Tengo dos luces en el techo de mi cuarto, una sobre mí, apuntando a mi cama. Aquella es la que no me deja dormir, aunque esté apagada. La veo, en tenue presencia, en pugna por sobrevivir. Y la escucho, contínuamente, como si tocara la puerta de mis orejas, al mismo ritmo apasionado siempre.
Giré la cabeza, me ahogué con la almohada. En vano fue, pues la seguí viendo, la seguí escuchando.
Busqué ahora al intruso por debajo, en mis profundos adentros
Y al fin lo he encontrado, creo, al palpar mi pecho
¡Cállate ya! – ordené
No sirvió, aquí sigo, y seguiré.
OPINIONES Y COMENTARIOS