspiraba una pena tremenda que se estuviera echando a perder, y el fuego y el humo ardieran en ella incandescentes y de forma inconstante e intermitente, quebrándola y dejándola irreconocible.

— ¿Qué es lo que ha pasado aquí? La Aldea no es ya como yo la recordaba.

Fue andando en derredor a fin de encontrar a sus conocidos y vecinos antes de que estos hubieran desaparecido o les hubiera acontecido algo peor. Asinthow [se pronuncia asín-tev] se desplazó por toda la Aldea, viendo asustado y horrorizado las casas tapiadas, las personas que se juntaban en terror en las calles inamovibles, y la apariencia de abandono e intransigencia que lo circundaba todo, como un fuego arrasador que nunca podría extinguirse. Las llamas y el humo lo guiaron hacia un edificio que estaba ardiendo en medio del pueblo en la plaza en la que asomó a mirar. Los ancianos y demás sacerdotes, las mujeres y los chiquillos asistían a la quema del edificio que albergara al anterior consejo de Tarsis.

—Ahora tendremos que volver a reconstruirlo, pero todo sea por matar a ese monstruo —rumiaban los asistentes a la pira.

—No sé a qué se refieren. ¿Será un monstruo horrible el que anidaba entre nosotros, y se han deshecho por tanto de él? Desde luego, ha sido algo precipitado que quemaran el consejo…, no comprendo porqué motivo han aprobado esto, a sabiendas de que esto acarrearía más problemas… A pesar de que sea inapropiado, yo lo veo bien, a fin de cuentas, es en caso de amenaza…

—El peligro que se generó antes ya ha sido destruido. Habíamos de preservar nuestra seguridad ante todo —dijeron los tarsianos, y se fueron retirando del lugar que se quedaba abrasado, sin una señal que alertara de que el monstruo seguía viviendo, pero de improviso se descargó un aullido letal y estremecedor, y Nosferatu salió de las sombras, perdiendo su neutralidad.

No podían entenderse nunca más. Su pueblo la había rechazado, y eso conllevaría que ella tendría que marcharse… Ya nadie la miraría a los ojos, y estaría inhibida y en completa soledad… La regeneración se activó cundiendo primorosa, y las heridas se le cerraron ante todos, que miraban sin resuello cómo ella apelaba a que sus poderes primordiales cobraran más fuerza. Ya no habría consenso, sino una batalla a muerte. Nosferatu entrecerró los ojos, envarada, y se confirmaron los peores pronósticos de los seres humanos. Asinthow se percató de pronto de que había actuado de una forma francamente estúpida. Nada hacía presagiar el trágico desenlace que iba a tener el futuro de Nosferatu.

No la admiraban ni amaban, y en las magnitudes de su locura, denegados sus derechos y con más obligaciones de las que podía cargar sobre sus espaldas, se estaba desquiciando. Estaba in extremis.

A un aterrado Asinthow se le había quedado grabada en la retina la imagen fragmentada de una niña que deambulaba en las tinieblas, flanqueada por cadáveres y destrucción y muerte… Debía marcharse de ese sitio desolado antes de que fuera demasiado tarde. Se volteó y se marchó andando rápidamente. El fuego no era aplacado, y sus esquirlas llegaban al suelo… Pero una sombra se intercaló en su avance, y en la negrura de la nocturnidad, Asinthow se encontró con Nosferatu, aquel ser que había perdido su prestigio y su vida, y se presentaba ante él produciéndole horrores.

—Tú… Dame tu sangre. La necesito.

— ¿Cómo ha sido creado un ente como tú?

—No tengo igual. No tengo historia. Soy una leyenda y una farsa. —Su tez blanquecina se tintó en sombras desiguales, acuciada por la disparidad. Iban a morirse las esperanzas de Asinthow en esa mirada pétrea y que estaba repleta de desavenencia—. Mi nombre… Ese es Nosferatu, y soy hija de los demonios. Mi pasado no es importante.

