Hace mucho tiempo, más allá de los alcances de la memoria humana, en un país muy lejano, existió un gran imperio. El emperador Qin y la emperatriz Wu, venerados por su pueblo, gobernaban con sabiduría y amor. Sus tres hijas, Mei, Ling y Tiang, eran la luz de sus ojos y la esperanza de su reino. Su nacimiento, que coincidió con la llegada del año nuevo chino, fue celebrado por todo lo alto, crearon templos para rezar por la salud y la prosperidad de toda la dinastía. Sin embargo, la dicha y la armonía se vio opacada cuando un terrible incendio envolvió el templo, atrapando a las tres niñas, que dormían en sus cunas, y a sus padres en un intento frustrado por salvarlas.

Muchos dicen que, luego de la tragedia se vio a una anciana con una niña en brazos, se decía que cuando alguien le preguntaban sobre la criatura que defendía con tanto celo, está decía: “La llevare con su padre”, luego de eso, como si de una maldición se tratase, se esfumó con el viento y nadie nunca la volvió a ver.

Pasaron algunos años y el recuerdo de lo ocurrido se fue borrando de las mentes de los ciudadanos. Pasaron muchos inviernos, un nuevo poder tomó el reino y lo sometió a largas horas de agonía y hambre. Muchos, los más creyentes rezaban día y noche para recuperar la prosperidad de su pueblo, sin embargo, parecía que todos los dioses los habían abandonado para sumirlos en un abismo de desolación y llanto perpetuo.

En la lejanía, una aldea humilde, escondida entre montañas y ríos serpenteantes, vibraba con aire festivo. Después de años de sufrimiento y penurias, por fin había llegado un motivo para celebrar. La hija menor de la familia Liu, Ning, estaba a punto de cumplir la mayoría de edad, un hito que marcaba su transición a la adultez. Según la tradición, este día se conmemoraba con su boda, y la ancestral ceremonia del Ji Li, un rito que simboliza el paso a la madurez.

Sin embargo, en el corazón de la joven Ning, la alegría de la celebración se mezclaba con un profundo anhelo de libertad. Aunque comprendía que la ceremonia traería honor a su familia y fortalecería su posición en la comunidad, su verdadero deseo era romper las cadenas de la tradición. Ning soñaba con demostrar que era capaz de mucho más que ser una esposa; anhelaba explorar el mundo, perseguir sus propios sueños y vivir una vida que le perteneciera.

El día antes de la ceremonia, Ning se sentó a orillas del río, dejando que el agua fresca acariciara sus pies. La suave brisa traía consigo el aroma de los campos de arroz y el murmullo de las conversaciones de la aldea, pero su mente estaba en otra parte. Observaba las olas que se deslizaba río abajo. En ese instante divisó dos figuras acercándose, deslizándose sobre la superficie del río como si el agua fuera un suelo firme. Ning sintió un escalofrío recorrer su espalda, un miedo que la paralizó en el acto. Sus ojos se abrieron con asombro, tratando de comprender lo que veían. No eran seres humanos, eso era seguro. Sus cuerpos parecían espectros transparentes iluminados por un halo de luz que los hacia parecer seres celestiales. Ning sintió como su corazón se hundió en su pecho, presa del pánico, pero su cuerpo se negaba a moverse, como si estuviera atrapado en una pesadilla. Una de las figuras se acercó, y su voz, suave como el susurro del viento, rompió el silencio: “Mei, hermana”. Ning se quedó petrificada. ¿Mei? Ese nombre no le pertenecía. Nunca había visto a estas criaturas antes, pero una sensación extraña la recorría, como si las conociera desde siempre. Sus ojos oscuros, tan parecidos a los suyos, la miraban con una intensidad que la llenaba de inquietud. Era como si un recuerdo borroso, un sueño olvidado, se despertara en su mente, dejando un rastro de confusión y preguntas sin respuesta. La segunda figura, con un tono grave y urgente, rompió el silencio: “Es cierto, tu nombre ahora es Ning, pero eso no importa. Tu pueblo está en peligro, y tú eres la única que puede salvarlo”. La primera figura, con un gesto imperioso, la interrumpió: “Como única descendiente del Rey Dragón, es tu deber demostrar tu fortaleza ante el emperador y proteger a tu pueblo”. Ning, con la mente en un torbellino, se sintió como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies. ¿Descendiente del Rey Dragón? Hace unas cuantas horas, era solo una niña a punto de convertir se en esposa, su camino ya estaba trazado. Ahora, de repente, era la heredera de un poder ancestral, la esperanza de un pueblo entero. La realidad se había transformado en un sueño imposible, y la joven Ning se encontraba en el centro de un destino que jamás había imaginado. Sin embargo, era lo que siempre había soñado, crear su propia historia, ser libre de fluir como las aguas del río, en ese instante le surgió una gran duda: “¿Quiénes son ustedes?” Ambos espectros sonrieron con infinita ternura hacia Ning: “Somos tus hermanas, al igual que tu fuimos descendientes del Rey Dragón, siempre contaras con nosotras y con tus ancestros para guiarte en el camino”. Y así, sin más desaparecieron río abajo dejando a Ning con un huracán de preguntas sin respuesta en su interior.

