Una cola como de zorro

Una cola como de zorro

Gina Hap

13/01/2025

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—No se quema— dijo el oficial. 

Incrédulo, desde mi rango de sargento, le pregunté si había agotado todos los medios posibles y me respondió que sí. Me dijo que no pudieron quemarlo; procedieron a arrestarlo, pero de pronto, sin que supieran cómo, se fugó. El oficial me exasperó con su “no se preocupe, lo buscaremos y lo encontraremos”. Le contesté que debió decir “lo reencontraremos” porque si no lo hubiese ya encontrado alguna vez no lo buscaría. El oficial volvió a su asunto; me dijo que en el pueblo ya estaban casi todos quemados con la marca correspondiente, si no fuera por este último. Le respondí que el fugitivo para  sobrevivir debería ocultarse y aparecer un quemado más; y si así fuese el objetivo estaría igualmente logrado: quemarlo sin poderlo quemar. Como el caso de Galileo, muchos creen que fue quemado, y no, pero lo importante fue la eficacia: el silencio. Entonces, le dije, como el prófugo se ocultará muy bien y no lo reencontraremos, tampoco lo buscaremos ¡No genere Ud. el problema!, si trasmitimos que hay un ignífugo y él se vuelve inefable correremos el riesgo de que el pueblo lo sacralice, y eso marcaría nuestra impotencia; sabrán que nuestras marcas son falibles y se revelarán contra ellas.

El oficial respondió: —Probablemente alguien lo vea y lo denuncie—.

—Los ojos no son capaces de ver de modo directo, hay que hacerlos ver — le contesté, pero no me entendió.

Me respondió pensativo sin medir las consecuencias de sus palabras: —Creo que todos tenemos una parte que no se quema— .

El oficial se lo buscó: — ¡Guardias! Deténganlo, sus palabras son el verdadero peligro—.

El oficial me miraba desconcertado mientras yo imaginaba los honores que recibiría por haber arrestado al subordinado cuyas palabras insinúan la posibilidad de la existencia de ignífugos. Primero le contaría al inspector, él al subcomisario, o mejor, directo al comisario; esta vez yo no creería que fuese posible que no reconocieran mi merecido ascenso.

Sobre el ignífugo es cierto que a veces sueño con él: ¿Acaso podría sobrevivir no marcado? y si el pueblo se enterase: ¿sería considerado un hereje o un dios? ¿se habrá marcado a sí mismo para pertenecer? o ¿mantendrá su condición de no quemado esperando la revolución de un mundo indiferente a las marcas? Por mi parte sé que bastaría tan solo un único no marcado para tornar todas nuestras marcas inverosímiles, meras ficciones arbitrarias y contingentes. Mi cargo me impide siquiera pensar eso; dejo las disquisiones sobre un mundo libre e indiferente a las marcas al oficial preso. Yo, probablemente próximo comisario, no puedo sino pensar y velar por el orden que las marcas establecen. Por eso temo que el ignífugo aún respire entre las calles del pueblo. Puede ser cualquiera, lo persigo, desconfío de cada uno y a veces creo saber quién es; pero se escapa como esa cola parecida a la de un zorro que a punto de ser alcanzada se sacude hacia otro lado.

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