Lo que importa

Lo que importa

Doble AA

03/02/2025

La camisa negra de leñador no era la mejor opción para hacer viajes largos días calurosos como aquel; y menos estando de acompañante en un taxi viejo sin aire acondicionado que manejaba a pocos metros del inicio de la desolada playa. El Sol de las 16 hacia que me haga sentir cada vez más como una manteca fuera de la heladera. Pero todo eso daba igual. Mis miedos adolescentes ocupaban un espacio mucho mayor que cualquier otra sensación dentro de mi cabeza. 

Me parece una locura como pude terminar todos los años en la escuela sin adeudar ninguna materia, o aguantar haber aguantado tanto tiempo solo en los recreos, en mi habitación y en mi niñez en general, pero no pueda caer a la realidad todavía que a mi última abuela no le quede mucho tiempo de vida, y que yo aún esté ocupando mi cabeza con lombrices que lo único que saben hacer es comerse los recuerdos que con tanto cariño guardaba para después dejar un rastro asqueroso, lleno de amor hacia personas que se acordarán de mi nombre solo para las burlas y odio hacia los más pequeños de mis más humanos errores.

En el asiento de atrás estaba mi mamá y una de mis tías, que es mi madrina también. Mi prima junto con su novio estaban cuidando a mi abuela, pero mi prima estaba muy desesperada. Me acuerdo como su voz temblorosa, pareciendo que estaba evitando una explosión dentro de sí, sonaba a través del celular de mi mamá. En dos días ya estábamos en el coche yendo a la casa de la abuela. Hay cosas que solo la familia las hace, y estoy seguro que solo mi mamá tendría la determinación de hacer semejante viaje. Pero también, hay cosas que solo la familia ve. Mi mamá, en todo el viaje, nunca se saco las gafas de sol. Pero ya sabía muy bien el secreto que quería guardar de sus ojos.

Y cuando el taxi paró frente a la casa y vi a mi abuela con su gorrito tejido a mano, sentada en su silla con vista al mar, frágil igual que un recién nacido, me hubiese gustado llevar gafas de sol también. No sabía si iba a ser tan fuerte como lo fui muchas veces.

Desempacamos todo, saludamos al taxista y mi mamá dió el abrazo más lleno de amor que pude ver a mi abuela. En ese momento, mi mundo se pintó de blanco. Cada paso lo sentía con la mayor de las sensibilidades y cada brisa de viento me daba cosquillas en las mejillas. Voy a donde está mi abuela. Abre los brazos para que la abrace. Fue el momento con más sentido de toda mi vida. Yo le dije que la amaba, a los ojos. Y su mirada, acompañada de una dulce sonrisa, valió más que cualquier serpiente que dormía en mi cabeza. Mi albúm de fotos se vació ese día. Pero la primera foto guiaría la esencia a todas las que seguirían, porque esa foto es de la sonrisa de mi abuela.

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