El peso de la vara propia.

El peso de la vara propia.

Camila

05/02/2025

¿Cuánto tiempo es suficiente? ¡Cuánto necesito para ser quien quiero ser? Pero, ¿cómo es esa persona que quiero ser?

¿Quiero ser exitosa? ¿Ganar dinero? ¿Construir una familia? ¿Lo quiero todo? Y si todo es posible, ¿cuánto tiempo lleva lograrlo? Tengo 30 años, ¿estoy a tiempo? ¿Y a tiempo de qué? ¿Hacia dónde quiero llegar?

A veces siento que formulo demasiadas preguntas sin detenerme a escuchar las respuestas. O quizás las respuestas son tan difusas que se diluyen en la vorágine de mis pensamientos. Tal vez no se trata de tener certezas, sino de aprender a transitar la incertidumbre con menos angustia.

Y me pregunto ¿En qué soy buena? ¿Soy buena en algo? O mejor aún, ¿en qué quiero ser buena? o ¿Para qué?

¿Para el éxito, para el dinero, para la familia? ¿Por dónde se empieza? O tal vez ya empecé sin darme cuenta.

Me encuentro ante la frustración de un ideal difuso, de un proyecto que no logro concretar. Y me niego a aceptar la imposibilidad. Dicen que quien quiere, puede. ¿Es cierto? Y cuando querer no es suficiente, ¿cómo se lidia con esa frustración? ¿Se acepta? ¿Se transforma?

Un pájaro carpintero me pica la cabeza una y otra vez, susurra dudas, impone exigencias. Algunos lo llaman síndrome del impostor. ¿Soy una impostora? Y si lo soy, ¿de qué?

Tal vez de mí misma. Tal vez no reconozco lo que soy. ¿Cómo hacerlo? Y, sobre todo, ¿cómo hacerlo en días como estos, cuando la existencia pesa y el mundo se vuelve fastidioso?

La escritura me calma, me conecta. Pero sigo dudando: ¿soy buena en esto? O, al menos, ¿a quién le importa si lo soy?

Ya lo descubrí: Soy experta en ponerme en segundo plano y buena exigiéndome. Muy buena. Me exijo darlo todo, aunque no pueda. Me exijo dar más de lo que tengo, incluso cuando no debería. Y pienso… ¿Se puede dar lo que no se tiene? 

¿Será esta la máxima expresión de mi síndrome?

Es curioso. Puedo ser amable con los demás, pero no conmigo misma. Digo «curioso», pero es más bien trágico, aunque mi tendencia al extremo lo convierte en tragicómico.

¿Por qué nos exigimos tanto? ¿Habremos aprendido a exigirnos en exceso? ¿Habremos normalizado la autocrítica despiadada?

Y aquí se me cae la teoría de que «como soy conmigo misma, soy con los demás». Quizá, en parte, se proyecta esa exigencia. Pero ¿hasta dónde?

Quizá la clave esté en cambiar el enfoque. No en luchar contra la exigencia, sino en transformarla en un motor que impulse sin desgastar. En permitirnos equivocarnos sin sentirnos derrotados, en valorar el esfuerzo sin medirlo con vara ajena.

Tal vez el secreto no esté en exigirse menos, sino en equilibrar la exigencia con la compasión. En permitirse el descanso sin sentir culpa, en celebrar los logros aunque parezcan pequeños.

Y ustedes, ¿cómo lidian con la exigencia?

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS