La Tierra, en tiempos antiguos, llena de vida, había sido irreversiblemente alterada por un evento devastador conocido como «La Gran Tormenta«. Una combinación de caos climático y desastres naturales que dejó al planeta en un estado irreconocible. Lo que una vez fue el hogar de muchos se convirtió en un páramo desolado en donde pocos vagaban sobre él, donde los vestigios de un glorioso pasado ahora yacían ocultos bajo capas de polvo y arena. Las nubes, perpetuamente negras y densas, cubrían los cielos como un presagio constante del ciclo de tormentas que nunca parecía acabar. La atmósfera era opresiva, como si la Tierra misma hubiera decidido vengarse de la humanidad. Pero el hombre, siempre resiliente, había encontrado formas de sobrevivir. Pequeñas tribus nómadas caminaban por las tierras tormentosas, adaptándose a un mundo que ya dejó de ser suyo, por causa de las violentas tempestades, criaturas mutadas y peligros que acechaban en cada esquina. Entre esas tribus estaba una joven exploradora de espíritu intrépido y corazón lleno de nostalgia llamada Ala. Su vida no había sido fácil, pero su determinación la mantenía firme. Ella siempre había sentido una profunda conexión con las historias que su abuela le contaba cuando era niña, relatos de un mundo que existía antes de la Gran Tormenta, un mundo lleno de ciudades brillantes, mares tranquilos y cielos azules sin amenazas de tormentas.
Era una tarde cualquiera cuando Ala decidió aventurarse más allá de los límites conocidos de su tribu. Sentía una atracción inexplicable por las ruinas que se alzaban a lo lejos, envueltas en sombras misteriosas. Aunque los ancianos de la tribu le habían prohibido, andar por las antiguas ruinas por sus peligros, la curiosidad de Ala la impulsaba a ignorar las advertencias. Sabía que algo la llamaba desde ese lugar olvidado por el tiempo. Cuando llegó a las ruinas, lo primero que notó fue el silencio. A diferencia del constante silbido del viento en las tierras tormentosas, este lugar parecía estar en una burbuja, separado del resto del mundo. Ala avanza con cautela; sus ojos observan las estructuras derruidas, los restos de lo que debió ser una gloriosa civilización. Restos de edificios, ahora deformados y erosionados por el tiempo, se elevaban como fantasmas del pasado. Fue allí donde sus pies tropezaron con algo extraño, enterrado bajo la arena. Intrigada, se agacha y comienza a excavar con sus manos hasta descubrir un pequeño artefacto metálico, un dispositivo que brillaba débilmente bajo la luz del sol agonizante. Era una especie de tecnología avanzada, algo que jamás había visto antes.
Con un sentimiento de aprehensión, pero también de emoción, Ala presionó un botón en el artefacto, y de repente el mundo a su alrededor pareció desvanecerse en un estallido de luz. Sintió que sus piernas se debilitaban y su mente se sumía en la oscuridad, el shock la dejó inconciente.
Cuando Ala recobró la conciencia, la primera sensación que tuvo fue una profunda confusión. Se encontraba en un entorno completamente diferente. El aire era más pesado, pero no en una forma sofocante del desierto. El cielo, que antes estaba cubierto de nubes oscuras y tormentosas, había desaparecido por completo. En su lugar, lo que la rodeaba eran enormes formaciones cristalinas que irradiaban una luz suave y etérea. A su alrededor, paredes de roca y estructuras antiguas se extendían hacia lo alto, como una ciudad escondida en las entrañas de la Tierra.
Ala se reincorporó, tambaleándose un poco, y fue entonces cuando notó las siluetas de edificios semienterrados, rodeados por los misteriosos cristales fosforescentes. Era como si hubiera sido transportada a otro mundo, una civilización subterránea que había permanecido oculta durante siglos. Mientras caminaba por esas estructuras enterradas, su asombro creció aun más. Había tecnología que nunca se imaginó que existiera bajo el suelo del devastado planeta.
Mientras recorría este enigmático lugar, escuchó un sonido suave, casi imperceptible. Giró rápidamente y se encuentra cara a cara con un hombre alto, de complexión atlética y mirada penetrante. Llevaba una armadura brillante, que reflejaba la luz de los cristales, y sus ojos resplandecen con una intensidad inusual.
—»¿Quién eres?» —preguntó Ala, con su voz temblando un poco, tanto por el miedo como por la sorpresa.
—Mi nombre es Kar —respondió el hombre con un tono tranquilo pero que reflejaba confianza en sí mismo—. “Soy un guerrero del mundo subterráneo de Formiga. ¿Y tú?, has encontrado algo que no deberías haber visto”.
Ala parpadeó, tratando de procesar sus palabras.
—»No entiendo. Yo solo… encontré un artefacto. Apreté un botón y de repente me encontré aquí».
Kar asintió, observando el artefacto que Ala sostenía en sus manos.
—»Ese artefacto no es solo un dispositivo cualquiera. Es una llave que conecta el mundo subterráneo con la superficie».
