Capítulo Final: Ciencia e inmortalidad, todo debajo de un manzano

Capítulo Final: Ciencia e inmortalidad, todo debajo de un manzano

Alberto Pacheco

06/02/2025

Rudemar exhaló su último aliento en la penumbra de su habitación hospitalaria. Su cuerpo, frágil y exhausto, quedó inmóvil sobre las sábanas blancas, mientras la máquina que medía sus latidos emitía un pitido constante y monótono. En ese instante, sin que nadie lo notara, los átomos de dióxido de carbono que habían estado dentro de él emprendieron un viaje sin retorno, elevándose en la danza invisible del aire.

El viento los condujo lejos, flotando sobre las calles, ascendiendo hacia el cielo hasta ser atrapados por el follaje de un robusto manzano en la ladera de una colina. Allí, en la quietud de la naturaleza, los átomos hallaron un nuevo propósito. Se unieron a la savia que corría dentro del árbol, dándole vigor, fortaleciéndolo, convirtiéndose en parte de su esencia. Con el paso de las estaciones, aquel manzano floreció con blancas y delicadas flores, y en el transcurso de los meses, una de esas flores dio paso a una manzana reluciente, roja como el atardecer.

Bajo la sombra del manzano, una joven pareja se cobijaba en la calidez de su amor juvenil. El muchacho alzó la vista y con una sonrisa pícara arrancó la manzana más hermosa. 

—Mira esto, dijo él, girando la fruta entre sus manos antes de darle un mordisco jugoso. Su novia rió suavemente y también probó la fruta. —Dulce, como tus palabras, susurró ella.

Mientras las horas pasaban y el sol se escondía en el horizonte, ellos intercambiaron palabras teñidas de ternura y complicidad. El chico deslizó su mano sobre la de ella y, con una mirada que reflejaba la inmensidad de su cariño, le dedicó un cumplido sobre su belleza. Ella sonrió, iluminada por el resplandor de la luna naciente, y le respondió con la misma dulzura.

Muchos días luego, bajo aquel árbol centenario; en un momento de pasión sellada por la naturaleza misma sus cuerpos se desnudaron, sus besos los conectaron y sus almas se entrelazaron en un lazo eterno… Orgasmo, tras orgasmo se dio el misterio del tiempo y la vida, los átomos que alguna vez formaron parte de Rudemar continuaron su viaje, mezclándose en la esencia del joven. Pasaron los meses, y un nuevo latido comenzó a sonar en el vientre de la muchacha.

Cuando la pareja descubrió la vida creciendo en su interior, sus corazones se llenaron de una alegría inefable. En una tarde dorada como la del sueño, mientras caminaban por la misma colina donde su amor floreció, él la tomó de la mano y, con una sonrisa radiante, susurró: 

—Si es un niño, quiero que se llame Leo.

Ella asintió, su mirada reflejando la certeza de un amor inquebrantable. 

—Leo, repitió ella con dulzura, —será amado y comprendido como nadie antes.

Al otro lado del sueño, Rudemar, le dio la espalda a Jonathan.

—¿Te marchas Rud? preguntó su amigo.

—Sí, como que… tengo algo que hacer, pero, no sabes que bien me siento, en verdad.

FIN

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