Era una mañana más en la aburrida vida de Cassandra. Los rayos de sol, fugándose por las cortinas, la despertaron. Empezó el día con un suspiro. Permaneció veinte minutos acostada en la cama lamentándose de sí misma antes de levantarse. Dudó entre una ducha o un café; optó por lo segundo, buscando un poco de energía. El apartamento estaba sumido en silencio, roto sólo por el constante “tic-tac” del reloj. En la mesa se amontonaban papeles que solo le recordaban el desorden de su vida.

De repente, algo se quebró. Un destello de luz abrumador cegó su vista. Entrecerró los ojos y lo vio: un chico parado en su balcón, en medio de un rayo de luz, totalmente inmóvil y con una calma perturbadora.

“No es real”, murmuró Cassandra mientras pasaba su mano por el rostro. Pensó que se trataba de un espejismo o una ilusión provocada por el sol, pero al volver a mirar, seguía allí, en el mismo lugar, con los ojos vacíos de quien no sabe a qué ha llegado. No se movía, ni respiraba. Su cabello ondulado brillaba; de hecho, todo él brillaba, pero no de una manera natural, como si fuese un reflejo de algo mucho más distante.

El sol lo cobijaba. Se fundían de una manera insólita, como si su presencia no fuese más que una prolongación del mismo fenómeno celeste. Pero lo que más impactó a Cassandra fue su expresión. Al principio, tenía un rostro tan humano. En un instante empezó a transformarse. Algo en él comenzaba a desmoronarse lentamente. Sus ojos se volvían más opacos, más fríos, como si el sol mismo le arrebatara cualquier vestigio de emoción. Un vacío comenzó a abrirse en su mirada.

Cassandra intentó acercarse, pero sus pasos eran eternos. No podía apartar la mirada ni la sensación de que algo había interrumpido su vida sin sentido alguno.

“¿Quién eres?”, preguntó. No lo sabía. Nadie lo sabía. Y el chico tampoco parecía tener respuesta. ¿Quién podría ser ese ser de luz?

Él no respondió. Cassandra, desesperada, retrocedió un paso. De repente notó que todo a su alrededor se deformaba, como si las paredes de su hogar no pudieran soportar la extraña carga de ese ser. Las horas se alargaban, las sombras se retorcían y él seguía allí, esperando algo que ella no podía comprender.

De pronto un ruido extraño surgió. Cassandra levantó la mirada y el chico había desaparecido. El rayo de sol seguía allí, iluminando el vacío, pero él se había desvanecido como una sombra al mediodía, sin dejar rastro. Solo el sol, su luz fría, distorsionada y la sensación extraña que permanecía en el aire.

Cassandra se quedó en el umbral del balcón con un profundo peso en el pecho, como si algo hubiera cambiado en su vida sin permiso. Algo que no podía explicar, algo que nunca sería explicado. Entró, tratando de ignorar el encuentro, comenzó a organizar los papeles, intentando recuperar algo de control, pero le resultó totalmente imposible.

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