El Homúnculo Divino

El Homúnculo Divino

Markadaver

24/12/2024

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Desde lo alto atisba, con sus brazos extendidos como si quisiera volar, Sus labios yacen trémulos y agotados, sus piernas cuelgan juntas, una sobre la otra, su mirada se ha opacado por la agonía, por la confusión. Aun así, conserva el brillo tenue de la vida que se escapa. La sangre finge recorrer su cuerpo maltrecho. Desde su puesto observa a la gente caminar, difusa muchedumbre que se agota al andar. La gente lo señala de formas incomprensibles, lo miran con una especie de afecto penoso y suplicante, se postran ante él. Harto ya de escuchar el murmullo ininteligible de la multitud, de las extrañas maneras y absurdos gestos que le hacen al pasar, cansado de tanta solemne oscuridad, decide dejar su lugar. 

Le cuesta mucho mover sus extremidades anquilosadas, añosas imposturas, de un cuento de nunca acabar. Aun se puede observar de su rostro triste, las sanguinolentas formas que dejaron, las historias, las palabras, las manipulaciones. 

Con gran esfuerzo logra desatar sus brazos de aquella ridícula posición, con más esfuerzo aun le resultan mover sus débiles piernas. Finalmente, con un gran estruendo logra bajar. Arrastrándose en silencio, reptando con energía, teme que alguien lo vea abandonar su puesto vigilante, su hogar de miles de noches sin dormir, sin pegar un ojo ante la imprudencia, la hipocresía. Las palmas de sus manos laten pululantes y gruesas gotas de sangre van marcando el piso liso de su aposento.

Después de dos horas logra llegar hasta la gran puerta de madera, puede respirar el aire nuevo, no ese mohoso aire de años atrás. Su corazón late con furia por la emoción. Pierde el sigilo y su pesado cuerpo de madera hace un ruido exagerado y tenebroso, ya falta poco, se dice así mismo, y se arrastra a gran velocidad. Después de mucho tiempo siente los dulces y refrescantes rayos de sol que calientan su cuerpo, Desde hace mucho que no había sentido tanta felicidad. Utiliza toda la fuerza de sus delgados brazos para llegar. 

De repente un estruendo chirriante que jamás había oído le detiene de golpe, en vano intenta mover sus brazos, no le responden, su cuerpo inmóvil se despedaza, la madera enmohecida después de años sin mantenimiento finalmente había colapsado. Con la última de sus fuerzas mueve su pequeña cabeza para mirar atrás, con gran dolor y frustración mira la cruz vacía en el altar.

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