Ante la ola de calor, en la «City porteña» se rumorea que los supermercados chinos apagan los refrigeradores de noche para reducir el consumo de luz, y los alimentos pierden la cadena de frío. A nadie le importa; la gente sigue comprando por cercania y poco tiempo.
Caminaba sin rumbo, mirando productos que no me interesaban. Todo parecía inmutable: estanterías ordenadas, aire denso, productos dispuestos con precisión. El ciclo de la tienda continuaba, y yo no intentaba interrumpirlo. La sensación de aburrimiento me había invadido, apoderándose de todo.
Llegué al fondo, donde casi nadie va. Allí estaba el refrigerador, con la puerta entreabierta, dejando escapar un aire frío que contrastaba con el calor pegajoso del lugar. Me acerqué, atraída por algo que no podía identificar. No era un objeto lo que llamaba mi atención, sino una vibración, algo diminuto en el interior. No era un sonido, sino una sensación, como si el aire estuviera sumergido en agua.
De repente, me sentí desconectada del mundo. No era solo el frío lo que me atraía, sino esa calma olvidada. Ese rincón del refrigerador era un espacio suspendido, ajeno al ritmo constante de la vida. Me sentí ligera, como si todo lo que conocía estuviera flotando a una distancia imposible de alcanzar.
El murmullo de las vibraciones era lo único que escuchaba. Se extendía por el aire, llenando el espacio con una paz perturbadora. No sabía qué era lo que habitaba allí, pero me quedé, no por curiosidad, sino por la sensación de desconexión, de estar en otro lugar y a su vez, excluida por decisión propia.
Volví al día siguiente. Y al siguiente. Cada vez que lo hacía, la vibración me envolvía más. Era como si, al estar allí, aunque solo fuera por un instante, pudiera escapar de todo lo que me aplasta afuera. No era consuelo, pero al menos podía respirar allí, en ese rincón suspendido.
Aunque no buscaba algo concreto, me di cuenta de que lo que sentía cerca de ese refrigerador no era solo un escape. Era como si, al estar allí, bajo el murmullo de las vibraciones y el frío, pudiera sentir que había algo más, una razón encubierta, un sentimiento desconocido, un equilibrio químico perfecto, un límite entre el ardor y la marea de un cuerpo que aún mantiene la cadena de frío para volver a casa.
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