Un horrible estruendo, como el rugido de un dragón enfurecido, sacudió la aldea, Ning, con el corazón latiendo en el pecho, corrió hacia el lugar de donde provenía el ruido. La tierra temblaba bajo sus pies, y el aire se llenó de un polvo denso y rojizo. Pero antes de que pudiera llegar a la fuente del estruendo, una figura imponente se interpuso en su camino. Era un Xiezhi, una gran criatura, con el cuerpo de un león, la cabeza de un dragón y una sola cornamenta que se extendía hacia el cielo. Sus ojos, rojos como brasas, parecían perforar el alma de Ning, y sus patas, con garras afiladas, arañaban el suelo con un sonido metálico. El Xienzhi, con un rugido que hizo temblar la tierra, levantó su cornamenta, y con ella, lanzó un rayo de luz que iluminó la aldea, revelando un panorama desolador. La aparición de un Xiezhi era un mal presagio, un signo de que la desgracia estaba a punto de caer sobre la aldea. El Xiezhi, con un rugido que hizo temblar la tierra, se abalanzó sobre Ning. La joven, sin inmutarse, levantó su mano y con un movimiento rápido, trazó un círculo en el aire. De sus dedos brotó un torrente de fuego, formando un gran dragón que se elevó en espirales de fuego hacia el cielo. El dragón, con un rugido que hizo temblar al Xiezhi, se abalanzó sobre la criatura envolviéndola en llamas.

El Xiezhi, con un grito desgarrador, intentó escapar de las llamas, pero el dragón lo persiguió sin descanso, quemándolo hasta las cenizas. La aldea, que había presenciado con terror el ataque del Xiezhi, ahora aplaudía a Ning, reconociéndola como su salvadora. No obstante, la inquietud carcomía a Ning, más profunda que nunca. Las palabras de sus hermanas resonaban en su mente, grabadas a fuego. Ella, la descendiente del Dragón, era la única esperanza de su pueblo. Un peso se asentó en su pecho, el peso de la responsabilidad, el peso de la herencia. Su deber era claro: defenderlos, librarlos del mal que se cernía sobre ellos.

La decisión de cancelar la ceremonia cayó como un alivio sobre los hombros de Ning. No era la boda lo que la atormentaba, sino la amenaza que se cernía sobre su pueblo. Gran parte de su familia y algunos aldeanos intentaron detenerla, argumentando que, al ser una mujer no podría llegar muy lejos, y que lo mejor sería casarse y cumplir sus labores como una esposa obediente y sumisa. Sin embargo, con el apoyo de su abuela Ning emprendió su viaje al palacio imperial. La distancia era considerable, un viaje de casi una semana a pie, que la obligó a atravesar campos verdes, cruzar ríos turbulentos y sortear caminos polvorientos. Cada paso la acercaba un poco más a su destino.

