Me despierto asustada, creyendo que todo ha sido un mal sueño.
Abro mis ojos.
Todo es real.
Mis brazos, no son capaces de moverse, mis pies no logran caminar. Una gran montaña de fango y lodo me rodea. Comienzo a llorar de nuevo, no tengo consuelo. Mis ojos se han vuelto rojos, arañados por las cañas. Mi piel, antes morena, se ha tornado gris y quebradiza. Mis cabellos se enredan entre amasijos de hierro y metal.
Débil y asustada intento abrirme paso entre un cementerio de miles de coches aplastados. Intento caminar entre algunos de ellos, pero me resbalo y caigo de rodillas. El barro salpica mi rostro. Sin apenas fuerzas, apoyo mis manos sobre el barro, lo agarro con fuerza, cierro mis puños y vuelvo a ponerme en pie.
Llamo a mis hijos gritando.
A muchos de ellos se los llevó la tormenta letal. Sus gritos desagarrados pedían ayuda y sus manos buscaban las mías. Pero no lograba llegar a todos. Y muchos de ellos fueron arrastrados por el agua. No pude hacer nada. Siento tanto dolor en el pecho que no puedo respirar. Estoy rota por dentro.
Los cantos de los pájaros han dado paso a un silencio roto que lo ocupa todo en la oscuridad. Un silencio sordo que pesa como una losa y que me corta la respiración.
Levanto mis ojos al cielo.
Ya no veo el color azul. El sol dejó de brillar. Arrastró las malditas nubes negras, junto a mi casa, por encima de mis hombros arrasando mis campos y cayendo con fuerza sobre mis hijos.
No veo las aves, palomas, gorriones, gaviotas… todas ellas se fueron con los vientos del oeste durante la gran tormenta.
Sigo avanzando, como puedo.
Me cuesta mucho caminar. Me cuesta respirar. El aire está cargado de olor a muerte. No reconozco estos olores, nunca los había respirado. Mi memoria recuerda el olor a flor de naranjo, a romero, a campo, a cañas quemándose en la Albufera. Olor a las Paellas de los domingos, a pólvora. Todos ellos se han borrado de golpe en mi memoria.
Cierro mis ojos y comienzo a llorar. No tengo consuelo, no tengo esperanza. No soy capaz de seguir caminando. He perdido todo lo que tenía, mi hogar, mi hermosa tierra, y a muchos de mis hijos.
Noto como mis piernas se paran, no pueden seguir andando, y me siento arrastrada por el lodo y el barro. Está devorándome poco a poco y lentamente. Estoy débil. No tengo fuerzas para seguir. Me rindo. No puedo más y me dejo arrastrar hacia la oscuridad.
Se hace el silencio. Cierro mis ojos. Espero mi fin.
De entre la oscuridad noto unas manos que me agarran fuertemente tirando de mí.
Oigo unas voces llamándome: ¡Madre, Madre!, ¡dame tu mano, Madre!. Busco las manos de mis hijos entre el lodo y logro agarrarme a ellas con fuerza. Cada vez oigo más voces, y noto más y más manos que me rodean y cogen mientras noto como empiezo a elevarme a través de la montaña de barro.
Me gritan: ¡Ya falta poco Madre, un esfuerzo más!. Comienzo a ver un poco de luz, la busco para abrirme paso y logro sacar mi cabeza. Muchos de mis hijos están aquí, tirando de mí con fuerza. Han hecho una cadena con sus manos y todos ellos tiran más y más fuerte. Hunden sus botas en el lodo. Se caen, gritan los unos a los otros: ¡Vamossss!.
Me elevan a través de la gran montaña de destrucción. Miro a mi alrededor. Todos mis hijos están aquí, ayudándome. Muchos de ellos los reconozco, hombres y mujeres de campo, panaderos, comerciantes, maestros, médicos… siento su emoción, su rabia y su tristeza. Con el miedo en el cuerpo, nerviosos, y cansados pero aquí están conmigo.
Logro levantarme de nuevo, sucia, mojada, rota, devastada…pero viva.
Uno de mis hijos, se me acerca y me dice ¡Madre apóyate en mí!. Yo todavía estoy débil, demasiado, tropiezo de nuevo, pero logro levantarme con la ayuda de mi hijo. Es el más joven de todos, siempre lo vi frágil y débil, a veces me preocupaba su forma de ver la vida. Pero me sorprendió.
Sus brazos fuertes, su valentía, su fuerza vital, me han salvado. Mi joven y amado hijo. Mis jóvenes y amados hijos. ¡Que desgracia habéis tenido que presenciar!.
Comienzo a llorar de nuevo.
Ellos me abrazan, y lloran conmigo. Nos abrazamos todos y unidos lloramos juntos, esta desgracia. La tormenta letal se llevó nuestra tierra pero no se llevó nuestras esperanzas.
De nuevo me levanto y miro al cielo. Entre las nubes se abre el cielo azul mediterráneo y la luz de nuevo lo invade todo.
Abrazo a todos mis hijos, y de rodillas sobre el fango lloramos la muerte de los que se fueron.
Me levanto de nuevo. Tomo mi bandera. La elevo, y fuertemente desde dentro de mis entrañas, con fuerza y rabia grito:
¡¡¡¡¡¡¡VALENCIANS! ¡EN PEU ALCEM-SE!!!!!!
OPINIONES Y COMENTARIOS