Asinthow se volcó en ella, enternecido. De algún modo, esa niña no le insuflaba tanto repulso como sí pena.

—Yo te ayudo, si lo quieres. Te daré mi sangre, si eso es lo que puedes tomar.

—La noche es mi reino, la sangre mi sustento. Las almas de los muertos me seguirán cuando yo alce los dedos. Nuestros corazones se fusionan en uno. Los demonios me llevan al campo de batalla. Estoy preparada para luchar antes de que el sol salga por las cimas de las montañas. He inaugurado una nueva era. La danza mortal con el Vampiro comienza, y su líder se encuentra frente a ti, humano. Dime, ¿vas a obedecerme? ¿Puedes prometerme que todos tus huesos lo harán a una sola movida, en una melodía única?

—Es imprescindible conocer quiénes somos y de dónde venimos. Tú, ¿quién eres?

—Ya te he dicho que no te hace falta saberlo. Tú limítate a obedecerme.

Asinthow lo entendió, y se deshizo de su pañuelo, dejando su cuello al descubierto.

—Yo… ¿Voy a convertirme en lo mismo que tú? —preguntó preocupado.

—Ah. Veo que eso es lo que te inquieta —una sonrisa flotó ondulante en los labios de ella, y se recogió el pelo tras la oreja. —No te devanes los sesos pensando en eso. Reconozco que es una vida mísera y triste pero no vas a necesitar comer o beber. Si acaso dormir, mas dormirás en un ataúd y podrás llamar a los murciélagos y acudirán en volandas a tu lado. Necesito un ejército para mi, que me sirva y ejecute lo que le pido. Así no cometeré más errores. No hay negociaciones. Seré la reina del Reino de la Sombra, predecesor de la Catástrofe que se avecina sobre el cosmos. Y tú eres y serás mi lugarteniente.

—Comprendo… Señora.

Asinthow se quedó absorto, embelesado, al mirarla, y contuvo la respiración al abalanzarse Nosferatu sobre su cuello, hincando en él sus colmillos y bebiendo de su sangre.

Enderezado, Asinthow notaba un poder que fluía por sus venas, avivando el fragor de su sangre.

— ¿Qué es lo que soy ahora? —inquirió.

Capítulo 2. Guerras de Sangre: Emperatriz de la Noche Eterna

Nosferatu sonrió y lo miró atenta, frunciendo una leve sonrisa satisfecha.

—Ahora eres de los míos. Te he transferido mi sangre, y por ello, un poder inhumano con el que nunca te habías atrevido siquiera a soñar. Este es el comenzar de las Guerras de Sangre, el momento en que los vampiros y los humanos se hacen una escisión total y luchan por ver cuál de las dos razas prevalece. Puede que no me confieras ningún crédito, pero no tengo problemas con ello. No es fácil creerme, pese a que lo que te estoy contando es verdad en todos los detalles. No puedo decirte más, lo restante tendrás que averiguarlo tú por tu cuenta. Siento haberme comportado de una manera así de brusca…, sin embargo, lo más preciso es hacerlo ya. Prepararse para batallar. Es indispensable reunir a más vampiros, crear un ejército que yo pueda dirigir y malear. Hemos condenado a los humanos, y al mundo. Tú eres invulnerable, eres inmune a las necesidades humanas. Solo necesitas la sangre y la noche a fin de vivir. Y no quiero que me hagas sentir despechada. Agradéceme que te haya dado este tipo de recursos increíbles.

Las sombras se deslizaron por su semblante, y Nosferatu se incorporó impasible y fue quitándose las pelusas que se le habían quedado adheridas a su vestido negro.

Incurría en Asinthow la maraña de la escasa certeza que no tenía, y que lo estaba volviendo loco, y girándose hacia ella, dijo en un murmullo que amenazaba con naufragar:

—Tengo varias preguntas. La primera es: ¿por qué motivo has hecho algo como esto. La segunda es: ¿por qué me estás conminando a que me una a ti? Y la tercera y más relevante, ¿quién eres y qué es lo que buscas?

