Olvidé su voz.
No sé si fue un descuido o si el tiempo decidió arrebatármela sin aviso. Solo sé que un día quise recordarla y no quedó nada. Un hueco en la memoria. Un vacío donde antes resonaba algo cálido, algo cierto.

Ahora es diferente. Ahora la voz no desaparece. Se queda atrapada en un mensaje, en un audio guardado, en un video que alguien vuelve a reproducir. Ya no se pierde en la distancia del recuerdo. Basta con presionar un botón y ahí está, intacta, como si nunca se hubiera ido.

Pero antes… antes cuando alguien se iba, su voz se iba con él. No había manera de sostenerla, de traerla de vuelta. Solo quedaba la frágil memoria de quien aún la escuchaba en su mente, hasta que un día,  también la olvidaba. ¿Cómo será darse cuenta de que ya no recuerdas el sonido de alguien que amaste? ¿Cuánto tarda en desvanecerse del todo?

 Porque la voz no es solo un sonido. Es un roce, una presencia. No es lo mismo oír que escuchar. 

Y yo, que antes tenía su voz dentro de mí, ahora solo tengo la certeza de haberla perdido.

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