Sobre Películas Navideñas, tradicionales vs inclusivas

Sobre Películas Navideñas, tradicionales vs inclusivas

A. M. García

23/01/2025

“A mí me gusta la limonada de limones y el café que sabe a café”

Anoche llegué a casa con la siguiente frase resonando en mi cabeza “A mí me gustan las películas de Navidad que realmente hablen de Navidad”.
En la tarde había llegado a mi casa de infancia, mi madre atenta deseaba hacerme una comida pero cansada por los años le ofrecí simplemente ordenar un platillo a domicilio. 

—Mira, mamá, el paquete incluye bebidas, voy a pedir limonada, ¿quieres también de sabor? —le pregunté con teléfono en mano.

—Mejor preparemos algo, esas bebidas están muy azucaradas. A mí me gusta la limonada de limones y el café que sabe a café —respondió mientras sacaba los frutos del viejo refrigerador.

Mientras comíamos, el televisor en el fondo proyectaba Dear Santa. Era diciembre, así que elegimos la primera película recomendada en el menú. Al ver que salía Jack Black, no lo dudé y la inicié de inmediato.

No tardé mucho en comprender hacia dónde iba la película: un auténtico bodrio. Nada nuevo en este tipo de cintas palomeras. Sin embargo, ahora destacan por las temáticas que intentan abordar. Los guionistas parecen esmerarse en adornar con inclusividad y situaciones bizarras la misma fórmula de siempre: mostrar disfuncionalidades familiares, llegar al supuesto «aprendizaje» y concluir con el mensaje de que, en el fondo, todos somos buenos.

Un niño con dislexia escribe a Satanás en lugar de Santa Claus. ¿De verdad estamos hablando de Satán en una película navideña dirigida a niños? La historia comienza afirmando que Santa Claus no existe, con niños arrogantes burlándose del protagonista por su ilusión, viéndolo como torpe e ingenuo por seguir creyendo. Aunque no resulta tan trágico como en Gremlins donde la protagonista describe cómo su padre pierde la vida, la comparación se queda corta, considerando que aquella es una película de terror para adultos.

No quiero centrarme en hacer críticas cinematográficas sobre malas actuaciones ni sobre el desarrollo de la trama, y en este caso, siendo comedia, tampoco quiero enfocarme en las bromas americanas exageradas. Mi interés radica más en la esencia que muchas películas últimamente intentan presentar: la normalización de la disfuncionalidad familiar.

Las películas que intentan ser inclusivas al abordar temas como el divorcio, la orfandad y otras problemáticas sociales caen en una exageración que a veces resulta forzada. De joven, consideraba Milagro en la calle 34 (1994) como una de las mejores películas. Fue hasta que tuve hijos e intenté verla con ellos que me di cuenta de que la niña no tenía padre y de las tristezas que se mostraban en la trama. Sin embargo, estos detalles pasaban casi desapercibidos. Ciertamente, podría ser que un niño no preste atención a esos aspectos, centrado en ver a Santa Claus y distraído por las escenas más serias. O quizás estamos simplemente subestimando la capacidad de los más pequeños para captar esos matices.

Mucho menos con ¡Qué bello vivir! (1946), con el carismático Jimmy Stewart, que sigo considerando la mejor película navideña. Aunque también toca temas tristes, se centra más en la cuestión económica. Y es que, al final, de eso se trata contar una historia: exponer un problema y mostrar una solución agradable.

Por mi parte, sigo diciendo a mi esposa que esto es parte de la «idiosincrasia gringa» como una forma de justificar lo que vemos: que los hermanos se peleen, sean groseros con sus padres y entre ellos. Un ejemplo claro es la serie Knuckles (2024), que, por la emoción de mi hijo, vimos forzadamente, solo para presenciar las ridículas bromas y el maltrato que se daban entre los hermanos. ¿Es esto algo normalizado o nos estamos obligando a justificarlo como algo natural? ¿Acaso estamos fomentando que se conserve este estado disfuncional?

En una entrevista, Morgan Freeman respondió astutamente a una periodista sobre el tema del racismo, diciendo que simplemente deberíamos dejar de hablar de ello.

Esta victimización rancia, basada en la liberación de culpas, se presenta también en la apropiación cultural, a través de los llamados «defensores» de culturas ajenas. ¿Debería un canadiense ofenderse porque una persona blanca se pone un sombrero mexicano? Al poner la victimización como bandera y pensar que debemos incluir a un niño sin padres, lo único que estamos haciendo es señalarlo.

A mí me gustan las películas de Navidad que realmente hablen de Navidad. Nos gustan estas fechas por la magia que intentan transmitir, porque esa es precisamente la esencia de esta época: la alegría y la emoción. Podemos fantasear, y un guionista hábil podría crear una historia entretenida, incluso filosófica, sin tener que centrarse siempre en traer a la mesa los problemas del núcleo familiar.

En Crónicas de Navidad ocurre lo mismo: los primeros minutos de ambas partes se empeñan en mostrar malcriadeza, con el hermano robando carros y despreciando a su hermana, al borde de decirle que no existe tal magia. Aquí, Kurt Russell logra recuperar la película de sobremanera, pero la lista de películas con esta trama sigue y sigue.

El primer comentario que veo venir como crítica es que no quiero hablar de problemas sociales y que deseo vivir en una burbuja. Es cierto que estos problemas existen y deben ser tratados, pero en los espacios adecuados y de manera correspondiente. También me viene a la mente esa frase sobre estar cansados de ver notas rojas que solo perturban la mente. Los problemas sí existen, pero deben abordarse de manera estratégica.

Una película que abordó sutilmente la inclusión de manera efectiva fue Buzz Lightyear, y fue crucificada por ello. Parece que unos pocos se encargan de hacer campañas que patean un avispero, y luego la ola simplemente hace su trabajo, tergiversando la percepción del resto de la sociedad.

Esperemos con ansias la siguiente película; con lo de ‘Emilia Pérez’ y ‘Cónclave’, probablemente ahora será un Santa Claus trans.

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