Alice in borderland

Alice in borderland

DaelBeek

23/01/2025

¿Por qué querría regresar a ese mundo? ¿Mis días ahí fueron lo suficientemente buenos para que valga la pena el sufrimiento engendrado por mi atrevimiento de amar?

Mientras un profuso chorro de sangre escurre por mi rostro, me dispongo a recordar todas las veces que llegué a sonreír, todas las veces que llegué a morir de la risa, las veces que mi pecho se hinchó de tanta felicidad. No podría contarlas con los dedos, ni las hojas secas caídas durante el otoño me bastarían para ponerles un nombre, tal cual los meses del año.

Porque, verdaderamente, fui muy feliz. Fui amado, bendecido, fui afortunado. Fui un destello crucial para iluminar el sendero entretejido de la noche. Entonces, si fui tan feliz, ¿por qué no poseo un auténtico deseo de regresar?

El dolor acumulado en mi rodilla derecha ha comenzado a disminuir. No obstante, sé que si me muevo, aunque sea un solo centímetro, la intensidad volverá a aturdirme con una violencia cruel.

Sucede lo mismo con los recuerdos.

Te concedes la capacidad de confinar los recuerdos aciagos; aquellos que agujerearon tu pecho para obtener un atisbo del lado opuesto, aquellos que te asaltaron con un llanto olímpico a mediados del atardecer; aquellos que sisearon por las horas oscuras, negándote el merecido descanso estival.

Esos recuerdos cuya naturaleza te convierten en el ser más miserable de todos, de alguna manera terminan hacinados dentro de un pequeñísimo cajón; estrecho, polvoriento, y su existencia aprendes a ignorar. Esta horrible mierda me ha sucedido; sí, me ha dolido, me ha roto, me ha despellejado, pero debo seguir adelante. Porque la vida continúa.

La realidad es que una excesiva acumulación de dolor desatendido acaba por estallar en una infinidad de retazos latentes a cualquier estímulo. Me muevo, los recuerdos están ahí. Me muevo, el dolor en mi rodilla sigue ahí.

Sin poder caminar, examino con los ojos el escenario que me acompaña en el último juego. Los edificios deteriorados con brotes de ramas y hojas en cada ventana. El cielo manteniendo el mismo color de parsimonia. Las calles desiertas, los cadáveres de personas que tuvieron la desdicha de perder. Ante mis pies hay sangre, mis manos colmadas de moretones, el cabello apelmazado, mis mejillas inmundas, la hedionda peste de la muerte.

Siempre he resguardado a la muerte bajo mi sombra, desde antes de venir aquí.

Pero este sitio es diferente, cohabitas en cada momento con la compañera de los mortales al grado de aprenderte el sonido de sus pasos errantes cuando llega la hora de cobrar una vida. Y de eso se trata todo esto; rendirte a sus brazos o luchar por despertar al amanecer un día más. ¿Debería buscar un nuevo trabajo? ¿Cuál es el propósito de vivir? ¿Encontraré el amor de mi vida? ¿Cuándo seré finalmente feliz? Todas esas preocupaciones meramente banales pierden importancia en este país de las maravillas.

Los recuerdos y el dolor que me definieron en el mundo real ahora son el estribillo final de una obra maestra. Agotándose, culminándose, hallando una habitación en la calle de los sueños perdidos. Al despertar, cenizas solo quedarán y el viento con un soplido del olvido las levantará lejos de mí.

Soy libre: de la vida, de la eterna búsqueda de la felicidad. Soy libre de los dolores, del tiempo, de mi llanto.

Cuando la voz omnipresente vuelve a preguntar, yo respondo, recogiendo los míseros vestigios de mi aliento:

Elijo ser un ciudadano permanente.

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