Hijos de la dictadura

Un relato sobre el carácter del mal a la vez que, mi modesto homenaje a la obra del premio Nobel de la literatura Miguel Ángel Asturias.

Si prefieres el texto:

Hijos de la dictadura

Aún juega con nosotras, sus muñecas, como lo hacía cuando todavía era una niña candorosa, antes de que comenzará la montaña de locura que la desbrozó…

Es su consuelo figurar el añorado reencuentro, inocente juego, convertido en espectral teatro de cada noche. A él lo representa Cali, el más esbelto y caballeroso de los muñecos a pesar de faltarle una pierna. Yo, por mi parte, acostumbro a representarla a ella.

Cae la noche en el exterior de la casa, la oscuridad se ve invadida por el sonido metálico de las campanadas de la lejana iglesia, centro neurálgico de la distante ciudad. Siento como la agitación me invade, presiento que ellas son los heraldos del tan extrañado reencuentro. Por fin esta noche se producirá el milagro. Mi instinto femenino así me lo grita. Sujeta por los hombros, corro a saltitos cortos de ilusión desde la cocina hasta la puerta del hogar que se abre ante mi presencia dejándome contemplar el amado rostro. Lo veo con ojos vidriosos por la emoción, caminando sujetado por un bastón, sustituto eficaz de su miembro amputado, pero aun así joven y gallardo, acomodado en su uniforme militar de héroe del pueblo, sin macula, igual que vestía el día que se lo llevaron arrestado por orden del SEÑOR PRESIDENTE, dueño absoluto de la nación y de su gente. – ¡Por diablo y por traidor! – le gritaron los embozados.

El entrañable abrazo de final del juego de los dos muñecos se deshace una noche, pasados muchos años, cuando el silencio de grillos que circunda el exterior de la casa cesa roto por el débil llamado de unos nudillos contra la madera de la puerta.

¡Toc, toc, toc!

Yo, ella, levanto la cabeza entre emocionada y alarmada y trastabillo, conmigo entre las manos, hasta alcanzar el pomo broncíneo que giro durante años hasta que construyo una pequeña rendija por la que dejo entrar a la luna y salir mi ahogado y tímido: – ¿quién va?

Una voz pastosa como de muñeco ventrículo me responde desde la noche profunda: – Traigo noticias de su marido, ese que fue tan buen general y tan querido.

Ella abre del todo, con los ojos como platos, mientras yo me caigo de entre sus dedos agitados, que tratan de agarrar en la negrura el hilo de su galán para traerlo de las tinieblas y acaban tropezando con un viejito titiritero de piel apergaminada, ojos de vidrio ciego, rictus de derrota, boca de marfil ausente y alma de reloj de arena desgajado…

… Todo el paquete balanceado sobre una única extremidad.

Ambos se miran de frente, buscándose desde el pasado. Las estrellas desde el cielo son testigos del viaje en retroceso. Dos jóvenes apuestos, enamorados en plena efervescencia de vida. Ella, hija de un conde con dinero, demasiado dinero quizás para país tan pobre. Él, hijo de su Patria. Gran soldado, mano derecha del SUPREMO PRESIDENTE. Admirado de los hombres, deseado de las mujeres. Incluso su pierna ausente, sacrificio dispensado en batalla contra los insurrectos de su pueblo, le granjea un prestigio lejos de afearlo.

Todo es camino de hormigas en primavera en lo que respecta a sus vidas. Enamoramiento, cortejo, casamiento, casita en las afueras, … hasta que una tormenta de verano derrama sus lágrimas fuera de temporada e inunda el hormiguero, llevándose el cuantioso capital económico del conde y el prestigio del oficial del ejército.

Las urgencias de un mandatario endiosado que necesita capital para mantener a raya a sus cada vez más numerosos y oscuros oponentes y la paranoia de un mandatario endiosado que intuye enemigos tras cada cortina y teme que ese joven gallardo, demasiado respetado por sus subordinados, se convierta en su sucesor no designado, provocan la tempestad.

El desastre se materializa sin ornamentos. Una noche oscura, un pelotón de sicarios embozados ocupa sin miramientos la casa del conde con una orden ministerial. Hay pruebas de que es traidor al pueblo y la ley marcial lo invita a ser fusilado sin protestar. Su dinero será confiscado para el bien de ese mismo pueblo al que ha maltratado; y gestionado por sus bienhechores dirigentes. Ósea, por el SEÑOR PRESIDENTE.

Ningún escribiente del país dejará huella del eco que la salva asesina proyectará contra la tapia del cementerio.

