«En la frágil danza de mis sentimientos, caminé sobre las llamas y no vi el abismo. El amor, como un dios, me ofreció alas, pero la ira me enseñó que las caídas son más altas.
Y en el eco de mis gritos hallé consuelo, pero al mismo tiempo, la sombra de la pena. La esperanza, perdida en la niebla del miedo, se unió a mis cadenas, me hizo prisionero.
El deseo, en su forma más pura y cegadora, era una llama que envenenaba mi ser. A veces, en mi carne, era un dios que me amaba, y otras, un monstruo que me obligaba a arder.
Y así, entre susurros y luchas internas, navegué por mares de calma y tormenta. La emoción, tan divina como mortal, me enseñó que, al final, la paz, es un faro distante devorado por la mar.»
—J.M.Díaz
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