El mundo que escuchamos
Era la madrugada del 3 de febrero de 1989, rondando las 04:00 AM. Una de esas tantas veces en que despertaba antes que el sol, para calentar en el brasero de leña el agua ardiente para su brebaje preferido: el mate. Pero antes… mucho antes de mover un dedo del pie, encendió su pequeña radio, o lo que quedaba de ella: una SONY SOLID STATE con dial AM/FM/SW. Hoy día, una pieza preciada por algún coleccionista. Su gris desgastado guardaba recuerdos de aquellos años plateados, en los que se escuchaba con claridad cualquier emisora local.
Se colocó los pantalones remendados y una vieja camisa, que alguna vez fue blanca. Calzó sus sandalias de cuero, de esas que se compran en «la placita»[1], hechas por los artesanos locales, y fue a preparar el mate. El aroma de la yerba recorría la pequeña casa de madera, quizás la última de esa arquitectura rupestre en la ciudad del sur de Paraguay.
Le seguía lentamente su gato negro, aquel que tuvo mucha suerte de no ser maltratado por los otros del pueblo, quienes lo culpaban de sus penas. Pero Don Eleuterio, con un corazón liviano, le curó las heridas y lo cuidó. Así que el gato, agradecido, decidió quedarse con él hasta que la muerte le llegara.
La SONY SOLID sonaba fuerte, más chillando ruido que música. Era la antena la que jodía.
—¡Añamemby![2] Le voy a poner alambrín… cuando le coloqué una vez, ¡alcancé a sintonizar una emisora de Buenos Aires y todo! —comentó a su gato negro Mariscal, que, con ojos amarillos y relajados, lo observaba inmutable desde la silla donde se recostaba todas las mañanas.
—Transmisión de último momento Radio Encarnación ZP5, este es un mensaje para toda la gente… (sonido estridente) …para que permanezcan en sus hogares, una convocatoria para poder enfrentar estos momentos… por favor, nosotros, desde las calles del microcentro de la capital, les decimos a la gente que no salgan con sus automóviles… mensaje… Carlos… (disparos) … —la transmisión se interrumpió abruptamente.
—¡A la gran 7! en Asunción se armó la revuelta. Por suerte, acá todo está tranquilo. No tengo automóvil, no tengo miedo —pensó, dibujando una sonrisa leve.
El barrio del sur estaba aletargado en su quietud. Ciertamente, los kilómetros que lo separaban del centro de todo lo mantenían al margen de lo que sucedía. Como una isla inmutable, allí no llegaban los ecos de la ciudad.
—Parece que hoy vamos a cambiar de presidente y quién sabe si algo más —se decía, casi como un Sócrates sorbiendo lentamente su mate caliente.
—Queridos compatriotas, hemos salido de nuestros cuarteles en defensa de la dignidad y el honor de las fuerzas armadas… (la estática de la radio irrumpió con un ruido estridente) … —sonido que retumbo fuerte en la reseca puerta de madera de la casa ajada por el sol.
—¡En la mejor parte, se cortó otra vez! ¡Esta antena del carajo! —replicó, moviendo la antena de hojalata doblada con un trozo de alambre.
Al retomar la emisora, una voz exclamó en la radio:
—¡Griten conmigo! ¡somos libres… libres! —mientras de fondo sonaba una canción con la frase: «Cambia, todo cambia.»
El silencio de las calles de su barrio seguía haciendo eco en cada esquina. Solo el canto de los pajaritos más atrevidos irrumpía en la mañana, pues ellos no comprendían qué significaba quedarse en sus nidos, ni lo que era no tener libertad. Siempre volaban y cantaban a su gusto, como buenos pajaritos del campo.
Don Eleuterio, sereno y en paz, miró a Mariscal, escupió el mate que ya se había enfriado un poco, y con un movimiento cuidadoso giró el dial de la radio, hablando suavemente al gato:
—Y bueno, ¿qué le vamos a hacer? …nos queda mucho mundo aún por escuchar hoy, cambia todo cambia, pero mi radio no cambiaré —exclamó, casi frustrado, mientras volvía a mover la perilla de la radio.
Referencias:
[1] La placita: mercado local de artesanías y productos agropecuarios.
[2]
Añambemby: palabra en idioma nativo guaraní que significa hijos del mal.
Homenaje a la radio en los tiempos en que conectaba a los pueblos humildes, aislados y agitados con las noticias del pais y el mundo.
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