A lo locura dueña de lo inexplicable, sueño de una noche de verano; inmenso estado de sopor en una noche de estrellas efímeras y un cielo gris, si aquí siempre el cielo es gris, gris como mi alma, gris como mis sueños que se diluyen en las esporas de la toxicidad de esta ciudad.
Viajando por calles maltrechas y con la vista distorsionada, me pregunto ¿a dónde se fueron todos? ¿A dónde están las canciones alegres de jóvenes listos para comerse el mundo? Sigo perdido, bailando al compás de la muerte enamorada que ronda como un ángel asesino, como lo vomita Fito Páez en aquella canción.
No soy yo quien canta, no soy yo quien camina por esta ciudad sin rumbo fijo, no soy yo quien deseo estar vivo para verme morir de viejo, no soy yo, pero tengo que cargar con este cuerpo mío, tan mío que asusta, no soy yo quien escribe en el lienzo de mi mente obnubilada por los efectos de una noche de licores y risas, risas que se callaron para hacer entrar al delirio y el silencio, si al silencio que determina tu destino, tu llegada antes de irte, ese triste deseo de estar en todas partes.
Lagrimas incoloras e insonoras de un pasado tan recóndito, tan viejo y desvencijado que ya no sé si lo invente; como invento cada paso que doy en esta maldita ciudad, si maldita y bendita, una ciudad que amas y odias al mismo tiempo que no crees poder abandonarla, fría en mis huesos, fría en las cenizas de lo que alguna vez fui, fría en mis muertos que me esperan pacientemente que los acompañe en su letargo eterno.
Adiós bares de quinta, donde la bocanada de humo te llega hasta el estómago, donde todos hablan, todos lloran, nadie siente, sólo respiran atrasándole al tiempo su llegada de decir Hasta luego, nos volveremos a ver.
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