La vida se hace de rutinas, unas más agradables que otras. Cada mañana, la biblioteca abre las puertas a las diez y el día transcurre a un ritmo cronometrado. Justina verifica el horario del día y se alegra al comprobar que a las 13h estará en clasificación. A las 12h58, comienza a verificar el estado de cada libro.

Muy a menudo, los usuarios dejan los recibos de préstamos en el interior de los libros. Justina va llenando con ellos los bolsillos de su chaqueta, trozos de vida que la acompañan a escondidas.

Cada noche, a las 20h, otra rutina se instala. Se sirve un poco de queso, unas uvas, saca la botella de vino tinto, y un disco de Vivaldi la acompaña por el resto de la noche. Levantado del suelo de José Saramago ha compartido espacio y tiempo con Musicofilia de Oliver Sacks y con 1Q84 de Haruki Murakami. Otra copa de vino y ahora lo más importante: el nombre del usuario. Tiene el nombre de un hombre real, de alguien que cedió su tiempo a un título, su intimidad a un personaje, y Justina se siente poderosa.

Desde hace algunas semanas, Justina siente que algo la acompaña. Sabe que no hay nadie en casa, aun así, siente una presencia cerca de ella. Deben ser la mezcla de energías de todo tipo: de lectores, de escritores, de personajes.

La entidad aparece a las diez de la noche y dispone de sus emociones como mejor le parece. Hay noches en las que Justina comienza a llorar luego de haber revisado algunos recibos. Al principio las lágrimas caen solas, pero poco a poco van cobrando fuerza y se convierten en sollozos que la dejan sin respiración. Quizás sea la música de Shostakovich o la vida de Balzac. Otras, sin embargo, la alegría la gana, baila y ríe, a veces con Ignatius J. Reilly, uno de sus personajes preferidos, pero también lo hace con Chesterton, y se siente feliz.

En los últimos días, la presencia la incomoda. Se apodera no solo de su estado de ánimo sino de su cuerpo también. Son las dos de la mañana cuando Justina decide irse a dormir. Entra en el cuarto a tientas, prefiere no encender la luz, se acuesta en la cama bocabajo y espera. Sabe que llegará, que empezará por sus piernas, recorridas por un halo frío …No hay nada que pueda hacer para evitarlo, excepto relajarse, meter la cara en las almohadas y sentir esa pesadez en su cuerpo. No vale la pena encender la luz porque no hay nadie, solo un halo de frío y un peso que se apodera de su cuerpo. Una fuerza que domina y avanza; Justina pierde el control de sus músculos, de su respiración incluso. Siente frío en la nuca y un movimiento imposible de sus cabellos. Se encuentra inmóvil, solo los ojos puede abrir y cerrar. Prefiere cerrarlos, dejarse llevar y partir, quizás para siempre.

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