La soledad no siempre llega por elección. A veces, te encuentras ahí porque cada intento de salir de ella te empuja de vuelta. Uno cree que las personas son el remedio. Que basta con acercarse, abrirse, compartir para sentirse acompañado. Pero pronto descubres que la compañía, cuando es superficial o forzada, puede ser más vacía que estar solo.

Intenté relacionarme. Hice lo que se supone que hay que hacer: hablar, conectar, confiar. Pero esas conexiones nunca fueron lo que esperaba. A menudo eran fragmentos de algo que parecía real al principio, pero que, con el tiempo, se desvanecía. Las conversaciones se vaciaban de sentido, las promesas de amistad se rompían, y las expectativas se convertían en decepciones. No era cuestión de grandes traiciones, sino de algo más sutil: la sensación de que, a pesar de estar rodeado de gente, seguía estando solo. O peor, no podía ser yo mismo.

Las personas, en su mayoría, no entienden tu esencia. Se acercan con sus propios miedos, sus propias inseguridades, y tú te encuentras moldeándote, adaptándote, intentando encajar en sus vidas. Pero en el proceso, vas perdiendo partes de ti. Te quedas en silencio en momentos en los que querrías hablar, sonriendo cuando no te apetece. Y entonces te das cuenta de que esa compañía no te está haciendo ningún bien. Estás entre personas, pero no estás realmente presente. No eres tú.

La soledad, por otro lado, es directa. No oculta nada. No te traiciona con falsas esperanzas. Al principio, se siente pesada, como un vacío que te absorbe lentamente. Pero luego, con el tiempo, te das cuenta de que en esa soledad hay una libertad que no encuentras cuando intentas ser parte de un grupo. No tienes que mentirte a ti mismo, no tienes que hacer concesiones. Eres tú, en tu forma más pura, sin filtros, sin máscaras.

Claro que hay cosas que te pierdes. Las conversaciones largas, las risas compartidas, las pequeñas complicidades que solo ocurren entre personas. Pero esas mismas cosas, si no son genuinas, también te pesan. Es fácil perderte en la idea de que necesitas a otros para ser feliz, para sentir que tu vida tiene sentido. Pero la verdad es que, si no puedes estar en paz contigo mismo en la soledad, la compañía solo será una distracción temporal. Una manera de llenar los huecos, sin realmente llenarlos.

Me pregunté muchas veces qué era mejor: seguir buscando conexiones con personas que al final te defraudan, o abrazar la soledad por lo que es, sin luchar contra ella. Porque, al final, si la única manera de tener compañía es fingir ser alguien que no soy, entonces, ¿qué valor tiene esa compañía?

Al final, lo que es mejor depende de lo que quieras. Si prefieres la verdad, aunque sea dura, la soledad siempre será mejor que las relaciones vacías. Pero si prefieres evitarla a toda costa, entonces, tal vez, te perderás a ti mismo en el proceso. Y eso es lo que realmente importa: ser tú, incluso si eso significa estar solo.

 

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