He llegado a la conclusión, sin nada extraordinario que condujera a ello, que lo único cierto en la vida es que no soy nada extraordinario. Y que, al igual que yo, nadie lo es. Por supuesto que existen personas excepcionales, en algún sentido u otro, y otras que ni siquiera se acercan a serlo, pero todos y cada uno no somos más que seres con el mismo valor inherente. Ya qué tan grande es este valor depende de la idea de cada quien. Es por eso que debo aceptar que la política, y la idea misma de comunidad, son una absoluta estupidez. 

Sin duda creo que el mundo debe funcionar de cierta forma, pero esperar que sea así, y que alguien más piense lo mismo, es estupidez y egocentrismo. Las cosas serán como son, me guste o no. Bien sea por la cultura, por la autocracia en cualquiera de sus formas o la misma democracia, el estado de las cosas será como alguien, o algunos, quieran que sea. ¿Debo entonces respetar esto? Por supuesto que no. Debo actuar acorde a aquello que considero correcto y verdadero. Las leyes y las convenciones no son más que opiniones aleatorias de personas tan insignificantes como yo.

Es por esto que he decidido vivir siguiendo el simple e innegable principio de que en este mundo absolutamente nada es absolutamente cierto para todos, pero que sí hay muchas cosas que lo son para cada quien. 

Está claro que en un país como el nuestro hay realidades establecidas que van por completo en contra de lo que yo reconozco como verdadero y bueno. No existe la justicia real, pues la pena de muerte y la cadena perpetua están prohibidas. No existe el derecho a la defensa propia, pues las armas de fuego están vetadas por completo. Y aunque la ley afirma que sí, no existe la libertad de expresión, pues decir lo inaceptable para algunos puede significar la muerte. Estos son simples ejemplos en un mar de leyes y estándares que regulan la vida de todos los colombianos. ¿Estoy diciendo entonces que nos limpiemos el culo con lo establecido? Sí. Tal cual. 

Ahora bien, por supuesto que esto significaría que personas que creen que vulnerar la vida, el bienestar y la libertad de inocentes está bien, estarían siendo invitadas a hacer lo mismo. Pero es que, ¡ya lo hacen! O es que ¿acaso a los criminales que atormentan nuestro país hace décadas les importan las leyes y las convenciones? Por supuesto que no. Y si algo está claro es que no podemos contar con el estado, sea lo que sea que eso signifique, para protegernos. 

He dejado de ser un iluso, y entiendo que es mi labor, y de nadie más, vivir acorde a mis principios y cuidar de mí y de aquellas personas a las que quiero, que gracias a dios son pocas. Y es que, ¿quién soy yo para juzgar a alguien más por cómo quiere vivir? ¿Quién soy yo para, a través de mi voto, restringir de una forma u otra la vida de los demás? Nadie. 

Metámonos eso en la cabeza. Nadie es nadie para alguien más. Nadie. He dejado de lado mi complejo de superioridad. Claro que sé que, para mí, aquello que creo verdadero y bueno es lo correcto, pero me importa un culo que alguien más esté de acuerdo o no. Yo sé cómo quiero ser libre, cómo pienso defender de mí y de los míos, y cómo pienso buscar justicia en caso de tener que hacerlo. Que al estado y la sociedad les parezca correcto o no, no podría importarme menos. 

Debo aceptar, sin embargo, que esta realización, que tengo absolutamente clara, no ha sido fácil de aceptar para mí, pues soy, desafortunadamente, un verdadero cobarde, y un estúpido complaciente. Me duele no ver a los demás felices, pero no puedo oponerme a lo que reconozco como absolutamente cierto. Y lo cierto es que nunca todos estaremos felices con el estado de las cosas. A no ser que cada uno viva como le venga en gana, y lidie con las consecuencias de hacerlo, por supuesto. Y precisamente es eso lo que propongo. Pero sé que para muchos, la mayoría me atrevería a decir, hacer lo que les plazca significaría forzar a los demás a hacer lo que ellos quieren. Pero bueno, qué se vayan a tomar por culo, porque qué más da. Y que afronten las consecuencias de querer hacerlo. 

Me causa gracia que tantos años de vida me haya tardado en caer en cuenta de algo tan simple. Pero claro, torpe y complaciente he sido desde chiquito. Supongo que es entendible. Pero aquellos hijos de puta a los que nadie parece importarles no tienen excusa. Vivan su vida acorde a sus estúpidos principios, si es que pueden llamarse así, y recen para nunca cruzarse con alguien que entienda cómo deben ser las cosas. Que si la justicia y la moral existieran en realidad, la humanidad cabría en un vaso de cerveza

– M

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