Parte 3: El curioso
Era verdad, la lectura del artículo había calado hondo en la curiosidad y la iniciativa. Aunque el estigma de la mujer de la librería pretendía imponerse en la prioridad, la consecuencia de su actuar y accionar sirvió como impulso para el atrevimiento aquí expuesto.
Valga entonces la dedicatoria para esa mujer extraña de la librería que tomó forma en el interés y desapareció a causa de la normatividad de su profesión.
¿Pretender un reencuentro?
Sería mejor establecerlo en la lectura de este texto.
Tras la primera lectura del artículo, se sucedieron muchas más para desarrollar y organizar la iniciativa propia. Lecturas que se ejecutaron, principalmente, en las horas de la noche, acompañado con alimentos ligeros que vencieran el cansancio de la jornada diaria. Aun así, no bastaba más que la curiosidad, el interés y la acción para vencer cualquier tipo de cansancio o tedio. Fue así como se estableció una guía de conversación, ya que la rigurosidad y normativa de la entrevista podría intimidar a los implicados, además del hecho de que el propósito aquí expuesto pretende alejarse, lo más posible, del espectro académico de la investigación. Más que cualquier otra cosa, la idea estaba remarcada en promover una conversación amena, donde se expresaran sin tapujos, miedos, prejuicios o aparentes reticencias todas las opiniones y experiencias relacionadas con el tema en cuestión. Aunque, hay que admitirlo, la labor no fue fácil.
Ya con la guía definida y organizada, el paso a seguir correspondía a encontrar las entrevistas y para ello, evidentemente, había que hacer contacto con las mujeres implicadas. Se sabe reconocer entonces que los prejuicios limitantes que tanto se han remarcado en el desarrollo de esta narración no son únicos y exclusivos para las trabajadoras del comercio sexual. Es fácil asumir que no solo la mujer que ofrece el servicio está mal vista, el cliente, en su moral bien estructurada, puede encontrar contrariedades a este respecto. Del mismo modo y dada la ignorancia imperante en estas cuestiones, no surgía una respuesta clara de dónde se podía comenzar a buscar. Y claro, la respuesta no tardó en llegar y del mismo modo su ejecución, que era tan fácil como teclear las palabras correctas en el buscador y la magia se hace. La facilidad con la cual se puede acceder a estos servicios es insólita, y la cantidad de oferta encontrada era aún más desconcertante. Era algo sugerente al mismo tiempo, ya que, si existía esa magnitud de oferta, la demanda rondaba por las mismas consideraciones. A su vez, era fácil concluir que el comercio sexual gozaba de una estabilidad confiable y duradera.
Dentro de las respuestas que el buscador ofrecía, la elegida fue la primera propuesta. Se trata de una web llamada mileróticos. En esta, no bastaba más que filtrar el servicio deseado, la ciudad o departamento, y saltaban todas las ofertas. Dichas ofertantes ofrecen una rápida descripción de sus servicios, características y estimulantes, además de fotos y algunas uno que otro video y otras tantas la ubicación señalada por Google Maps. A su vez, ciertos perfiles contaban con comentarios de solicitantes que podían calificar el servicio. De esta manera, existen muchos filtros para escoger el servicio de mayor conveniencia. Para establecer el contacto, las ofertantes ofrecen su número en WhatsApp, Telegram o si el solicitante lo prefiere, puede contactar por vía correo electrónico. Así, se estableció una lista de potenciales entrevistas de acuerdo a la ubicación. No faltaba más que hacer contacto y pactar las citas. En estos términos, era fácil imaginarse como Truman Capote, recolectando información para lo que sería A sangre fría.
En esta parte del proceso, surge una inquietud con la cual no se contaba. ¿Cómo se pretendía hacer el contacto? ¿Cómo sería la presentación? ¿Sería conveniente ir directamente anunciando el propósito investigativo del proyecto?
No era difícil imaginar qué, ante esta propuesta, muchas mujeres podrían responder con cierta reticencia y, en consecuencia, evitar el contacto. Aún así, pretender contactar con la intención de un solicitante común no era una posibilidad, así que se optó por la verdad y, ciertamente, salió un poco cara. Muchas de las contactadas simplemente no contestaron, otras se negaron, unas cuantas alegaron que sus servicios no estaban suscritos a este tipo de peticiones. Algo ciertamente contradictorio, ya que varios de los perfiles escogidos ofrecían o decían conversaciones amenas, que era lo que principalmente se buscaba. Las pocas que se mostraron dispuestas fueron claras con el costo del servicio. Aquí, vale la pena poner en consideración el pecado de la ingenuidad, ya que se consideró una exageración la suma cobrada por una simple e investigativa charla. Pero claro, a ellas nada les interesa la charla, o el propósito, o el carácter didáctico consecuente. Finalmente, y después de muchos intentos, se lograron desarrollar un total de seis encuentros, que son el principal fundamento de este ejercicio narrativo y que sirve, además, de sustento para un proyecto futuro de mayor envergadura y ambición.
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