Y nada cambió, estoy presa

Y nada cambió, estoy presa

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La brisa es el idioma que entienden los dioses y por eso escuché decir «¡No lo hagas!»

Desatendí el llamado y lo hice.  

Las pastillas que el malvado me obligaba a tomar para adormecerme, por esta vez se convirtieron en mis aliadas. Me ayudó el oxígeno que no quiso llegar a sus pulmones; y le doy las gracias a la soga, que acaricié durante meses, por haber cumplido su misión. 

Allí estaba el afamado abogado, apenas suspendido. Casi sentado como amo y señor de la nada, sin vida. Lo odié tanto, que un lodo espeso y oscuro cubrió mi corazón y mi cerebro. Que raro que no tuviera la lengua afuera. 

Lo miraba sin sentir remordimiento, por que yo era libre. No más golpes, no más gritos, no más insultos. 

De repente, la habitación se inundó de letras que salieron saltando del ordenador y de los libros. No podía creer lo que veían mis ojos. Tanto la pantalla del computador como los libros estaban completamente en blanco. 

Recogí todas las letras que tenían volumen, y forma de un estilo antiguo. Luego las coloqué en la balanza de Temis, la diosa de la justicia; para mi asombro, las letras no tenían peso. 

Me alegró mucho saber que las letras se habían liberado de todos los textos y ordenadores del mundo. Era necesario crear nuevas leyes con otras letras. Estaba segura que ellas me protegerían y sería absuelta de culpa. 

Le expliqué al juez todo lo acontecido y después que rió a carcajadas, sin dirigirse a mí, dijo: «Esto es absurdo, rayando a lo kafkiano».

El policía que me custodiaba, un hombre inculto,dijo con preocupación que siempre había pensado que el término «kafkiano» era sinónimo de aburrido. Y a pesar de todo sentí afinidad con ese policía, recordando que cuando no había pastillas, el ahora difunto me obligaba a leer a Kafka y yo me dormía de inmediato. 

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