Se habían consumido ya varias semanas desde que Arturo me otorgó el poder de los Elarian. Para ser honesta, nunca había escuchado de ellos, por lo que significaba que su existencia era mucho más antigua que la mía. Alkrayre fue el único lugar al que pensé acudir para encontrar respuestas; sin embargo la mayoría desconocía el tema; y aquellos que llegaban a mostrar señales de información, parecían tener fragmentos vagos e intermitentes de esos días.
Así que estaba sola junto con Auryn. No había constelación ni maestro alguno que me guiara por el camino. Aunque hubo una frase que consideré importante: “Se dice que los Elarian acostumbraban meditar para ingresar a su portal de energía, solo colocaban la mano sobre Auryn, cerraban los ojos y contaban hasta tres”.
Decidí continuar investigando sobre estos poderes en el terreno más alejado de la población. Aquel lugar donde la canícula había arrasado con toda vegetación y los colores del cielo irisaban sobre las últimas ciénegas. Al no conocer el alcance completo de esta magia conglomerada, temía que su energía se saliera de control.
—Auryn…—musité, sosteniendo el amuleto entre mis manos—. Déjame ver tu pasado para convertirme en tu presente.
En seguida, cerré los ojos y comencé la cuenta progresiva. Al momento de haber terminado el segundo número, sentí una ligera corriente a mi alrededor; para cuando hube pronunciado el tercero, un silencio rotundo surgió súbitamente, como si a todos los sonidos les hubieran cortado las cuerdas vocales.
Abrí los ojos, sintiéndome casi irreal. No sabía en dónde estaba. La única certeza era que a mis pies los sostenían un camino de piedras, y todo lo demás se había transformado en un manto negro colmado de puntos luminosos que giraban con la forma de un remolino. Por un instante pensé que me encontraba en el universo, si es que eso era posible, y que las luces no eran más que estrellas parpadeantes.
—No es el universo. Aunque puedes llegar ahí conforme entrenas tus habilidades.
Una voz masculina retumbó omnipresente. Comencé a mirar a todas partes en busca de su dueño, pero cada centímetro lucía igual.
—¿Quién eres? —pregunté.
—Soy uno de los magos que tuvo en sus manos a Auryn. Y tú, Atreyu, acabas de ingresar a Pasithea, lugar al que solo los Elarian tienen acceso.
—¿Por qué no puedo verte?
—Lo harás…con el tiempo.
Mi corazón comenzó a latir a un ritmo desacostumbrado. Finalmente, las respuestas estaban casi al alcance de mi mano.
—¿Qué es lo que debo hacer?
—Debo decirte que no será tan fácil como hacer preguntas. Todos tuvimos que iniciar como novatos, de esa manera, uno va adquiriendo práctica. Aunque admito que tú estás en desventaja por tu origen.
—¿Mi origen? ¿Te refieres a…?
—Así es, todos sabemos que naciste siendo un demonio. Pero será interesante verte como aprendiz.
Sus palabras no son precisamente consoladoras.
—Entonces, al final… sí estoy sola —susurré, agachando la cabeza.
—Existe un libro que puede ayudarte. Lo escribió el primer mago que conformó a los Elarian.
—¿En dónde puedo encontrarlo? —levanté la mirada. Una gota de esperanza se alzaba sobre mis hombros.
Hubo una pequeña pausa antes de escuchar su respuesta.
—El libro fue prohibido por decisión unánime para que nadie intentara convertirse en uno de nosotros. El poder era muy codiciado y no faltaba quien estuviera dispuesto a matar por él. Entonces, se le encomendó conservarlo a uno de los clanes, al que nadie se atrevería acercarse.
Mi boca se secó. Temía hacer la siguiente pregunta, a pesar de conocer ya la respuesta.
—¿Qué clan fue ese?
—A los demonios. El libro está en el infierno.
De pronto, una puerta se abrió frente a mis ojos, dejando pasar un halo de luz entre tanta oscuridad. Me era posible vislumbrar un cielo azul con nubes sublimes al otro lado. Mis piernas comenzaron a moverse en su dirección mientras que yo perdía la noción de mi entorno. Me costó trabajo mantener la vista lúcida, por lo que cedí a esa extraña sensación de un entumecimiento engorroso.
Cuando abrí los ojos, me encontraba de vuelta en el desierto con la reverberación de sus últimas palabras. Si quería tener ese libro, tendría que ir al infierno, a mi antiguo hogar.
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