Aquella mañana fue distinta, mi Tía Nena entró a la recámara de mi Abuelo, para despedirse antes de irse a trabajar, él no contestó mi Tía se acercó, trató de moverlo y se dio cuenta que no respiraba. Gritó fuertemente y se estremeció toda la casa.
Emilia le dice: —— ¿ Que pasa hermana, te ves muy pálida.?
Nena solo alcanzó a decirle: —–Mi Papá, mi Papá.
Llegaron mis otros familiares, fueron a la recámara y empezaron a llorar.
Mamá se acercó a mi cama, me tomó de un brazo, rapidamente salimos de la casa, fuimos con mi Tía Lala, Mamá me dijo que me quedara con mis primos Pablo y Arturo, incluso dormiría allí, y al día siguiente pasaría por mi.
Al llegar le dijo a mi Tía: —— Lala ha pasado una desgracia, mi Papá acaba de morir y Mamá soltó el llanto, al oírla me estremecí, pero no dije nada.
Mi Abuelo siepre fue un hombre muy guapo, le guistaba vestirse bien y ese día no podía ser la excepción, mi Tía Lupita llevó a la funeraria su mejor atenuedo y dio la órden de la forma en que lo deberían de arreglar.
Al día siguiente entré a la recámara, ya estaba muy limpia, la cama tendida, la ventana cerrada, junto a su cama estaba su mecedora, me senté en ella y empecé a recordar todos los gratos momentos que habíamos vivido juntos, me vi otra vez caminando junto a él, por la calzada Madero, hasta llegar al restaurant donde le gustaba tomar café. En esa ocasión llegaron dos Señoras, nos miraron de arriba a abajo, le pregunté a mi Abuelito si se dio cuenta:——-Si hijo, es porque eres un niño muy guapo, mi corazón brincó de gusto al escuchar el comentario.
Me empezaron a correr las lágrimas, me levanté, abrí su ropero, ya toda su ropa estaba limpia y doblada las bolas de *alcanforina* empezaron a rodar, su fuerte y penetrante olor inundó el armario: inmediatamente lo cerré y sentí algo dentro de mi que me hizo click, salí de la recámara, corrí al patio, me senté en una piedra de sillar gigante, empecé a llorar y a ver las nubes. Poco a poco me fui serenando y sonreía pensando que mi Abuelito debía de estar en una de esas hermosas nubes.
No dije nada, me hablaron para cenar, ni siquiera me lavé las manos, me senté, comí galletas con un café con leche y me fui a mi recamarita, me metí vestido debajo de las colchas y me cubrí hasta la cabeza, no quería saber y oír nada, de todas formas escuchaba el murmurllo de las vecinas, porque estaban rezando el novenario y me llegaba el olor a las veladoras.
Al día siguente como autómata me levanté, me lavé los dientes, la cara y me fui a la escuela; en el salón de clases no puse atención a nada, solo pasaba por mi mente la recámara de mi Abuelo, su sonrisa, y el olor a *alcanforina.*
OPINIONES Y COMENTARIOS