—Las contestaré por orden, quédate tranquilo.

Ella entornó su mirada roja e imponente, y su carismático carácter relumbró aún en la sombra que la embargaba. Era un ser que exudaba melancolía y a la vez, un poso descomunal de rabia y repulsa contenidas. Se le figuraba que debía de odiar enormemente al mundo para que resultara lógico que reaccionara con las pretensiones de querer apisonarlo.

—Te aseguro que yo no odio nada, eso es bien cierto.

Asinthow tragó saliva, amedrentado por su ominosa presencia. ¿Ella en verdad le había leído la mente, había penetrado en ella? ¿Cómo era posible tal acto desmedido, por todos los dioses?

—En lo que respecta a mí, yo no tengo vida. No soy nada ni nadie. Ya nadie me quiere ni me busca. Yo misma me he condenado. La oscuridad me persuadió de que me transformara en un ser terrible, me legó su malicia y su perversión, y yo di mi adiós al mundo con mi ánimo deplorable, agotado y seco. No soy referente de liderazgo, solo de desesperanza. Por ello, no has de escuchar lo que te haya contado sin reflexionarlo tú mismo previamente.

Se retorció las manos en crispación, y sus pesadillas inimaginables comenzaban a tomar forma, a personarse y no se irían, causando un daño irreparable. Había desatado grandes tornados que habían reducido las cosas a escombros y matado a las personas, pero Nosferatu no daba muestras de redimirse o de arrepentirse de lo que había gestado.

—No deseo recordar lo que fui, simplemente porque no me valdrá en absoluto para escapar de esta dura realidad que he creado. No me toques o serás quebrantado y absorbido por la marea negra del mal. Y te incito a que vengas conmigo puesto que necesito a alguien de mi idéntica condición que sea un idóneo oyente de mis increpaciones inenarrables. Y bueno, he hecho lo que creía que era correcto. Quizás yo he infringido las leyes de la naturaleza existiendo y naciendo como este ser, pero no puedo hacer más que seguir viviendo. Soy inmortal y terrible. No atesoro nada y no deseo nada. Solo sígueme, y cumple con mis mandatos. Te llamarás Nostradamus, y serás mi mayordomo, mi lacayo, mi confidente y lo más parecido a un amigo.

—Eso haré, mi señora. Ahora vivo por y para vos. ¿Así he de llamaros?

—Sí —dijo ella escueta y parsimoniosamente.

Y ambos elevaron sus cabezas, viendo cómo la ceniza caía del cielo y los volcanes entraban en erupción.

—Todo está favorable al Mal. Discurre como este lo hubiese querido. Y nosotros, que somos partidarios de este, nos escabulliremos y viviremos en la noche. Partimos ya. —indicó Nosferatu apresurada, y Nostradamus siguió su paso ágil y gracioso.

—En estos precisos momentos, yo seré la que cree a la raza de los vampiros sobre el mundo, y lucharemos contra los hombres. Pero de momento, nos mantendremos ocultos. —La vampira hizo un movimiento enérgico con su mano infantil y que no concordaba para nada con el aura que exudaba su cuerpo todopoderoso, omnipotente y omnisciente—. Vamos contra el tiempo y contra el origen mismo de la vida, pero no regaremos la tierra de la sangre de los hombres a menos que no haya otra opción. Por ahora, necesito a más gente dócil y sensata.

Sus ojos centelleantes se achicaron, buscando en torno de ellos dos a algunos individuos que les pudieran ser de ayuda y colaboraran en formar un grupo de ataque, un reino nuevo y poderoso, que bramara sangre desde todos sus puntos.

