Eran las 4 de la tarde cuando estaba en el trabajo, ya terminando para volver a casa, apagué mi computador, me puse mi abrigo y recogí mis cosas. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando escuché un ruido que provenía de la bodega de la oficina, decidí averiguar que pasaba, por lo que entré, dejé mis cosas sobre el escritorio y bajé. Todas las luces estaban apagadas (lo había hecho antes de salir), el lugar era muy silencioso, habían muchas cajas, carpetas con documentos y demás. Era la única que estaba hasta tan tarde en la oficina según podía ver (me equivoqué). Sentí un escalofrío por todo el cuerpo al ver una sombra al final del pasillo, me congelé por unos segundos pero después tomé la valentía de correr lo más rápido que podía y atraparlo así que lo hice. Llegué a aquel cuarto y escuchaba pisadas sutiles pero claras. Esperé un momento decidiendo si huir o abrir aquella puerta. Temblando del miedo pero ansiosa por saber que era lo que estaba pasando, dije en un tono alto pero un poco entrecortado: 

-¿Quién anda ahí? Nadie respondió.

Después de unos minutos una figura encapuchada y extraña abrió la puerta y tenía las manos ensangrentadas, rápidamente corrió despavorido de la oficina sin dejar ningún rastro de su identidad. Entré a ver qué había pasado y cuando pude contemplar lo que tenía al frente no pude moverme. Mis ojos se clavaron en el bulto oscuro que yacía en el suelo, la ligera luz apenas me dejaba distinguirlo, pero cuando me acerqué, el horror me paralizó.

Era un espejo, un espejo grande, con un marco antiguo, y grietas que parecían formar un desfigurado rostro. 

Pero lo más aterrador no era el espejo, sino lo que reflejaba. No era mi reflejo. Esa figura seguía ahí, dentro del espejo, observándome con una sonrisa torcida. Apoyaba sus manos cubiertas de sangre en el cristal, como si intentara atravesarlo, y entonces, sin previo aviso, se movió. Un golpe seco retumbó en la habitación, el espejo tembló. Retrocedí, pero el miedo me dejó inmóvil. La figura levantaba su índice lentamente en dirección a mí. El cristal comenzó a quebrarse. Grité, casi hasta quedarme sin aliento, me giré sobre mis talones y corrí afuera de la oficina sin poder mirar atrás. 

…no supe cuánto tiempo corrí, ni cómo llegué a casa, pero desde aquella noche, cada vez que tengo por delante un espejo, contemplo una sombra que no debería estar ahí, me espera…

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