Intrigada y asustada a la vez, Ala siguió a Kar mientras él la guiaba a través de los restos de la antigua ciudad. Durante el recorrido, Kar le explicó que su civilización había sobrevivido a la Gran Tormenta refugiándose en las profundidades de la Tierra. Sin embargo, aunque habían escapado de la destrucción en la superficie, no estaban a salvo.
—»La Oscuridad Eterna» —dijo Kar con gravedad—. Es una fuerza cósmica que busca consumir todo lo que encuentra a su paso. Provocó la Gran Tormenta en la superficie, y ahora se cierne sobre nosotros, extendiéndose como una sombra, destruyendo todo lo que toca.
Ala sintió un escalofrío recorriendo en su espalda.
—»¿Y qué puedo hacer yo?» —preguntó con incertidumbre.
Kar la miró fijamente.
—»Tú eres nuestra única esperanza. Tu curiosidad, tu mente despierta, tu determinación, tu añoranza por ese mundo que te contó tu abuela es la clave para detener a la Oscuridad Eterna, pero necesitamos unir a las facciones de la superficie… Solo con la ayuda de todos los supervivientes podremos enfrentar esta amenaza. Con lo que Kar le había proporcionado, Ala sabía que no podía quedarse en el mundo subterráneo. Aunque el mundo en la superficie ya era peligroso y despiadado, sabía que tenía que regresar. El destino de la Tierra dependía de su capacidad para convencer a los distintos clanes, tribus y facciones de unirse contra la Oscuridad Eterna. El viaje hacia la superficie fue arduo, pero Kar decidió acompañarla. Juntos, emergieron en el árido páramo que Ala conocía tan bien, pero que ahora parecía aún más peligroso tras haber visto la sofisticada civilización que se escondía bajo sus pies.
Mientras avanzaban por el terreno hostil, fueron encontrando asentamientos humanos, cada uno más deteriorado que el anterior, llenos de personas que luchaban por sobrevivir entre los restos de lo que alguna vez fue un mundo próspero.
Ala no podía evitar sentirse nostálgica por las historias de su abuela mientras observaba a los habitantes vivir entre las ruinas. Las ciudades que su abuela describía con tal detalle, ahora eran montones de escombros, pero su imaginación las llenaba de vida y esplendor. Mientras caminaba, casi podía escuchar la voz de su abuela en su mente, contándole sobre los días antes de la Gran Tormenta, cuando los cielos eran claros y el viento no traía consigo el sabor amargo de la arena. En uno de estos asentamientos, conocieron a Nara, una brillante ingeniera que había encontrado formas de adaptar la tecnología antigua a las duras realidades del Paramo. Su taller era un lugar fascinante, lleno de artilugios y artefactos reparados, motores rugientes y dispositivos de comunicación obsoletos que aún funcionaban gracias a su habilidad.
—»Puedo mejorar sus armas y vehículos» —les dijo Nara mientras manipulaba una vieja máquina—. «Pero necesitaré tiempo y materiales. No será fácil”.
Ala y Kar aceptaron la ayuda de Nara, sabiendo que necesitarían toda la ventaja posible para enfrentar a la Oscuridad Eterna. Pero lo más sorprendente fue encontrar a Zeyr, un enigmático exiliado que decía haber servido a la misma Oscuridad Eterna, aunque ahora buscaba redimirse.
Sus ojos mostraban cicatrices tanto físicas como emocionales, pero su conocimiento sobre la oscuridad resultaba invaluable. Zeyr explicó que la Oscuridad Eterna no era simplemente un fenómeno natural. Era controlada por un caballero cósmico que manipulaba los desastres y tormentas desde las sombras. Este caballero alienígeno, envuelto en un aura de poder insondable, viajaba de mundo en mundo, transformándolos en páramos desolados antes de conquistar sus ecosistemas debilitados.
—»Si no detenemos al caballero, la Tierra se terminaría siendo otros de sus trofeos», —dijo Zeyr con una voz llena de arrepentimiento—. «Pero sus poderes son inmensos».
La misión de Ala y sus compañeros ahora no solo consistía en unir a los sobrevivientes, sino en encontrar una manera de enfrentar al caballero alienígeno. Con la ayuda de Nara, lograron crear un dispositivo que, conectado al artefacto que Ala había encontrado, podría desactivar las energías de la Oscuridad Eterna. El cielo se tornó de un negro profundo mientras Ala, Kar, Nara y Zeyr se aproximaban al corazón de la Oscuridad Eterna. Desde su posición en la cima de una colina, podían ver cómo la desolación se extendía en todas direcciones: la tormenta que había arrasado el mundo ahora arremolinaba en espirales oscuras, concentrándose con una fortaleza colosal que emergía en medio de las ruinas de la civilización.
—Ahí está —murmuró Zeyr, su voz apenas audible mientras señalaba la imponente estructura. Desde sus torres se veían descargas de energía, truenos rugiendo en lo alto—. «El caballero cósmico está dentro. Si cruzamos el umbral, no habrá vuelta atrás».
Ala miró a sus compañeros, sintiendo la tensión en el aire. La Oscuridad Eterna ya había destruido todo lo que conocían, y si fallaban, la esperanza que quedaba también desaparecería. Sosteniendo firmemente el artefacto que habían modificado, Ala respiró hondo. Este sería un momento decisivo.
