¡Maldición! Siempre la encuentro, desde que me levanto hasta que me acuesto. Solo cuando duermo no aparece, pero el latido, el dolor y la molestia persisten, aunque no esté presente.
Me persigue, siempre en medio o delante de mí. Me lastima, me hiere, me lacera, y siempre presente como si pudiera verme u olfatearme desde lejos, presiente mi presencia y se anida para molestar.
Cambia de sitio y de lugar, se encoge, se estira, se esconde, aparece, desaparece, reaparece, pero siempre firme, siempre ahí.
Cambia de lugar, de color, de forma y figura, pero siempre está presente. ¡Cómo duele y molesta! Al acecho, traicionera hace su aparición y al primer paso que das se enquista en el dolor.
Entumece, adormece, duele, molesta, arde, pica más que los mosquitos y siempre da donde más duele.
Me enloquece que se burle de frente y a mis espaldas, se ríe, susurra, “te tengo, te tengo atrapada”. No puedes escapar de mí y se ríe de mi dolor, ser ríe de mi molestia y hasta de la sangre que de vez en cuando se derrama por su constante y tenaz persecución.
De mil colores y formas, su función es molestar, no importa día u hora, siempre está presta a atacar. ¿Qué te he hecho, pequeñita? Nada, solo quiero que conozcas el dolor, es la respuesta de siempre.
Cojeando, inclinada, veo los días pasar, sin que pueda resolver este misterio simpar. A pesar de su tamaño, es experta en lacerar, hace llegar a las lágrimas hasta al más duro rufián, se encuentra en todas partes, a todos molesta por igual, da lo mismo que haga frío, lluvia, viento, calor o una gran humedad.
Si te metes en el lodo, en el río o en el mar, no deja de perseguirte, imagina en la ciudad, o en el medio del campo donde le gusta jugar y luego atacar.
En este país es un karma que debemos padecer, así en el sur la maldicen en su dialecto particular: “marrrditi, esgraciá, me tiene jarta”. En el Cibao la aborrecen, al describirla así: “maiditica, azarosita, mai nacía” o lo que es lo mismo que “maldita, desgraciada” es el incordio de todos, no deja ni un respiro, siempre presta a molestar.
Es sinónimo de inquietudes, dudas y sirve para razonar que aquello que más nos molesta, siempre lo criticamos a los demás. Creo que ya han adivinado de qué se trata esta impronta a la molestia, con una que no tiene igual…
¡Es la piedra en el zapato! La que nos hace vibrar y sufrir al mismo tiempo. Es por esto que todo el que vive en este país, situado en el mismo centro del trayecto del sol, la “espinita en el zapato”, como se le denomina está metida en nuestro centro cerebral, por los siglos de sufrimiento que hemos padecido a lo largo del camino.
Desde la odiosa exterminación de una raza nativa, al opresivo coloniaje, llevó a extremos una mutación de cromosomas que nos hace desconfiados de todo.
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