Estamos ante la zozobra de caminar sin ningún sentido, el polvo de las calles se confunde con ilusiones perdidas, en este extraño y ajeno lugar que fue mío durante siglos y siglos. Calles alternas se entrecruzan con nuestro tiempo, personas nos atraviesan, las sentimos abrirse campo en medio de nuestro hígado, de nuestras vísceras, escupen sangre y gritos, lagrimas, silencios y un poco de mierda, dejan su huella, sin lugar a duda, en nuestras células que ya nunca serán las mismas ¿Somos o no somos? ¿Caemos o estamos en ascensión? ¿Podré satisfacer mi necesidad redentora? Miro los huecos redondos en tus manos, miro el cáncer sobresalir de tu piel, estamos rotos, no cabe duda…
Recuerdo el loco Stevenson, el asesino, el payaso, el comediante de funerales, ese tipo siempre me cayó bien cuando yo era niño, siempre bailaba desnudo entre avenidas, entre las reales y las fantasmales, pero después al crecer me contaron que podía mirarnos a todos y atravesarnos con mil preguntas íntimas, nos dejaba sin disfraz alguno ante nosotros mismos, golpeaba el orgullo de los que estamos y de paso también el de los que nos atraviesan; por eso uno temblaba ante su presencia, por eso todos preferimos olvidarlo, por eso nadie lo quería. Fue entonces cuando nos armamos con palos y navajas, fuimos a su cambuche en medio de la avenida Aura, y con cierto temblor en las manos penetramos y escupimos golpes y heridas en esa masa de carne, que ahora no era más que eso, carne y sangre que chorreaba por esas calles que rápidamente se perdía entre las alcantarillas de olor putrefacto, pensábamos al hacerlo, que encontraríamos algo más que tejidos envejecidos, que entonces al fin hallaríamos nuestras añoranzas perdidas, quizá en su intestino grueso tenía nuestros sueños sin cumplir, al comer su corazón quizá llenaríamos el vacío que nunca se va, y al beber un poco de su sangre creíamos poder encerrar por siempre en nuestros cuerpos a aquellos que ya no estaban con nosotros, pero no; era tan humano que nos dio repugnancia, era tan parecido a nosotros que empezamos a vomitar bilis amarilla y ácida que daba cuenta de nuestro error, todos lo odiábamos aunque en el fondo todo los necesitábamos.
Después de la muerte del loco Stevenson, comenzó la destrucción, había signos evidentes de la decadencia, nubes negras que no se movían de su sitio, ya no obedecían los designios del viento, ya no aparecía un solo sol en el firmamento, eran múltiples, incesantes, bailarines, y medio apagados, un naranja oscuro sangre, un naranja oscuro como los cuerpos en descomposición, esos cuerpos que se enterraron a sí mismos; se necesitaba decenas para rellenar el espacio de uno, las aves se estrellaban confundidas y suicidas contra las paredes negras, era un festival de plumas y sangre, sangre y plumas, picos perdidos sin cabeza, cuerpos emplumados sin cabeza que caminaban por allí igual de perdidos que nosotros, igual de desamparados; yo te miraba, y no sabía qué decir, nadie entendía lo que estaba pasando ¿El universo había perdido su cordura?
Lo peor era cuando llegaba la noche, vientos helados y extraños, caras malditas llorando que flotaban entre los árboles, corríamos asustados y solo en antros subterráneos de música estridente había algo de paz, estando ebrios de heroína y de litio todo tenía más sentido, y tu bailabas, porque sabias hacerlo bien, y yo te miraba y sonreíamos, sonreíamos mientras nos esfumábamos, mientras los contornos se hacían menos claros, éramos una masa amorfa de personas asustadas, hilarantes, eufóricas, que se empujaban y que se fundían una y mil veces en esta orgía degradante, ¿O era esa la ascensión que todos anhelábamos? nadie sabría si el mañana era algo que realmente existía, o era la existencia del loco Stevenson lo que mantenía esa ilusión, él era el hilo conductor que mantenía en orden a la extensa red del tiempo, los habitantes reales y los fantasmales sabían cual era su lugar en el mundo, ahora nada era claro, un muerto que llevaba siglos en el lodo, me había invitado un trago de tequila ayer, y mi amigo de toda la vida estrelló su carro contra mi casa creyendo que podía atravesar las paredes, como lo hacían esos otros seres que solo existen en la memoria… lugar donde habitará por siempre el loco Stevenson. ¡Maldita sea, matamos a Dios!
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