Lo embargó la sensación de haber sido arrojado al segundo presente, sin ninguna historia previa al entrar a la cocina y no ser capaz de recordar qué buscaba allí. Emergió un nombre en su cabeza: Arquímedes. Estaba pensando en «El Contador de Arena» y quería encontrar la cita precisa. Un automatismo torpe, como si estuviéramos hechos solo de memoria y propósito; en esos momentos, la existencia adquiere un sabor extraño. Quedó absorto en una nueva reflexión: ¿Qué es la existencia? ¿Es el continuo de nuestra conciencia? ¿Existen los personajes de sus relatos, dotados de sentimientos, complejos, virtudes? Él, por ejemplo, puede encontrar en su cartera un puñado de los consabidos documentos que certifican su existencia ante diferentes estamentos e instituciones; además de eso, tiene amigos, familiares y recuerdos; y el lector juzgará si su verosimilitud es socavada por el hecho de ser él una botella de Pepto Bismol, un contenedor de polietileno dos tercios lleno del antiácido rosado. Una persona y como a todas, en un ensimismamiento entra en un cuarto y es incapaz de recordar qué buscaba allí. Sus escuálidas extremidades no son más que líneas negras y le permiten continuar con su locomoción ociosa, ¡Ah! Porque el trabajo de la inspiración ocurre en otro espacio y tiempo, y él está absorto en la composición de un relato. En un momento, le llegó una frase iluminada: «Y quizás el universo ya está lleno de granos de arena y poco importa su nú…» lo interrumpió una mano desenroscando lo que vendría a ser su cabeza para beber un sorbo de su contenido. Pasó un trago el hombre indigesto quien, con una mueca de malestar en la cara, le hablaba a la practicante parada al otro lado del escritorio. «(…) una funeraria, un restaurante de pollo asado, yo qué sé, debemos encontrar un patrocinador para los concursos de escritura y, Martina, sube un veredicto para el concurso de Kafka hoy a más tardar».
Ya había concluido con su estricto propósito, pero permanecía sentada con los pantalones por los tobillos, encorvada sobre la pantalla del móvil mientras sus muslos se enrojecían allí donde apoyaba sus antebrazos. Martina cerró por un momento Instagram al recordar el asunto pendiente. Entonces, como se le pide al genio de la lámpara, pidió al motor generador de texto: «veredicto obra ganadora, laudatorio, conciso». Dos segundos después apareció en la pantalla: – Se le concede el primer premio a la obra «Un asqueroso insecto» de Gregorio Samsa. Gregorio nos propone una metamorfosis inversa en la cual el insecto se convierte en humano, trayendo a presente las preocupaciones kafkianas acerca del individuo y las instrucciones. El protagonista del relato se suma a la tradición de Joseph K y Bartleby de Melville, en tanto son sujetos enfrentados a leviatanes grises, absurdos y brutales, como pueden serlo estados e instituciones modernas. Y todo tejido minuciosamente a partir de la disquisición de Arquímedes sobre la cantidad de granos de arena necesaria para llenar el universo.
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