Mis padres son científicos, pá es licenciado en Física, profesor titular de la catedra de Física III en la facultad de Ingeniería, má en Química, está a cargo del departamento de proyectos especiales en una empresa de agroquímicos.
Mis dos hermanos y yo estábamos todavía en la escuela primaria. José, el mayor, en séptimo grado; Eustaquio, en quinto; y yo, Pablo, el menor en tercero, de hecho, ahora estoy haciendo uso de mis habilidades de escritura recién adquiridas… en la consulta del psiquiatra infantil, ya que me encuentro en terapia profunda.
El doctor dice que me conviene hacer este trabajo para expresar lo ocurrido, expulsar los demonios internos incorporados y aliviar mi alma.
De hecho, todo comenzó hace dos meses durante las vacaciones escolares. Mis padres habían elegido un pueblito de la campiña para pasar las vacaciones anuales. Paramos en una cabaña de alquiler. Y en el primer día de estadía salimos a pasear para conocer la pintoresca villa.
Visitamos la iglesia frente a la plaza que, era el centro mismo del lugar. En ese momento la gente salía del templo luego de la misa, congregándose en pequeños grupos para charlar o despidiéndose para sus quehaceres. Nos acercamos al cura para saludarlo y que nos diera información sobre la localidad, que parecía sacada de una postal. En eso se acercaron unos chicos medio harapientos a mis hermanos y a mí, y en voz baja para que no oyera el sacerdote nos contaron que casi en los límites de la villa había una casona en la que había vivido la hija del fundador del pueblo, quien había enloquecido y asesinado a su esposo y sus dos pequeños hijos mientras dormían. Que ellos van algunas noches y a veces veían una forma obscura luminiscente que se lamentaba con un llanto desgarrador. Iban a volver esa noche y nos invitaron a presenciarla si aparecía.
De regreso a la cabaña, excitados por lo que nos habían dicho los chicos, se los referimos a nuestros padres, quienes como científicos natos desecharon la hipótesis fantasmal considerando que debería tener una explicación terrenal, sin descartar que fuera pura imaginación de los niños. Entonces les pedimos permiso ansiosamente para aceptar la invitación. Y teniendo en cuenta el aspecto sereno y tranquilo del pueblito, con la seguridad que, a excepción de aquel incidente de tantas centurias atrás, nunca pasaba nada, nos lo dieron, no sin antes encomendarnos que no regresáramos muy tarde.
Aquella tarde a la hora en que el cielo se va tornando gris, fuimos al encuentro de esos muchachos en la casona susodicha, y dos cuadras antes de llegar nos cruzamos con una anciana acarreando una parva de gansos, quien nos encaró a gritos mientras gesticulaba desmedidamente: “¡Dejad a los muertos en paz!”. Y nosotros no atinamos a otra cosa que, a reírnos por la coincidencia, lo que nos hizo entrar en frenesí ante la expectativa.
Al llegar nos esperaban los muchachitos harapientos. “¡Entremos! La puerta siempre está abierta a los visitantes” dijo uno de ellos extendiendo señorialmente un brazo.
Ingresamos a la vieja casona. Pese a que afuera todavía restaba la última claridad del día, adentro estaba oscuro, tanto que fue necesario que nuestros compañeros encendieran el kinke a kerosene conque venían munidos. El lugar parecía mucho más espacioso por dentro, las habitaciones eran amplias con vetustos muebles cubiertos con lonas blancas acartonadas por el tiempo, nuestros amigos retiraron algunas de ellas dispersando la gruesa capa de polvo formando una densa neblina alrededor echándose a retozar alegremente por los sillones.
Nos paseamos por la casa, por la cocina con sus cañerías y canillas oxidadas, José abrió una de ellas manando un chorro escarlata, luego por el baño, la gran sala y los dormitorios, todo estaba roñoso y descolorido. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Los muebles estaban descubiertos sin una macula de polvo, solo unos cuadros cubiertos por susodichas lonas. Eustaquio quiso ver uno de ellos, y al intentar destaparlo, uno de nuestros compañeros lo atajó diciéndole “¡Espera! Dejémoslo para el final”.
El otro nos informó que esa habitación había sido la de la madre de los pequeños, que por algún sortilegio permanecía en esas condiciones, mientras se tiraba en la cama, el de la lampara se sentó a la cabecera diciéndonos que esperáramos un rato para ver si aparecía el espectro. Mis hermanos se recostaron en la cama junto a los otros, exultantes, les gustaba la idea. Sentí un escalofrío por toda la espalda. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir.
Con la cama totalmente ocupada por mis hermanos y los otros me arrellané en cuclillas contra la pared frente al espejo de cuerpo entero. Comenzamos la espera con algarabía, que con el paso de las horas dio lugar a un duermevela.
Mientras trataba de conciliar el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos.
Con el último toque de la campana del reloj se inició un crujido que me pareció imperceptible primero, sobresaltándome y despejándome al aumentar. Abrí los ojos y vi a los demás expectantes mirando despiertos hacia todas partes, sin saber con exactitud de donde provenía aquel ruido.
De pronto el gran espejo comenzó a temblar emanando una neblina parduzca con un olor putrefacto, al tiempo que se condensaba una forma oblonga obscura sobresaliendo de él, la cual parecía ser de una textura áspera, que se fue cuarteando, derramando por sus fisuras un líquido aceitoso de color azul marino mientras irradiaba una luz del mismo color. Las lonas de los cuadros cayeron por si solas dejando ver los rostros conocidos de nuestros compañeros de habitación, quienes transformándose en figuras vaporosas sin perder sus rasgos corporales y emanando el mismo toxico olor del que saliera del espejo, no tardaron en dar un abrazo mortal a mis dos espantados hermanos mientras reían a carcajadas convirtiéndolos en una masa de carne sanguinolenta.
Uno de ellos bajó levitando de la cama, aproximándose a mi persona. Mis piernas iniciaron una carrera hacia la puerta de la casona a la que llegué en centésimas de segundo, corrí hacia la cabaña alquilada por mis padres, los cuales se encontraban aún levantados esperándonos. Viendo mi chomba salpicada de sangre y el terror reflejado en mi cara preguntaron alarmados que me había pasado y donde estaban mis hermanos.
Al narrarles lo ocurrido tomaron la decisión de ir inmediatamente a la comisaria por ayuda. Varios agentes con el propio comisario y algunos vecinos me siguieron junto con mis padres hasta la vieja casona. Entramos con linternas y las armas de los policías desenfundadas, en las primeras habitaciones todo parecía en la normalidad de una vieja casa abandonada. Pero al llegar a la última esta seguía inundada del asqueroso olor, el espejo caliente y hundido como si algo hubiese entrado al mismo y las sábanas de la cama revueltas y empapadas en sangre.
Los policías como primera medida me esposaron y metieron en una celda hasta averiguar mejor lo que había sucedido.
Mis padres contrataron un abogado en la capital, quien en vista de que no había cuerpo del crimen hizo que me absolvieran de cualquier acusación.
Regresé a casa, pero mi trauma y confusión no hizo más que aumentar con el tiempo. Por lo que ahora me encuentro quien sabe hasta cuando recluido en esta clínica psiquiátrica.
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