Bostezó. Había nacido un nuevo día. Escucho y, unas pequeñas risas rondaban a su alrededor poniendo en evidencia la presencia de varios niños compartiendo un juego. Intentó mirarlos pero no pudo. Hacia abajo solo veía piedras y agua en el fondo que se encontraba un metro más allá. A su alrededor y con forma de círculo unas paredes lo sujetaban a cada lado. Y por último, al mirar hacia arriba pudo ver un cielo azul y varias calandrias que volaban haciendo piruetas mientras llenaban el aire con sus trinos.
_Pero, ¿Quién soy y por qué me han dejado aquí? –vociferó el agujero que aún no había descubierto que lo era.
Curiosos, los niños se acercaron para ver de dónde salían esos gritos.
_ ¿Qué te pasa que estás tan enojado?, -peguntó Martín, el más pequeño
_ ¿Pero ¿cómo le hablas si apenas se trata de un pozo? – replicó Germán, el chico que vive a la vuelta.
_ ¿Qué? ¿Acaso yo soy un pozo?, -musitó enfadado el agujero.
_ Y sí, agregó tímidamente Julián, el hijo de la lavandera. ¿Acaso te molesta ser un pozo? – dijo Hernán, el de pecas en la cara. _Todos tenemos una función –continuó diciendo- y…¡para algo te habrán hecho!
_ Pues, a mí no me lo dijeron y, acá estoy, sin poder moverme ni jugar con ustedes.
Martín introdujo la pelota dentro del agujero causando la sorpresa del mismo y la risa de Julián y Hernán que miraban desde el borde donde se habían sentado a charlar.
_ ¿Te gustaría cuidar una plantita nuestra? –le propuso Martín
_ ¿Y cómo sería eso? – preguntó curioso el agujero que estaba contento porque ya tenía nombre “el pozo” y además, ahora tenía tres amigos, sin contar con la pelota que aún estaba mojada en el fondo, que es como decir en sus pies.
_ ¿Y me visitarán todos los días? – preguntó ansioso.
_Claro que sí, respondieron al unísono Germán y Martín, mientras sujetaban a Julián de las piernas para sacar la pelota del fondo, es decir, de los pies de nuestro amigo el pozo.
_ ¡Ay, ay!, me hacen cosquillas, – murmuró sonriendo el agujero.
Un rato después apareció Germán con una palita de jardín y Martín con un balde de juguete. Él, lo usaba cuando iba a la playa, pero esta vez le puso agua en lugar de arena. Finalmente, Julián traía en sus manos un retoño de olivo que su madre cultivaba en una maceta. Con mucho amor sembraron el pequeño árbol, al que rodearon con tierra suelta bien mojada.
El agujero, de nombro “pozo”, había dejado de estar solo. Ahora ,cuidaría a esa planta que sus amigos le habían regalado, para darle sentido a su vida y así sentirse útil ayudando a los demás. También tendría tres amigos que jugarían siempre con él, como las nubes lo hacen con los pájaros y el sol los acaricia a todos mientras siguen creciendo, al igual que nuestro pequeño olivo.
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