En medio de los ardientes y enfebrecidos pueblerinos, que gritaban al candor del fuego, y agitaban sus armas, y los pequeños lloraban desconsolados a sus madres que se habían desaparecido, y se desenrollaban la angustia a la par que la desolación que encasillaba en todos ellos, Nosferatu fue seguida dócilmente por el solícito Nostradamus, que ya se estaba planteando dejar a un lado los estudios de los códices perdidos de los reyes de la antigüedad, y se encauzaba hacia la devoción y el actuar de un modo que le resultara servil y el mantenimiento de su espectacular y peculiar ama, y entonces sin previo aviso ella se giró a él y le espetó en un tono monocorde pero que no dejaba entrever algún tipo de titubeo o negativa:

—Me parece que no pondrás impedimento a que te ordene que te deshagas de todos esos abalorios inútiles que solo te estorban al vestir. Me complacería que dejaras de ponértelos, Nostradamus.

Entendió que se refería a sus brazaletes y pendientes que adornaran su cuello o colgaran de sus orejas, denotando que él pertenecía a la escuela de los antiguos forjadores de metal, que guardaran en sus mentes los secretos y las religiones del pueblo tarsiano a fin de evitar que se perdieran en el olvido y se deslustraran tan antiquísimas enseñanzas.

Él efectuó el primer movimiento de floritura, bajando el cráneo —y no sería el último que haría expresando su respeto y su devoción a ella, la reina de los vampiros, regidora del mundo de los no muertos, aquella a la que seguían legiones de murciélagos aleteantes de alas membranosas y que hacían público su reino, su historia y su reservada y controvertida personalidad—.

—Como vos lo ordenéis, mi estimada señora. Desde ahora, podéis contar conmigo. Acatare todo lo que vos me mandéis sin dilación y sin precariedad.

Nosferatu lo traspasó con una mirada en la que ondulaba la desidia y se abortaban el malhumor y una intensa, profundísima desdicha, cuajando en la negra oquedad de unos días preciosos que había dejado aparte, hechos trizas y con los campos pelados y sembrados de nostalgia y de mortandad que se arracimaba condensándose macilenta en su fuero interno; sus sentidos se habían agudizado extremadamente, había sido despojada del amor, de las verdades, y marcada por el odio y la sinrazón, ya no apreciable de la vida y con un desinterés por los humanos, se erguía mirando a través de todo, en un atisbo fugaz, él sintió el aspecto desarreglado y cruento de ella elevándose, lo electrocutaba, lo miraba sin verlo, fijándose en lo que había más allá, allende la vida y la muerte, con estas mezclándose y dándose golpes burdos en la niebla de todo lo que hubo sido y todo lo que nunca fue.

Ella, que tuvo su porvenir arrebatado en apenas un pestañeo, andaba pisando las posiciones ridículas y fervorosas de los fallecidos, no los observaba, en su sufrimiento vacuo y abnegado se negaba suspicaz a querer retraerse a esa humanidad insignificante que no le sirviera en ese tiempo de miseria por el que estaba atravesando. Nostradamus supo que se callaba la cólera y los nervios para no estallar y romperlo todo, y que el mundo se revolcara sintiendo su dolor; debió de ser horroroso. Y ella debió de sentirse muy sola y alejada, desarraigada del cosmos y de la diversión de una humanidad placentera que era arrojada por el borde.

—Mi señora…, pienso que debió de dolerle su transformación, cuando dejó de ser humana… Si para mí ya fue doloroso no me imagino cuánto sufristeis vos por dicha causa.

Se detuvo abruptamente, aterrado; ¿habría dicho algo medianamente inteligente? Sentía verdadero miedo punzando en todas sus fibras corporales.

No dijo nada más y se calló, cerrando la boca. Nosferatu lo miró deteniéndose a ponderar una respuesta sincera y convincente, pero que no revelara más de lo que se había decidido a narrar.