En otra casa, una ajardinada con camino hasta la entrada, coqueta en su modestia, viven dos jóvenes. Una hija, apenas veinte años recién cumplidos, que en ese momento se está quedando huérfana sin saberlo. Una hija, apenas recién casada, que se va a quedar viuda sin poder creérselo. Una hija recién casada y recién llegada a la edad de veinte años, a la que le gusta coleccionar muñecas y muñecos con los que se consolará a lo largo del tiempo en que el otro miembro del dulce hogar estará ausente, desaparecido, enterrado vivo, en una cloaca oscura, húmeda, de la que cuelga y se descuelga una soga que cada veintidós horas de cada día, durante siete largos años, traerá, bajando a su final como de la manita, una lata con algo pútrido en su interior que recuerda a los alimentos y que mantendrá al muerto casi vivo, aunque al puro vómito. Soga que cada catorce horas, volverá a asomar su manita, trayendo en ella, desde la cúpula con forma de rendija por donde en su día tiraron al preso, de nuevo a la misma lata mal lavada que va circulando de pozo en pozo para que los presos políticos que en ellos se consumen, desahoguen sus vómitos, sus orines y sus deposiciones.

La cuerda no es de cáñamo bueno y los que la utilizan desde el cielo, no son unos dechados del cariño y el cuidado. La soga presenta algunos deshilachados que se van incrementando con cada visita que hacen a los infiernos. Tal es así que a veces, en el trajín se rompen, dejando un eco de lata derramada en la penumbra del nicho y de hombre chapoteado de su contenido en la soledad sin nombre que le envuelve.

Recuperada la lata y su contenido tras el accidente, se vuelve a cerrar la trampilla llevándose el hilo de luz y el suspiro de aire que le recuerda al muerto que está vivo.

El hombre, pelele ultrajado, queda a solas con DIOS y con sus recuerdos. Se aferra a una memoria lejana. Es un borroso boceto de una linda casita con camino serpeado por un jardín en que habita una muchacha que él dibuja en la oscuridad como la más hermosa de todas las flores del Edén.

Pero el tiempo pasa. Los días son meses y los meses años en ese agujero cavado en las entrañas de algún lugar de un país endemoniado. La incomunicación permanece. La muerte va cobrando su salario de a poco. La esperanza se vuelve una rendija por la que asoma una soga que baja con poco cuidado una lata de la que ya les he hablado. El preso, enloquecido, desmadejado en el interior de ese hoyo, abrasado en verano, congelado en el invierno, se retuerce como sauce envejecido, pero no se muere para disgusto del PRESIDENTE que maquina un desenlace para este relato.

La ESPERANZA es la culpable se dice el VENERABLE.

Un día la rendija se abre y por ella cae un cuerpo. Cali lo siente estrellarse a su lado, pero no lo ve porque está casi ciego. El cuerpo no se mueve, pero Cali lo huele, sabe que viene del cielo y no de otro hoyo paralelo, porque a diferencia de él, el nuevo no huele a mierda y a humedad.

Pasan los días y el nuevo se despabila.

No se hablan de primero. Cali no sabe si porque no recuerda el lenguaje o porque teme que el visitante sea un ángel enviado de DIOS con malas noticias recogidas en el cielo. El otro, el ángel, porque primero tiene que ganarse la confianza de su compañero.

El nuevo, al principio, se queda quieto, tranquilo, dormido la mayor parte del tiempo. Después se va desesperando, aullando, gritando, pregonando al viento que su encierro es una injusticia. Que su error fue cortejar a una linda señorita que resultó ser la querida consentida del SEÑOR PRESIDENTE. Una linda señorita que vive en una modesta pero coqueta casita a las afueras. Casita rodeada de un jardincito que serpea un caminito hasta la puertita de la linda casita donde la linda señorita, hija de un conde caído en desgracia, recibía sus visitas, aparcando sus muñequitas y sus soldaditos para recrearse con su muñecote. Qué iba a saber él, desgraciado, que la linda señorita hija de un traidor a la Patria, tenía el sello presidencial como cinturón de castidad. La putilinda no se lo advirtió cuando él la cortejó, ni a él ni a los otros ocho como él que ahora comen y defecan en la lata compartida desde los pozos próximos.

  • ¡Qué injusto es el destino con el hombre cuando se cruza hembra fogosa en su retina!

Es lo último que el nuevo salpicó el día que lo sacaron para martirio del pozo compartido con nuestro protagonista, cerrando la trampilla luminosa tras su marcha, dejando el silencio, la oscuridad, el hedor, la humedad y la gangrena del amor traicionado en el soldado derrotado.

