CORDURA ALIENADA

CORDURA ALIENADA

4 Aplausos

13 Puntos

49 Lecturas

¿Y si me dejase llevar por sus propios impulsos?

Dibujar me resulta una ardua tarea, pero mi psicóloga dice que es la forma más eficaz de expresar mis pensamientos más profundos, en concreto, aquellos tan insondables que ni siquiera yo sé de su existencia. Además, insiste en que debo hacerlo a solas para no sentirme condicionado por nadie.

Sí, hoy estoy decidido a dar rienda suelta al carboncillo. 

Abro la ventana del dormitorio para que el frescor de la mañana alivie el sudor que me ha invadido esta noche. Me siento en la silla giratoria delante del escritorio, sujeto a mi aliado entre mis dedos pulgar e índice de la mano derecha, lo volteo varias veces sobre su eje a modo de ejercicio de calentamiento y lo acerco al papel níveo.

—¡Esperaaaa! —me dice una voz chirriante, similar al sonido de una tiza arañando la pizarra.

Miro al lapicero. ¿Es posible que me haya hablado o es que estoy más perturbado de lo que creía?

—¿Puedes dejarme un minuto encima de la mesa? Necesito concentrarme —me pide en tono suplicante.

Lo suelto y lo observo con detenimiento. Entonces me percato de que las letras doradas que indican la marca del fabricante se han recolocado para transformarse en sus ojos, nariz y boca, justo debajo de su parte afilada. De sus laterales brotan unas finísimas extremidades provenientes de la madera que lo recubre.

Creo que la frescura de la alborada no es suficiente y uso como abanico un tríptico de la consulta de psicología.

Acto seguido, me restriego los párpados tratando de volver a la realidad, a lo cuerdo, a lo sustancial.

—Tranquilo. No estás loco.

Esto último no puedo asegurar si lo ha dicho el carboncillo o yo mismo.

Nos miramos el uno al otro. Vuelvo a atraparlo, pero esta vez con delicadeza. 

—Podemos hacerlo.

De nuevo no sé con certeza quién es el autor de estas palabras.

El lapicero comienza un baile insólito entre mi mano y la lámina de dibujo. Se ha lanzado de cabeza sin pensar, sin miedo, quedándose amarrado a mis dedos con sus recién adquiridos apéndices. Juntos garabateamos círculos, trazamos líneas y delineamos siluetas disparatadas de diversas formas y tamaños. Nos sumimos en un delirio creador que no cesa hasta completar nuestra obra. 

—Deberías ponerle un título —me sugiere antes de regresar a su estado inerte.

—¿Qué te parece seres de otro mundo?

No me responde. Definitivamente, ha vuelto a ser el mismo de hace unas horas. 

Me incorporo para ir a contemplarme de cuerpo entero en el espejo que ocupa una de las puertas del armario ropero. Compruebo, aliviado, que yo también he regresado a mi estado natural.

Cierro la ventana. Ahora tengo frío.

Puntúalo

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS