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Últimamente la ventana de mi cuarto está más generosa que de costumbre y deja entrar bastante luz. Aquí tumbado, acariciando el vello de mi espalda, mis riñones y mi pubis, completamente desnudo, paso hoja tras hoja la vida de un pequeño y plano dibujo animado made in América, más concretamente de Spiderman. Cansado ya, lo enrollo cuidadosamente sobre sí mismo y meto mi polla en el hueco que acomodo al diámetro de circunferencia que posee este miembro erecto. Ojalá la tuviera así de larga; podría chupármela sin necesidad de estar continuamente pidiendo favores que siempre son rechazados por esas capullas de clase que se pasan el día enseñando disimuladamente sus bragas amarillentas. A mí la verdad es que me pone cachondo esa suciedad incrustada en las bragas; unas bragas limpias no tienen sentido ninguno, en cambio, a veces observas que la ligera mancha que se entrevé en las bragas de esas tías toma un tono amarronado que echa abajo todo el instrumento en milésimas de segundo. No es que tenga nada en contra de los excrementos salidos del esfínter, pues disfruto observándolos cuando termino de expulsarlos en el váter de mi casa, quiero decir que me gustan las formas que adoptan, las cuales, en gran medida, dependen de la comida hecha el día anterior, retomando; no es que no me gusten pero, como suele pasarle a casi todo el mundo, solo me gusta la textura y el olor de mi propia mierda que, aunque no puede diferenciarse mucho de otra cualquiera, suele ocurrir lo de siempre: cada uno barre para su casa. Así pues, mi excremento me parece el más maravilloso de todos los que he conocido. Es algo patológico.
Con tanta tontería, el rollo de papel que oprimía mi polla se me ha quedado grande; ahora solo es capaz de encajar perfectamente en uno de mis huevos, el derecho, para ser más exacto que, debido a la falta de simetría que me caracteriza, tiene la mitad de volumen que el otro. Voy a volver al tema del principio para sumergirme de nuevo en la fantasía de que mi polla mide 70 centímetros; hasta es posible que tenga que ensanchar el diámetro del cómic de Spiderman si me concentro bien. La verdad es que me gustan los muslos extremadamente delgados. Es algo que no le cuento a nadie, ya que te pueden tomar por cosa rara; de todas formas, estoy seguro de que esos chicos que se pasan el día hablando de si tal o cual chica usa ya o no sujetador, están encubriendo que en verdad su excitación máxima llega al contemplar muslos de piernas femeninas en movimiento. Seguramente, hasta los chicos que han tenido la oportunidad, que no la suerte, de tocar una teta, han cerrado los ojos al hacerlo, intentando imaginar que estaban sobando un muslo duro y templado, pero claro, si tú les dices a las chicas que te encantaría tocarles el muslo antes que las tetas, te toman por estrecho y afeminado, pues nuestro gusto por los muslitos es posible que fuera interpretado por esos pérfidos cerebros como una reminiscencia de un miembro viril descomunal, para el cual nuestro culo sería el objeto paciente. Vuelvo a rellenar el hueco del cómic, pero no me apetece llegar hasta el final, pues prefiero mantener la situación por un buen rato. Sí, es posible que tenga un poco de complejo al respecto, pero aún no he terminado de crecer, y con la esperanza, de momento, me consuelo. No es que aspire a ligar más ni nada de eso, sino que si creciera y creciera hasta tener que agarrármela con las dos manos y llevarla en cabestrillo cuando me pusiera de pie, me pasaría el día contemplando la maravillosa obra arquitectónica frente al espejo y haciéndome fotografías junto a mi gran miembro. Así no me sentiría tan solo como ahora, en esta cama, desnudo, ni tan ridículo, pues, si lo pienso bien, no deja de ser estúpido observar a un chico de 13 años que se ha colocado como prótesis de polla un canuto de papel. Lo más gracioso es que Spiderman parece estar trepando por mi falo. Imagínate por un momento que mi polla fuera tan grande que Spiderman la utilizase para divisar a los enemigos, superando de este modo la altura de los rascacielos. Spiderman me importa un huevo, no lo haría para ayudarle, pues también permitiría a los malos que me utilizasen como observatorio panorámico. Voy a quitarme de encima esta mierda de cómic y dejaré de imaginar estupideces. Esto es lo que me suelo decir siempre, pero lo cierto es que me paso el día ejercitando mi mente absurda; no lo puedo evitar, y más cuando estoy en este tipo de situaciones en las que no pasa nada durante horas.
