Una mosca muerta descansa sobre el libro que generalmente leo cuando la vida y sus eventos no me inspiran más que cansancio. Las alas de la mosca parecen dos aletas de un avión estrellado hace años y la expresión de todo su cuerpo muerto se identifica con una muerte tranquila, pensada y quizá maquinada. A estas alturas del partido podría asumir que las causas de muerte fueron naturales, que el insecto cumplió sus tan ansiados nueve días de vida y cruzó al otro lado, pero esto sería hipocresía, la causa de muerte fue el insecticida.
Morir sobre mi libro favorito fue un pequeño recado dejado en ansias de mi interpretación, eso es lo que asumo yo, pero ustedes saben que yo vivo interpretando cosas innecesarias, así malgasto mi tiempo y creo estar resolviendo los mensajes del universo -fácil sería caer en el engaño de las lecturas del tárot- Volviendo al tema, como les decía, es un mensaje. La mosca supo que ese libro siempre me rescata de mis graves ataques de ansiedad y que cuando el aire casi aprieta mis pulmones, el contenido de sus páginas es lo único que me da paz, eso lo supo, claro. Quizá mientras volaba alrededor de mi estudio me vio retorciéndome en alguna esquina, mientras sufría un ataque de pánico, el insecto notó como me arrastraba hasta el libro y como su lectura me devolvía a mi estado habitual, eso es lo que pasó.
El mensaje para mí seguramente es el siguiente: «No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti. Obviamente ese no es el mensaje, pero es más cómodo y más conveniente traer a la palestra este tipo de literatura. Es poco probable que alguien quiera matarme rociándome insecticida, pero es creíble que hacer daño a otro podría desencadenar una serie de eventos futuros tortuosos y por esa razón creo firmemente en el hecho de no hacer daño a otro y hacerme daño a mi mismo, después de todo es lo más lógico. Es lógico abrirse la herida con las propias uñas, dejarse sangrar la maldad por herir al otro, hallando consuelo en los brazos del dolor.
Despierta, ya es hora de que la cuna del reposo se alborote, dejando que los pies se posen sobre el suelo y los pasos sigan el sendero que debe de ser. Lejos del autoconsuelo, la autocompasión y descanso. Avaricia, avaricia es lo que sientes, grita el fantasma de la mosca fallecida. Avaricia por recibir las atenciones de los ojos de la vida y por ser escuchado, infinitamente escuchado y comprendido, porque no hay nada más placentero que aquel sentimiento que infla el corazón cuando se es escuchado y comprendido, uno siente que es importante, tan importante que merece el tiempo del otro, la detención del ajetreo de sus vidas para dar atención a los aconteceres de una vida ajena.
Cuando no recibes atención tu existencia se siente herida, el aire te susurra desde los adentros que la soledad en un descuido te morderá el corazón y te lo arrancará a mordiscos, entonces el miedo carcome tus pensamientos y el aire comienza a ser enemigo de tu ser, enemigo de tu vida y nace el pánico, causando este acto irracional llamado ansiedad.
Por eso estás aquí, por eso el libro es la clave de tu comportamiento. Lo sé, lo he visto y por eso decidí dejar reposar mis restos sobre aquello que te da la vida, para que puedas contrastar la vida y la muerte en un solo punto, en un solo ser.
…
Seguramente después de todo este descubrimiento, la mosca te dejó una nota antes de dejarse sucumbir por la muerte.
(risas)
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Por supuesto, aquí están y se llaman «el beso de la mosca».
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