Dos hermanos, Martín y Joaquín, vivían en Lima. Un día decidieron escapar del estrés de la ciudad y se fueron de viaje al Valle Sagrado, en Cusco. Mientras exploraban una ruta poco transitada, cerca de unas ruinas incas, encontraron una piedra con una inscripción tallada en quechua.
Curiosos, buscaron el significado del texto, que decía:
«Quien encuentre esta piedra debe caminar hacia el Este. Allí hallará un río, y al cruzarlo encontrará una cueva. Dentro de la cueva habrá un cóndor vigilando. Atrévete a tomar la pluma dorada que protege, y sigue tu camino sin mirar atrás. En la cima del Apukuna, encontrarás la verdadera Felicidad.»
Martín, el menor, se emocionó:
—¡Esto suena increíble! Tenemos que intentarlo. ¿Qué tal si realmente hay algo valioso?
Joaquín, más prudente, replicó:
—No pienso arriesgarme. Esto podría ser un mito o una trampa turística. Además, cruzar un río y entrar a una cueva no es un paseo fácil. Y aunque todo sea cierto, ¿qué tipo de riqueza puede haber ahí? Podría ser algo simbólico y sin valor real.
Martín insistió:
—Pero ¿y si no lo es? Si no lo intentamos, alguien más podría llegar primero. Yo prefiero arriesgarme y no quedarme con la duda. Además, nada importante se consigue sin esfuerzo.
Joaquín lo miró con escepticismo:
—Prefiero quedarme aquí. «Más vale pájaro en mano que cien volando».
Martín, decidido, respondió:
—»Quien no quiere la hoja no tendra madera». Nos vemos al volver.
Y partió.
Martín siguió las instrucciones de la inscripción, caminó hacia el Este, encontró el río Vilcanota y lo cruzó con dificultad. Más adelante, llegó a una cueva escondida en la montaña. Dentro, vio al majestuoso cóndor custodiando una pluma dorada. Con cuidado, tomó la pluma y salió corriendo, sin mirar atrás, mientras el cóndor graznaba amenazante.
Al llegar a la cima del Apukuna, lo recibió una comunidad local. Allí le mostraron el verdadero significado de la inscripción: la pluma representaba la conexión con su cultura, sus raíces y la riqueza espiritual que había olvidado en la ciudad. Decidió quedarse en el valle, aprendiendo de las tradiciones y ayudando a los pobladores a proteger sus tierras y costumbres.
Cinco años después, regresó a Lima para visitar a Joaquín, quien vivía tranquilamente en su departamento, trabajando como contador.
—Te lo dije —dijo Joaquín—. He vivido tranquilo mientras tú te perdiste en las montañas.
Martín sonrió y respondió:
—Tal vez, pero no me arrepiento. Encontré algo que tú no tienes: tengo recuerdos para envejecer mi vejez, mientras que tú no cuentas con nada.
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