—»No tenemos opción» —dijo Ala, con voz firme—. «Si no lo detenemos aquí, nuestro mundo morirá para siempre».
Sin más palabras, el grupo avanzó hacia la fortaleza. Las nubes se arremolinaron sobre ellos. Los relámpagos zumbaban a su alrededor, pero con cada paso, se sentían más decididos a enfrentar lo imposible. Cuando llegaron a la entrada, un portal oscuro se abrió ante ellos, y una sombra gigantesca emergió de las profundidades. El caballero alienígeno
estaba allí. Su armadura negra y brillante emanaba una energía terrible. Sus ojos, rojos como brasas ardientes, tecnología con apariencia de magia, el cabalero los observaban con desprecio, como si ya hubiera vencido a incontables seres antes que ellos. Su voz resonó como un trueno lejano.
—“Humanos, intentando desafiarme. Nunca aprenden. Mi oscuridad es inevitable. Sus esfuerzos son fútiles».
Ala apretó el artefacto en su mano, el mismo que la hizo entrar en el mundo subterráneo, sintiendo el peso de lo que estaba en juego. Sabía que la tecnología que habían creado los Formiga era su única esperanza. Si lograban activarla a tiempo, podrían cortar la conexión entre el Caballero y la Oscuridad, debilitándolo lo suficiente como para tener una oportunidad. Pero necesitaban distraerlo el tiempo suficiente.
—»¡No es inevitable!» —gritó Kar, sacando su espada y avanzando con valentía. Su armadura resonaba mientras cargaba contra el caballero cósmico.
El combate comenzó de manera brutal. Kar fue el primero en enfrentarlo, blandiendo su espada con una fuerza implacable, pero el Caballero era un ser más allá de lo físico. Cada golpe que Kar lanzaba parecía rebotar en su armadura oscura, como si su propia energía lo protegiera. Ala, mientras tanto, corría alejándose del Caballero, intentando encontrar el lugar adecuado para activar el artefacto. Nara y Zeyr le cubrían las espaldas, luchando contra los destellos de energía que el caballero liberaba con cada movimiento.
—»¡Rápido, Ala!» —gritó Nara, mientras manipulaba sus propios dispositivos para interferir con el campo de energía del Caballero.
Ala, sudando por el esfuerzo y la presión, finalmente encontró el punto adecuado. Con manos temblorosas, conectó el artefacto al suelo de la fortaleza, donde las corrientes de la Oscuridad parecían más intensas. Al hacerlo, el dispositivo comenzó a vibrar, emitiendo un brillo azul que contrastaba con las sombras envolventes.
—»¡Lo tenemos!» —exclamó Ala mientras activaba el artefacto.
En ese momento, el Caballero cósmico sintió el cambio. Su voz resonó, furiosa y temerosa al mismo tiempo.
—»¿Qué has hecho?»
Un destello de energía salió del artefacto, extendiéndose como una onda expansiva. La Oscuridad que rodeaba al Caballero empezó a disiparse, y por primera vez, sus movimientos se volvieron erráticos, como si hubiera perdido parte de su poder.
—»¡Ahora!» —gritó Zeyr, lanzándose hacia el Caballero con una daga luminosa que había guardado para este momento.
Kar aprovechó la oportunidad. Con un último y poderoso golpe, logró atravesar la debilitada defensa del Caballero, perforando su armadura oscura. El Caballero dejó escapar un grito ensordecedor, y la Oscuridad que lo rodeaba se desintegró en el aire, como humo que desaparece al contacto con la luz.
El ser cósmico cayó de rodillas, su poder se redujo a nada.
—»Imposible…» —susurró antes de desvanecerse en la nada, dejando solo cenizas como testigo de su derrota.
Ala, exhausta, cae al suelo. El dispositivo seguía brillando, emitiendo una suave vibración mientras sellaba el último rastro de la Oscuridad Eterna. El cielo sobre la fortaleza comenzó a despejarse, y por primera vez en mucho tiempo, los rayos del sol atraviesan las nubes.
Kar, Nara y Zeyr se reúnen con Ala, todos cubiertos de arena y heridos, pero victoriosos. Miraron el horizonte, donde los primeros signos de vida comenzaban a resurgir entre las ruinas.
—»¡Lo logramos!» —dijo Ala, con una sonrisa débil—. «¡Hemos salvado la Tierra!».
Zeyr, aún mirando el cielo despejado, asintió.
—Este es solo el comienzo. Ahora debemos reconstruir lo que quedó atrás.
Ala se puso de pie, sintiendo una nueva esperanza en su corazón. Aunque el camino hacia la recuperación sería largo, sabían que, al menos por ahora, el mundo tenía una segunda oportunidad.
Mientras el grupo se alejaba de la fortaleza, Ala no pudo evitar pensar en su abuela y en las historias que le contaba. El futuro aún era incierto, pero por primera vez en mucho tiempo, Ala sentía que la humanidad tenía la oportunidad de escribir su propio destino, lejos de las tormentas y la Eterna Oscuridad.
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