Había una vez, un precioso pueblo rodeado de campos fértiles, bañado por las aguas de la Albufera, y bendecido por el Mar Mediterráneo.
Los días de verano, eran azules y brillantes, y sus noches calurosas y húmedas, endulzadas por el aroma de la flor del naranjo.
Un pueblo de costumbres sencillas y risas gratuitas, donde nadie resultaba anónimo.
Yo acostumbraba a salir las mañanas de mercado, atraída por el ruido del gentío y los gritos de los gitanos llamando la atención de paseantes y curiosos – ¡A tres euros, guapa, mira cómo lo traigo de barato! ¡A tres euros!. Pero lo que más me gustaba era visitar el puesto de antigüedades del señor Vicente.
Era un hombre anciano, de unos ochenta años de bigote cervantino y porte caballeresco. Siempre lucía de aspecto impecable: traje de chaqueta negro, corbata, y sombrero.
-¡Que elegante, don Vicente!- le decían los vecinos, y él asentía con un gesto gentil, inclinando su cabeza y saludando cortésmente.
Tras pasar la mañana sentado en su puesto, recogía su mesa, y, perfectamente envueltos, guardaba como tesoros sus extraños objetos, después, regresaba a su casa a orillas de la antigua rambla.
En las tardes de otoño, yo acostumbraba a salir de paseo, cuando todavía no hacía demasiado frio. Solía pasar por la puerta de su casa a saludarlo y sentados, junto al portaäniml, me mostraba algunas de sus últimas adquisiciones.
-Mira, María…una vasija romana…una moneda de plata del siglo II…un libro de las primeras ediciones que se publicaron de Bécquer-. Me encantaba escucharle y que me explicara de donde venían todos aquellos objetos y los recuerdos que evocaban de épocas pasadas. Su casa tenía una extraña energía que me atraía, llena de cajas, libros, y grandes estanterías repletas de objetos de todo tipo.
Aquella tarde, yo regresaba de mi paseo diario, las nubes amenazaban lluvia, y el cielo se había oscurecido de pronto. A lo lejos, veía fogonazos de luz y un rumor de truenos lejanos.
Vicente estaba en la puerta, como cada tarde mirando al cielo con ojos muy abiertos y expresión sería. Levanté la mano mientras me acercaba a él. -¡Señor, Vicente!- Él se giró hacia mi con gesto serio.-Hola Xiqueta, ¿ya de vuelta?- Sí, aunque me costó bastante andar por el viento, ¡hoy sopla fuerte!- contesté yo.
–Sí, vaya mala tarde que hace, esas nubes…no me gustan nada-.Comentó con tono preocupado. -eso le iba a decir…, que hace muy mal tiempo… y mucho viento. No tardaré en irme- .le contesté. -Si te esperas, te enseño, una cosa que me trajeron ayer para vender. Voy a por ella y vuelvo-. Me quedé junto a la puerta, cuando vi una gran bandada de aves sobrevolando el antiguo cauce del rio en dirección hacia la huerta. Vicente regresó con un pequeño joyero de cristal y metal.
-¡Es precioso! Exclamé, mientras lo tomaba entre mis manos
Vicente no escuchaba, permanecía callado con la mirada fija en el viejo cauce del rio. ¿Qué pasa?- le pregunté. Cuando de la nada vimos un gigantesco torrente de agua cargado de ruido, cañas y restos de objetos flotando como una lengua de barro, que se dirigía hacia hacia nosotros.
-¡María, vamos sube a casa, corre!- Me dijo gritando.
En ese momento el río desbocado saltó por encima del puente y un torrente de agua y barro comenzó a engullir todo a su paso rompiendo los muros de las casas.
Subimos las escaleras, sujetándonos a la barandilla para no ser arrastrados por el agua, y llegamos al primer piso.
La lengua de barro con un ruido estremecedor, golpeaba la fachada de la casa. Yo estaba temblando. El me dio la mano mientras veíamos crecer más y más el monstruoso río. Todo tipo de objetos eran arrastrados como plumas por la lengua de barro que seguía impactando con más y más fuerza contra la casa. Yo estaba asustada y paralizada por el miedo. El agua seguía subiendo más y más hacia nosotros. Alcanzaba ya el primer piso y ascendía serpenteante hacia la segunda planta.
-¡Tenemos que subir más María, corre!- Gritó, mientras abría una pequeña puerta junto al salón y comenzamos a subir por una escalara estrecha. Logramos llegar a una zona junto a una pequeña ventana. Allí permanecimos de rodillas, mudos, asustados, callados.
-¡Aquí estamos a salvo, María, no te preocupes, en un rato bajará el agua, ya pasó en la Pantanada!. Así permanecimos toda la noche, a oscuras en medio de ese infierno. esperando.
Fruto del cansancio, poco a poco mis ojos se cerraron y me quedé profundamente dormida….
Desperté en mi cama.
Me dirigí a la ventana mientras escuchaba Villancicos en la calle y el bullicio del mercado. ¡No podía creerlo!. ¡Las calles estaban limpias de barro y lodo y la ciudad lucia mas bonita y azul que nunca! ¡El cauce del rio era un gran prado verde, el puente estaba engalanado con guirnaldas rojas y flores de Pascua. Las ventanas y balcones vestían de Navidad!
Me dispuse a bajar, cuando me di cuenta de que mi ropa estaba manchada de barro, mis pies mojados y mi pelo sucio con restos de lodo. Me miré en el espejo del baño. No entendía que estaba pasando…
Tenía que ver a Vicente.
Me dirigí hacia el mercado esquivando a la gente, mientras alegres y ajenos a todo, se felicitaban la Navidad entre risas y abrazos.
-¡María, Feliz Navidad, Xiqueta!- Yo, no los escuchaba. Solo quería llegar al puesto de Vicente y hablar con él… Cuando vi, a lo lejos, un hombre con un sombrero que me miraba con una amplia sonrisa.
Levanté la mano y le grité: ¡Señor Vicente!!,mientras corría hacia él.
-¡Hola María, Feliz Navidad, Xiqueta! Exclamó
.-¡Señor Vicente!… ¿ayer estuvo conmigo? ¿Vio lo que paso?-
El me miró, y sin decir nada, se volvió y cogió un pequeño joyero de cristal y plata.
-Este regalo es para ti María,….¡Feliz Navidad!-
Emocionada me abracé a él mientras sonaba la melodía de un Villancico: … pero mira como beben los peces en el rio…. Pero mira como beben por ver a Dios nacido… beben y beben y vuelven a beber los peces en el rio… por ver a Dios.. nacer….
OPINIONES Y COMENTARIOS