—Verás, la vida consiste en pérdidas. Da igual si son difusas, consecutivas o si solo suceden una vez. En mi caso, yo estoy plagada de muerte y los dioses no me concederán su justa misericordia. Tal vez no me la merezca, no me la haya ganado a pulso; no lo sé. Lo ideal sería un paraíso en que los sueños de todo el mundo se hicieran reales, y el miedo y el desprecio no existieran, la verdad es que sería el lugar perfecto para gente como yo. Y contrariamente a lo que pienses, y pese a que obré del modo que creí que era adecuado, esto es lo que me he llevado por intentar hacer lo correcto. He salvado a mis padres de una enfermedad mortal y lo único que conservo dentro de mi fogoso intelecto es una integridad moral que rebasa la que supuestamente debería de poseer; con todo, no me siento tan desfavorecida. Estoy desaforada, y soy deforme y mentirosa, provengo de las sombras en las que renací evaporada, y creo que lo mejor para todos sería que nos fuéramos hasta el fin del mundo, y los ejércitos me siguieran. El rey ha de rodearse de riquezas excesivas y de lujos pomposos, ha de conseguir que sus súbditos vayan a luchar por él y por él mismo mueran; el rey ha de dar por sentado que lo que se elabora es justamente y principalmente por su único bienestar y felicidad; el soberano los gobierna a todos y el pueblo lo venera, lo envidia y lo ama, se postra a sus pies y goza del derecho y de la suprema garantía de pedirle regalos y suplicarle que perdone a los que lo ofendieron; el soberano lidera la guerra contra los enemigos y él, de la calidad más fuerte jamás vista, derrota a los que se le ponen por delante de un solo espadazo, y es exigente y requiere que le den el alimento, y ello es lo que es hecho, todos los súbditos le brindan protección y él refulge incólume y sublime sobre su trono, y aumenta la vigorosidad de sus gentes y los ayuda a que ellos sean afortunados también; tal es la labor de un rey. Mandar, escuchar, entender y hacerse entender. La labor de un siervo es escuchar, acatar, comprender y atender a lo que se le está pidiendo. Así son las cosas en el mundo. O mandamos u obedecemos. Esa pregunta ha sido osada, Nostradamus. Parte con la idea de que ya no volverás a hablarme de esa manera tan informal y desenvuelta a menos que yo te lo pida expresamente. Yo decreto órdenes, y estas salen expedidas a lo que yo diga.

Nostradamus lo comprendió en un segundo, y permitió que ella prosiguiera caminando, de modo que en breves momentos se encontraron con los aldeanos moribundos y que gemían destilando agonía, y Nosferatu tomó la decisión de hacerlos vampiros igual que había hecho con el mayordomo. Ellos se quedaron confusos mirándolos a los acompañantes, y ella fue a ellos y tiró de sus brazos y ellos se pusieron de rodillas, tiritando de terror puro.

—Levantaos —ordenó ella.

Así lo gestaron y ella se lanzó en un impulso depredador y mortífero a desgarrar sus cuellos y sorber su sangre, y aunque pareciera que hizo tal acción, en verdad les proveyó de su propia sangre, regalándoles ese inusitado presente.

Los recién creados vampiros empezaron a inhalar, rellenando los huecos faltantes con esa inusual fuerza, y resistencia, y ese vínculo de sangre auténtico, que superaba a los lazos superficiales, y después mostraron los dientes hacia ella. Nostradamus comenzó a retroceder, pero Nosferatu gestó una seña que le indicaba que parase.

—Deteneos —mandó a los seguidores, y ellos se pararon anclados en su sitio, confundidos.

Nosferatu se colocó una mano en la barbilla, meditabunda.

—Voy a conseguir a más de ellos. Vámonos de este lugar desconsolado.

Ellos no se atrevieron a ser desconsiderados con esa extraña que les había dado una vida desorbitante, y para no empeorar la situación de por sí ya complicada, que se encontraba en el punto de inflexión, la siguieron sin mediar palabra entre ellos tampoco. Se trataba de tres hombres de mediana edad y una mujer joven, aparentemente de unos veinte años.

