Capítulo 6: Las horas más brillantes

Capítulo 6: Las horas más brillantes

Alberto Pacheco

06/02/2025

El tratamiento era dual. Lo hacia sentir débil pero su cuerpo parecía reponerse en cuestión de horas. Durante días enteros, se dejó llevar por la inercia, atrapado en la espiral de su propia imaginación. Pero, como ocurre con el dolor más intenso, con el tiempo dejó de ser una agonía constante y se convirtió en una herida profunda y latente.

Fue en medio de ese letargo emocional que el vestíbulo se volvió su sitio de escape, era elegante y llamativo a pesar de ser evidentemente viejo. Habia un pequeño librero y un par de sillas anticuarias donde los pacientes podían escapar un poco de la realidad. Buscó a ver si algo podia servirle, entonces se fijó en un envejecido texto, una obra de teatro, una primera edición, la portada decía «Valentina & Carsiell», un poco de romanticismo clásico no mataría a nadie.

Las visitas a ese lugar y los repasos al libro se volvieron rutinarios, hasta que una tarde las cosas serian diferentes… una voz del otro lado le pareció llamarle, lejana.

—Hola, disculpa, perdona la interrupción. Dijo un muchacho alto y espigado que estaba en bata de paciente.—Eres el extranjero ¿no es así?

—Hola, no te preocupes, no es ninguna interrupción. Sí, soy extranjero.

—¿Qué te ha traído hasta aquí?

—El cangrejo.

—¿Disculpa? preguntó el chico con expresión enrarecida.

—Cáncer. Replicó Rudemar.

—Oh, el maldito bastardo. Ahora entiendo bien.

De repente la conversación fue amena y empezaron a intercambiar sus historias y sus motivos de internamiento.

—Terrible lo que te pasó —dijo el otro muchacho. —Por cierto, me llamo Jonathan—. No voy a decirte que lo siento, porque sé que esas palabras no significan nada cuando todo se ha ido al demonio. Pero sí quiero decirte algo: hay una salida.

Rudemar no respondió de inmediato. No creía en salidas, no cuando había sido traicionado de tantas maneras. Mucho menos cuando un desconocido aparece hablando con esa franqueza y dando detalles de un expediente clínico que a priori es confidencial. Aun así, algo en el tono de Jonathan lo hizo dudar de su propio cinismo.

—¿Y cuál sería esa salida? —preguntó, con voz débil.

—Una oportunidad para empezar de nuevo. Hay un proyecto en el que estoy trabajando, un grupo de personas que han pasado por situaciones difíciles como la tuya. No somos terapeutas ni redentores, pero nos apoyamos mutuamente. Tal vez puedas encontrar algo de paz aquí.

Rudemar no esperaba que unas palabras fueran suficientes para arrancarlo de la oscuridad, pero en su estado actual, cualquier posibilidad de alivio era mejor que la nada en la que estaba atrapado. Con pocas expectativas, aceptó la invitación.

Al día siguiente, Jonathan lo llevó a un ala del Hospital, allí operaba un pseudo centro comunitario. Era un lugar modesto, sin pretensiones, pero en su sencillez había algo que transmitía calidez. En una de las áreas principales, varias personas estaban reunidas, charlando entre ellas. Algunos rostros reflejaban cansancio, otros parecían resignados, pero todos compartían algo en común: una historia de dolor y la esperanza, por mínima que fuera, de encontrar algo mejor.

Una mujer de cabello rizado y ojos claros se acercó a él con una sonrisa amable.

—Tú debes ser Rudemar —dijo—. Soy Claire. Jonathan nos habló de ti. No te preocupes, aquí nadie te juzgará por lo que hayas pasado.

Rudemar asintió, sin saber qué responder. No estaba acostumbrado a la amabilidad sin condiciones.

Con el paso de los días, comenzó a asistir con más frecuencia a las reuniones. En un inicio, se mantuvo en silencio, escuchando las historias de los demás, observando cómo intentaban reconstruir sus vidas tras experiencias de abandono, enfermedades y traiciones. Eventualmente, empezó a hablar. Primero fueron frases cortas, comentarios aislados, pero con el tiempo, se atrevió a compartir partes de su propia historia. Para su sorpresa, nadie lo miró con lástima ni lo trató como una causa perdida. En cambio, lo escucharon con atención y empatía. Fue la primera vez en mucho tiempo que sintió que no estaba solo.

A medida que se integraba al grupo, Rudemar descubrió que había encontrado algo que no esperaba: un propósito. Con su experiencia, comenzó a ayudar a otros que también habían sido traicionados y abandonados. Aprendió que el dolor no desaparece, pero se vuelve más llevadero cuando se comparte con quienes entienden. Poco a poco, empezó a creer que tal vez, solo tal vez, había una oportunidad para un futuro mejor.

Sin embargo, el destino a menudo juega con las esperanzas de quienes se aferran a ellas. Aunque Rudemar comenzaba a ver una luz en su camino, una sombra persistente se mantenía latente en su interior: su enfermedad. Y aunque por ahora podía ignorarla, sabía que no podría huir de ella para siempre.

Pero por primera vez en mucho tiempo, decidió no preocuparse por el final. En su lugar, eligió vivir el presente.

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