Cuando llegó al templo sintió como su corazón latía más rápido de lo común, como si quisiera salir de su pecho y correr de vuelta a la aldea. Por unos segundos dudó si debía adentrarse más, si de verdad valía la pena, pero ya estaba allí y tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros. Era absurdo echarse atrás en el último momento. Respiro hondo, llenando sus pulmones con el aire fresco de la montaña, y se adentró en el recinto. Las grandes estructuras del templo se alzaban a su alrededor, imponentes, como guardas de un secreto milenario.

Al llegar al trono, vio al emperador, un hombre de mirada fría y penetrante, con una corona que reflejaba la luz del sol. Observaba a Ning con una mezcla de recelo y arrogancia. Muchos habían intentado desafiarlo, pero le parecía ilógico que el Rey Dragón hubiera elegido a una mujer para hacerlo.

¿A qué has venido?, inquirió el emperador, su voz resonó en el templo, con una mezcla de impaciencia y desdén.

Ning se enderezó, con la mirada firme y la voz llena de determinación: “Mis ancestros me han enviado, para evitar que sigas haciendo daño a nuestro pueblo. he venido a demostrar que soy la única descendiente del Rey Dragón, y que tengo el poder de detener su ambición.”

El emperador frunció el ceño, su mirada se volvió aún más gélida. “¿Y cómo pretendes hacerlo?”, pregunto, su voz impregnada de incredulidad y burla.

Ning se mantuvo firme, su mirada desafiando la del emperador. “Lo demostrare”, respondió, “Con la misma fuerza que mis ancestros, y con la valentía que corre por mis venas”

Ning era plenamente consciente de que había guardias apostados en cada esquina de la habitación, y que cualquier cosa que hiciera en contra del emperador podría costarle la vida, asi que necesitaría mucha fuerza y habilidad si quería cumplir su cometido.

Con un movimiento ágil, Ning tomó el pincel que llevaba en su hanfu y trazó un símbolo en el aire. El emperador la observaba atentamente, una sonrisa socarrona curvaba sus labios. Con un gesto ordenó a los soldados que no atacaran aún.

La escritura de Ning, se encendió en llamas, revelando un ideograma que ardía con intensidad. El emperador leyó en voz baja, casi ahogando un susurro, “Yazi”. En ese instante, las espadas de los soldados cayeron al suelo con un sonido metálico ensordecedor. Un rugido resonó en el templo, y de la nada, surgió un dragón colosal, con trazas de leopardo en su cuerpo, Yazi, un ser de fuego que petrificó a los soldados en estatuas de piedra al instante.

El emperador, aterrorizado por la aparición del dragón, se sobresaltó y dejó caer su corona. Yazi, con ojos de fuego, se abalanzó sobre él, pero Ning, con un movimiento ágil, se interpuso entre ambos. “Es momento de que te marches de aquí y nunca vuelvas” Dictaminó con la voz llena de determinación.

El emperador, con una mirada llena de rabia, intentó atacar a Ning con su espada, pero Yazi se interpuso, envolviéndolo en una espiral de fuego. Ning, con un movimiento rápido, invocó el poder de Chiwen, controlando las llamas en segundos. Sentada en el suelo del templo, Ning observó el espectáculo. Regresó a los dragones a sus páginas y reflexionó sobre lo ocurrido. Había salvado a su pueblo, pero ahora no tenían emperador. Ella no podía tomar el mando, siendo mujer, y el matrimonio seguía siendo una opción inaceptable.

En ese momento, una idea brilló en su mente. Escribió el nombre de Bi’an en una hoja y le encomendó la tarea de encontrar un nuevo emperador, justo y bondadoso. Ning, con un último acto de poder, se transformó en un gran dragón de tierra, recorriendo medio país y creando una gran muralla que protegería a su pueblo durante siglos.

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