Todas mis mañanas iniciaban del mismo modo, con ganas de que no iniciaran completamente. Cuatro horas de sueño nunca serían suficientes, pero ya me había adaptado. Desde que inmigre había pasado por muchos trabajos y actualmente tenía dos empleos que me ayudaban a mantener a mis familiares en mi país natal. Era una tarea difícil, evidentemente, notaba mi rostro demacrado por el cansancio y la soledad que sentía. Mi único momento de alegría era antes de ir a trabajar y antes de ir a dormir, pues «Stvari» estaba ahí para mí. Mi primera impresión al conocerlo fue la misma que cualquier otra persona, «¿Qué eres?», y «¿Me repites tu nombre?», una pregunta que hice al menos 3 veces. Stvari era algo ciertamente inefable, al principio parecía la conglomeración de todo lo innecesario de la casa, una acumulación de objetos de las que el propietario no quería deshacerse. No tenía forma realmente, eran solo objetos viejos apilados. Pero entonces comenzaba a hablar y hablar, y a medida que hablaba, parecía que obtenía una forma más antropomorfa, como si mágicamente ese montón de cosas no relacionadas se unieran del mismo modo en que un niño armaría un robot con cosas disparejas. Stvari era muy elocuente, un orador excepcional. Contaba historias tan increíbles que no había necesidad de encender la radio.
— Fue así como los gemelos escaparon de los antisemitas —contaba Stvari.
— Y uno se queja de la vida actual, no tenemos consciencia
— Cada época tiene su propio conjunto de dificultades, y lo importante es superarlas. Tú superarás todo.
A veces sentía que Stvari actuaba como un terapeuta. Le contaba mis problemas y me ayudaba a reflexionar, además de animarme a perseguir mis sueños, a no dejarme doblegar por las situaciones. Ese día salí a trabajar con entusiasmo, pensando en todo lo que había conversado esa mañana con Stvari.
En la noche, cuando regresé, me encontré con el propietario en la puerta. Stvari no estaba en su esquina habitual, de hecho, no estaba en ningún lado.
— Tuve que deshacerme de ese montón de basura —dijo—. Incomodaba a los nuevos inquilinos.
— ¿Disculpa?
— Sí, te necesito fuera en dos días. ¡Gracias!
Esa noche la casa se sintió absurdamente vacía. La vida seguía su rumbo como siempre, con emociones pesadas imposibles de procesar al instante. Durante los días siguientes me dediqué a recoger mis cosas y buscar una habitación para mudarme. La vida tuvo un matiz muy gris esos dos días, como si estuviera de luto por la ausencia de Stvari. Pero una pequeña luz ilumino mi pesar, pues mientras recogía, encontré una especie de reloj anticuado debajo del sofá. Fue ahí cuando escuché la profunda y melodiosa voz de Stvari una vez más y con ese leve impulso de alegría, abandoné el departamento, teniendo en mente el objetivo de ir en mis ratos libres al basurero a recuperar las otras piezas de Stvari.
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