—Tú —la llamó Nosferatu; acelerada y amilanada, la joven se le aproximó silenciosa— ¿cómo te llamas?

—Tendwil, mi señora —respondió la chica en discreción, ojeándola por el rabillo del ojo.

Nosferatu comandó que volviera a su puesto.

—Bien. ¿Sabrías decirme dónde se encuentra la iglesia? He de hacer una visita previa a nuestra partida.

—Se encuentra por allí —señaló uno de los vampiros con un dedo.

—Y tú eres, ¿si se puede saber? —interpeló ella en tono inquisidor.

—Foll, mi señora. Siento haber sustitutido a Tendwil —dijo éste aludiendo a la joven que la oteaba temerosa.

—Te perdonaré por la gracia y la bondad que me sacuden en este instante. —Ella les comandó, energética:

—Id a buscar más aldeanos y traedlos. He de convertirlos en la raza vampírica. Nos construiremos un reino. Y seremos temidos, pero no atacaremos a nadie de momento. Quien se descontrole y se deje llevar por sus instintos, será castigado, con la muerte…

Sendas filas de dientes blancos y regulares resplandecieron, sumiéndolos en el pavor.

Nosferatu dejó a Nostradamus a cargo de los reclutas.

—Vigílalos y que no se escapen de tu vista. Aquel que lo haga, me ocuparé personalmente de ejecutarlo. No hay piedad para el traidor. Si sois vampiros, habréis de seguirme. Lo queráis o no. Es vuestro destino.

Y se dirigió apresurada a la iglesia, apareciéndose en segundos frente a ella. Penetró en el edificio por las puertas que se habían abierto, como si le dijesen que iban a dejarla entrar. Haciendo un gesto torvo, mostrando una hosquedad desacostumbrada en ella, en su parte humana, Nosferatu fue andando por la gran sala que tenía candelabros con velas que iluminaban irrisorias la estancia y sus alrededores, y cubriéndose con su capa negra de sombras, se volvió al notar que una figura iba hacia ella.

—Vampiro. Vuelve a tu mugrienta y hedionda cueva de la que hayas salido. Los Monstruos no pueden entrar aquí. Este es un lugar sagrado de las deidades.

Mwarfinos juntó las manos y se puso a rezar, rogando que con sus plegarias el vampiro se hiciera cenizas. Nosferatu avanzó hacia él, hacia quien fuera su maestro, ahora convertido en su enemigo.

—Podrías atravesarme con una estaca o quemarme, pero no moriría. Podrías rociarme con agua bendita clamando estentóreo el nombre de tus dioses, pero aun así no desaparecería. E inclusive atada a un abismo repleta de cadenas de plata…, no conseguirías hacerme añicos. Mírame. ¿Te parezco algo más que poderoso? Sí, soy omnipotente, y omnisciente. Puedo correr a la par que el viento, y ninguna fiera ha osado todavía plantarme cara y si acaso lo ha hecho, no ha resultado ilesa. Yo no puedo fallecer. No soy más un ser humano. Me he despojado de sus debilidades y adquirido otros vicios y complejidades. He transferido mi sangre a más gente, ellos serán los siguientes progenitores, los que expandirán mi legado. —Se encontró a escasos metros del sacerdote, y éste alzó la cabeza, encontrando sus ojos de un rojo venenoso e impasible. Siempre inmóviles y taciturnos. Siempre provocándole un horror inmenso y ulterior que le arañaba el estómago—. No puedes dar las gracias a los dioses por esto, pues ellos me han creado. O al menos y según lo que sé, uno de ellos. Pagarás caro tu atrevimiento si osas herirme. Yo soy el primigenio Progenitor, el fundador de la raza de los vampiros. Yo te diré esto como un aviso: retírate a la casa, acuéstate y olvídate de plantarnos cara. Si no lo hacéis, si no lo hacen esos ingenuos feligreses tuyos, morirán. Morirán sus esperanzas y sus esfuerzos resultarán en la nada de la que habéis emergido.

— ¿Quién eres…? —vaciló el sacerdote, recostado en el suelo, con las manos temblándole.

Enmudeció al divisar el manto negro de Nosferatu, más oscuro que la pez, cerniéndose sobre él, opacando la luz del sol refulgente. Ella no le temía al sol ni a las deidades.

— ¿Por qué no temes a las divinidades? —preguntó Mwarfinos, pasándose los miembros agarrotados y enclenques por la túnica de fina seda.

—Yo soy Nosferatu, hija de los demonios. —Le enseñó su dentadura alineada a la perfección, lo que lo espantó todavía más si cabe—. No existe nada que pueda resultarme atemorizante ya. Yo reto a los mismos dioses a que me partan y me retuerzan. Yo no les tengo miedo. Pues lo que me inspira más miedo soy yo misma.

E invencible, sin ataduras, y sin que nada en este cosmos pudiera romperla, o al menos detenerla, incansable, irrefrenable, Nosferatu se percató en ese conciso momento en las estatuas de los ídolos que centelleaban límpidas y repuso, [contextualizando, impelida por la ira y pugnando enervada por desahogarse no de una forma que fuera considerada fútil] fruncido su entrecejo:

—Ésta es la leyenda jamás contada sobre mí, sobre el origen que me dio un pasado y una verdad. Y tú no podrás recordarlo ni traspasarlo a nadie.

Sus caninos destellaron y de una dentellada rápida, ella desgarró el cuello de Mwarfinos, bebiendo su sangre caliente que salía a chorros de su herida abierta, y relamiéndose los labios, Nosferatu esquivó la luz que amenazó con herirla hiriente, y se volvió por donde había venido, dejando un reguero de sangre tras de sí, con el cuerpo inerte del sacerdote que le hubo enseñado cómo comportarse y desenrollar sus valores tarsianos hacía ya tanto tiempo que se le antojaba que habían transcurrido eras, yaciente sobre la lisa superficie, en actitud exánime, y expulsó su violencia de su interior yendo a buscar a los suyos. Los vampiros se habían reagrupado y esperaban a que ella les diera la voz de alarma para así poder partir de una vez por todas.

Nosferatu se acercó a ellos, a sus próximos súbditos, y les dijo, imperativa, subiendo una octava el volumen de su voz meliflua que sonaba incesante e impávida:

—Hemos de marcharnos. A las montañas.

Y eso fue lo que ejecutaron, y subieron y subieron durante años infinitos por los riscos y los despeñaderos.

Nosferatu dilucidó que los seguidores la estaban mirando sin objetar nada, y les ordenó:

—Vosotros haréis lo que os ordene. Nada más que eso. No oséis perder el control. O sabréis a lo que ateneros. En otro momento llegará la hora de acercarnos a los humanos.

El demonio perverso había consumido su inocencia, enseñándole una sabiduría milenaria y siniestra, y a cambio de todo ello le había dejado sus provocaciones y un hondo temor que se estirazaba en el fondo graso de sus tripas. Pero ella había decidido con ahínco que no seguiría los pasos del mal. Y guiándolos al norte, puestos sobre un risco, colisionando todas las miradas y confluyendo en una sola, Nosferatu dejó que los vientos acariciaran su cara y sus vestiduras oscuras, y les dijo, abrigando el pensamiento de que no se difuminarían y se sintió perlada de gozo y de luminosidad por vez primera en todo el tiempo que llevara errando por lugares innombrables, ecos de lo más sagaz, apocalíptico y atemorizante que se hubiese imaginado en los albores de una primavera dichosa:

—Sobre este peñasco vamos a erigir nuestro reino. El reino de las sombras.

Y convertida en una horda de murciélagos que se encumbró sobre el cielo precipitándose sobre los soldados de los hombres, de muchas eras y siglos por devenir, así comenzó Nosferatu, y su leyenda que nunca fue ni sería relatada….

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS