Hace días que no para de llover en este frondoso bosque en las montañas. Hace frío y el ambiente comienza a estar húmedo. De día la temperatura sube apenas unos grados, pero no puedo salir de mi casa. Todas las tareas diarias se han reducido a tirar leña en el fogón de vez en cuando. Mis cachorros, aun sin conciencia absoluta sobre el mundo, se dedican a explorar este, su único universo conocido. Ríen, corren y desparraman cosas sobre el suelo. Se esconden en los armarios y debajo de la mesa y cuando se cansan de la exploración, se acurrucan y se duermen, calentitos y juntos. Y yo, agobiado de tanto encierro, hace días que he dejado de rezar a Dios. Se ha sentido bien la verdad, de todos modos hace tiempo que no lo siento. No tengo ningún síntoma, de esos que se me han advertido. Hasta siento una cierta libertad al malgastar mi tiempo como yo quiero. Si es cierto que al menos antes podía hablar con él, como con un amigo, contarle mis penas y mis preocupaciones, que a decir verdad no son muchas o son tontas.
Ahora, sentado en nuestra pequeña sala, cómodo y caliente, con el estómago lleno y la casa acunando mis pensamientos, hay algo que ha comenzado a molestarme.
Se trata del ventanal grande, que está cubierto con cortinas pesadas que no dejan pasar el frío. Hoy las cortinas están apenas abiertas, dejando un poco del vidrio oscuro al descubierto. Unas cuantas gotas de condensación caen lenta pero constantemente hacia el suelo. Mi cuerpo se tensa. ¿Será? Pienso que es imposible, que racionalmente sé que no, que el vidrio no se derrite, que solo es agua. Entonces un impulso me levanta del sofá. De un tirón abro completamente las cortinas. Toda la superficie del vidrio chorrea, abundante líquido incoloro. No puede ser.
Toda la seguridad que antes no había apreciado, se me escapa del cuerpo. Y si el vidrio desaparece? Entonces, la lluvia, el viento y el frío entrarán a mi casa, envolverán a mis cachorros, apagarán el fuego, se llevarán todo. Me dejarán sin hogar. Ahora mi cuerpo tiembla, pues eh escuchado un crujir, como un peligro que no puedo ver. Toda mi estabilidad se está debilitando y apenas, apenas puedo levantar la mano para tocar el vidrio. El frío ya ha llegado hasta mí y me corta las mejillas sin piedad. Y mi mayor miedo se ha hecho realidad. En el lugar donde estaba el vidrio, ahora solo hay una sustancia gelatinosa, que se puede traspasar fácilmente y que se sigue derritiendo sin parar.
Ha sido solo un sueño. Todo está en su lugar. Una manito tibia me ha despertado. Mi corazón late rápido. Casi lo pierdo todo. Hoy vuelvo a rezar.
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