¡Vaya, por fin una novedad! Mi hermana pequeña está llorando de nuevo. Algo que no entiendo ni entenderé nunca es el porqué de que la gente traiga hijos al mundo, siendo estos los seres más despreciables y estúpidos que he conocido. Lo peor de todo es que algunos padres razonables que optan por meter a su hijo recién nacido en unas cuantas bolsas de plástico que acto seguido tiran al contenedor de basura, son tachados de asesinos. Seguramente esos pobres individuos fueron persuadidos antes de la gestación para que concibiesen al engendro, haciéndoles creer que su hijo es el mejor regalo de Dios, y ellos, ilusionados e ingenuos , decidieron juntar sus sexos para fabricar ese obsequio y, al nacer el bebé, desconcertados, se dieron cuenta de que no era mas que una estafa del Señor o una broma de esas de cámara oculta en la que al final se ríen todos excepto la víctima, que pone cara de póker en un primer momento para, instantes después, dar paso a una sonrisilla estúpida que trata de disfrazar sus ganas de venganza. A mí no me gustan ese tipo de bromas, y si me las hicieran, no solo tiraría al niño a la basura, sino también a todos aquellos que hubieran colaborado en la estratagema, incluso a Dios si fuera cosa suya.
A mi hermana le pusieron de nombre Ángela. Le pregunté a mi padre el porqué de ese nombre y me dijo que la respuesta era muy sencilla: «Tu hermana parece un angelito». Puedo asegurar que tiene mas pinta de oruga leprosa que de ángel. Para empezar, su pelo es negro y su piel es muy morena, huele mal y vomita y caga cada dos por tres. Si eso es el vivo retrato de un ángel, no quiero ir al cielo; ni siquiera tiene alas. Le dije a mi padre que cómo podía parecer un ángel si la principal característica de estos es que tienen alas. Me respondió que tarde o temprano le crecerían unas alas de algodón y entonces comprobaría que es verdaderamente un ángel celestial. Como muchas veces los mayores tienen razón, he pensado en fabricarlas yo mismo, pues no creo que sea de gran dificultad pegar a la espalda un poco de algodón a la angelita, un paquete a cada lado, asegurándome, por supuesto, de que están bien sujetas y, cuando todo esté dispuesto, arrojarla desde la ventana del sexto piso e ir corriendo a llamar a papá y mamá para que vean que les ha salido una niña prematura en sus cualidades. Lo malo es que, ahora que lo pienso, hay una pandilla de chicos en el barrio que pasa la mayor parte del tiempo disparando perdigonazos a todo pájaro que divisan, y si por un casual ven a mi hermana pululando entre las nubes, estoy seguro de que su volumen llamaría la atención de todos ellos, que la confundirían con un pelícano o algo así y se liarían a tiros, hasta que, sin poder remediarlo, cayese al suelo. Lo peor del caso no es que mi hermana quede hecha un amasijo de carne desperdigada en medio de la calle, sino que mis padres, con un teatral disgusto y con todo un ejército de plañideras detrás, se chiven a la policía de que los culpables del asesinato del ángel volador han sido los perdigoneros que durante cuatro años han estado cargándose gran parte de la cristalera del barrio y que estos, cuando salgan de la cárcel, si no se escapan antes, vengan a por mí. Si tuviese la polla tan grande como uno de esos rascacielos de los que se cuelga Spiderman, no habría ningún problema, pues lo único que tendría que hacer para enfrentarme a ellos en superioridad de condiciones sería pensar en los muslos de las chicas, en su textura y su calor, y al momento tendría el arma más poderosa de la historia, y si además supero la vergüenza y me atrevo a decirle a la imbécil de Marta, que es compañera mía de mesa y no para de perseguirme, que me enseñe su muslo, les lanzaría un fluido de gran potencia que no solo les desplazaría lejos, poniéndome momentáneamente a salvo, sino que también les dejaría pegados al suelo, poniéndome a salvo de por vida.
Mierda. Lo he hecho. Sin quererlo he llegado hasta el final y la potencia ni siquiera ha dado para que el líquido supere la altura del rollo de papel. Creo que voy a olvidarme de enseñar a volar a mi hermana. Creo que voy a olvidarme de todo.
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