Veneno en la carne
Cae la tarde, el cierzo agita cabellos, una lágrima vaga por el continente que solías besar, recorre el pequeño satélite que me distingue, al llegar a la comisura de los labios suelta la carne y se sumerge en el vendaval. Yo quisiera preguntar ¿Lágrima, a dónde vas?
El atardecer náutico tintura de escarlata el cielo, tenues rayos de sol escapaban entre las ramas del sauce blanco. Las últimas mariposas del día se arrancan las alas junto al dintel que da al jardín, me inspiran dejarme naufragar en las tormentas que en mis ojos hay, pero al llanto ya no se puede invocar, el mar se ha quedado desértico de tanto menguar, por dentro le queda al alma sangrar, es mejor, así nadie percibirá lo que íntimamente en mí hay.
Tanto he llorado, la carne que sostuvo mis lágrimas ha quedado zaherida, ahora me pregunto, ¿Por qué? ¿Por qué he llorado? ¿Acaso he llorado por ti? ¿Acaso he llorado por mí? ¿Acaso he llorado por lo que desconozco y anhelo conocer? ¿Acaso lloro por la tristeza que me causa saber que la nada se siente solitaria y nadie se atreve a acompañarla? ¿Acaso he llorado por mi pena infinita hacia el diablo y su maldad fingida? ¿Acaso he llorado por el aire agonizante que acomete en mi nariz con ganas de hacerme vivir cuando él mismo se quiere morir? ¿Por qué he llorado estos días?
No recuerdo el motivo que me ha traído hasta aquí, en principio fuiste tú y después me perdí en mis motivaciones, en mis dolores inventados y en la enfermedad emocional de querer vivir más allá de lo que puedo ser y hacer por mí. A veces, toda acción emprendida recae en la inmovilidad de los pies hacia la dirección en la que quieren ir y la hipnosis de las manos quedándose estancadas, dejando ir todo lo que a ellas se adosa.
Mis manos se sienten huérfanas, tal vez sea por la ausencia de las tuyas sosteniendo las mías, o quizá es porque en ellas siempre ha dormitado el mar de la nada y el calor de tu piel fue una cruel simulación de lo que anhelaba. Con ese pensamiento inició la desazón de mi corazón, la plausible resistencia de la razón por sustentar que por ti debía sollozar.
¿Qué me queda ahora?
El espejo que sostiene mi reflejo ha mutado en esta estación, su espectro inicia toque en mi tobillo y asciende lentamente hasta la nuca, en ese lugar acaricia mis cabellos antes ajados por el cierzo. Reclama cada uno de mis latidos, desciende hasta mis manos, sacude el polvo de la nada, estruja mis dedos, me abraza desenfrenadamente, su respiración pulula entre mis oídos y sus labios sacuden a los míos. La amargura del beso, el fuego incinerando mi boca, dolencia en las entrañas, la sangre ahogándome en la garganta, el estertor invadiendo mis pulmones y la atroz sensación de sentir el latido de mi pecho apagarse entre sus brazos.
Desesperación, alaridos, las uñas rompiendo la vestimenta que hace al cuerpo, las pupilas dilatadas reclamando agua, me sumerjo con afán en la tina de cardos y espinas, ansiando aplacar el sufrimiento que invade la carne. Las náuseas llaman al cuerpo, entre tanto sufrimiento la sangre huye por la boca, por los ojos, por los oídos, entre las uñas, mientras el espectro del espejo toma color, asume apariencia, le nacen ojos, le nacen labios y de los labios pronunció:
“Envenenar el alma es tarea santa, envenenar el cuerpo tarea humana, lo puede hacer cualquiera que tenga ganas de besar lo vivo que ha nacido muerto; he besado el disfraz que te sostiene, la vida que te detiene, el veneno está en la carne, recorre cada célula de tu ser, ahora ya puedes querer”.
Los ojos por sueño clamaban, se cerraban, el aire ya no era necesario, el cuerpo atrás se quedaba, dormitaba, la paz deseada me sostenía entre sus alas y fui feliz, pero también de esa quimera descendí para verme otra vez aquí sin ti.
Tu recuerdo es un veneno latente en la carne que piensa, me hace y deshace.
Veneno en la carne.
¿Y usted? ¿Tiene algún veneno en la carne?
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