En su mirada brilla la certeza,
no hay llanto ni temor que lo quebrante,
es faro que disipa la tristeza.
Ha visto a los doctores, tan distantes,
navegar entre papeles y murmullos,
como barcos sin rumbo, fluctuantes.
Escuchó las disputas y murmullos,
padres que en números libran batallas,
la rabia, volcán de antiguos orgullos.
Contempló al otro llorar, sin respuestas,
detrás de la mampara, su grito resuena,
su madre, de amargura indigesta.
Mas en su rostro, la calma se ordena,
no teme al mundo, aunque lo ve arder,
ni a las batallas que el cuerpo condena.
Es un niño que aprende a comprender
las ruinas que el enojo deja al paso,
y en cada instante busca renacer.
Su luz atraviesa el umbral del ocaso,
y aunque su cuerpo frágil se consuma,
su alma en paz, al tiempo abandona.
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