El cojo no lo supo, pero al preso, en lugar de aguardarlo un pelotón de fusileros, lo esperaba un mandatario del PRESIDENTE que le felicitó al recibir el informe de su prestigioso encargo y que, en lugar de ajusticiarlo, lo premió subiéndole el rango de cabo a sargento.

Damasa, que soy yo cuando hago de ella en las noches de esperanza y ella cuando no soy yo, en los días, mientras no juega con sus muñecas y no hace más que mirar buscando en la lejanía el amor y la familia que se le perdió en este país de miedo, no tuvo noticia de estos hechos hasta aquella noche en que abrió la puerta al viejo que, a falta de lengua, arrancada a bocados de despecho en pozo sin fondo, le explicó con gestos lentos que había una soga que bajaba a visitarlo cada veintidós horas a su tumba mohosa y que … por gracia del SEÑOR PRESIDENTE, decía en una carta que portaba en el bolsillo ubicado encima de su única pierna completa, le era devuelto a Damasa del Castillo Asturias con gracia y magnanimidad propia de un PADRE generoso con su tierra y con su gente, a aquel que en tiempos se llamará Cali Buendía Amador, general primero de los tercios de … marido amantísimo de D… para que entre ambos se cuiden y no le guarden rencores, sino parabienes por haber, con sabiduría y buen entendimiento, deshecho el entuerto que los separó.

¿Qué entuerto fue éste? ¿A qué fue traidor el valiente soldado, glorioso brazo ejecutor del SEÑOR PRESIDENTE cada vez que el País debía vérselas contra infames y renegados? Preguntó durante años Damasa a embozados, guardias de palacio, secretarios, ministros, edecanes y demás gentes que agachaban la cabeza y la rehuían como a la peste…

Y acababa este cuento escrito por mi mano de PVC plástico, contando que Damasa, con su mano de carne crispada, empujó al viejito de treinta años a adentro, a impulsitos de gusanito sobre espalda que más que espalda de hombre parecía terreno lunar sembrado de huecos. Y una vez lo tuvo acomodado en el sillón donde antaño se sentaba el amado en todo su esplendor, se desmayó soñando que todo era una onírica pesadilla. Que el SEÑOR PRESIDENTE, padre amantísimo de la Patria y sus gentes, como pregonaban sus carteles por todas partes, no podía haber urdido tan cruel relato dando el papel de protagonista a ella, tan linda señorita, que de tan bonita como era, todos le decían que parecía una muñequita…

Pero lo cierto es que de esta forma se sucedieron los hechos en este país donde todos los ciudadanos eran hijos amados del SEÑOR PRESIDENTE, que algún día DIOS lo tenga en su gloria, y de esta forma pues, y no de otra, se los he narrado.

Últimamente muchas voces con amplios altavoces mediáticos se recrean alegremente tildando de régimen dictatorial a quien les conviene. Personalmente, considero una desfachatez y una falta de moral dejar ese tipo de mensajes que parecen desenfadados, pero que dejan su eco palpitando en la sociedad. Pienso que son una desfachatez y un error moral cuando imagino cómo han debido ser las vidas de todas esas personas que realmente han tenido la ingrata fortuna de vivir en países sometidos a DICTADURAS.

Este trágico cuento que les he leído, aunque haya sido escrito por la mano de una muñeca hecha de juguete, guarda un enorme parecido con hechos acaecidos en esas realidades que son los regímenes dictatoriales. Hechos vividos por personas de carne y hueso, que sí nacieron, sufrieron y quizás murieron bajo el espectro del miedo y la paranoia.

Reflexionen sobre ello y saquen sus propias conclusiones sobre mis afirmaciones. Entretanto, yo voy a despedirme de ustedes narrándoles un breve cuento acaecido en el mismo país de miedo donde se sucedieron los hechos que la muñequita les ha contado. Un relato que dejo escrito con sangre:

El último niño poeta

«Me preguntaba en qué momento se había complicado tanto ser poeta» como para acabar plantado frente a un pelotón de soldados. La respuesta me llegaba en forma de sonetos trenzados que mi pluma traviesa había garabateado sobre los grises muros de esta ciudad tomada. “Cultura sobre la barbarie y muerte al chivo dominante” o “Flores de colores sobre las alamedas para que se marchiten los cuernos del tirano mangante” eran algunos de los inocentes versos dedicados con salero y compas por este niño de nueve años que, recibió la descarga de la fusilería dejando su impronta de sangre como postrera firma de su infantil poesía.

Este relato está completamente inspirado en la ejemplar novela del premio Nobel de la literatura, Miguel Ángel Asturias, a quien me permito dedicársela, por si haya donde se halle puede escucharlo.

Elescritorsinletras

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