Pues la renovación creo que va bien, lenta, pero constante de alguna manera… Bueno, de momento, el mayor progreso ha sido poner algunos estantes en la pared. Pero este chico no tiene mucha idea realmente así que terminé haciendo yo la mayor parte. Tomé todas las medidas e hice las marcas pertinentes, y él quedaba encargado de hacer los agujeros, ya que prefiero que él estropee sus propias paredes antes que yo, jajaja.
Cuando se puso a hacer el primer agujero, el taladro no quiso entrar más profundo que unos 10 mm, así que terminé llamando a mi padre, quien nos dijo que necesitábamos usar otra punta -o como se llamen- para el taladro, una que sea más dura y pueda romper el cemento. Así que la cambiamos y después de algunos intentos fallidos y algo de resistencia consiguió hacerlo bien. Pero entonces, justo cuando estaba sacando el taladro, empezaron a caer gusanos como en una cascada del agujero y por todo el suelo. Empezamos a movernos hacia la puerta pero íbamos demasiado lento; el río de gusanos era agresivo y no se detenía, y muy pronto nos vimos rodeados y cubiertos hasta la cintura. Menos mal que dejamos la puerta abierta, porque entonces entró su perro, Charlie, y empezó a acercarse a nosotros. Ladró un par de veces, lo que significaba claramente que teníamos que agarrarnos de su collar, ¡y rápido! Y en cuanto lo hicimos salió volando hacia fuera con nuestros dos cuerpos como deslizándose sobre la masa ahora oceánica que seguía trepando por las paredes.
Salimos disparados y por completo, cayendo con un ruido sordo sobre el suelo de madera de la terraza, la cual solo mostraba algunos débiles indicios del material vivo y escurridizo que ahora casi consumía toda la habitación a nuestras espaldas. Pasé varios segundos perdida en el movimiento de las pequeñas formas que se arremolinaban apretujadas contra la división invisible creada por el marco de la puerta y que, con la misma rapidez, perdían nitidez y volvían a fundirse en la masa amorfa que seguía elevándose ligeramente. Perdí el contacto visual cuando Maxime cerró la puerta suavemente. Entonces me miró de frente, con una mirada aburrida y desinteresada propia de los franceses parisinos. «Supongo que poner unas estanterías es más difícil de lo que pensaba. Da igual… Llamaré al hombre de mantenimiento por la mañana».
Luego cenamos y vimos una película. Me quedé dormida como a la mitad, pero creo que hacía una crítica bastante acertada sobre el capitalismo.
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