Con permiso, traigo decepción.

Llegué tarde, lo sé. Lo intenté, pero el camino no fue sencillo. No traje nada más conmigo, abrí el bolso antes de salir y solo cabía esto.

Hoy no traigo palabras llenas de promesas, ni un discurso triunfalista que sirva para llenar el vacío. No traigo regalos ni buenas noticias, tampoco esperanzas envueltas en palabras bonitas. Lo que traigo es pesado, incómodo y a menudo evitado: Decepción.

La cargo conmigo, a cuestas, en un bolso que no sé dónde dejar. No pesa solo por lo que contiene, sino por las expectativas rotas, las promesas incumplidas y los sueños que se quedaron en el aire. Lo dije antes, la decepción no es cómoda, pero tiene una honestidad brutal que no se puede ignorar.

No vengo a explicar ni a justificar. Estoy aquí como soy, con esta carga que habla de caminos mal tomados, palabras mal dichas y que ahora, rodea este discurso patético. Lo que traigo es simple, pero contundente: no alcanzó, no bastó, no fui real, no fui suficiente.